A diferencia de antes, hoy es más fácil (aunque no sea suficiente para esclarecer los delitos patrimoniales) seguir la ruta al dinero. «Follow the money» es la frase del famoso detective británico Sherlock Holmes, para dar con los criminales de delitos de sangre o de «cuello blanco».

Otra consigna común es: «Poderoso caballero es Don Dinero», o bien: «dinero llama dinero», money, money, money… ¿Cómo se adquiere? ¿dónde se guarda? ¿por qué y cómo se esconde? No es ya debajo del colchón o en pequeñas cajas fuertes. Las grandes redes financieras y bancarias no son del todo nuevas, pero de medio siglo a la fecha la globalidad neoliberal las elevó a un estatus de verdaderos santuarios de complicidades para todos los «afortunados» que tenían dineros que esconder o para eludir los pagos fiscales. Véanse las revelaciones de Julián Assange, donde hasta las realezas pobretonas como la inglesa y la española tenían sus «paraísos fiscales».

¿Por qué es importante ocuparse de temas como este? Porque nos dejan ver cómo es y cómo funciona la estructura financiera del capitalismo mundial. Nueva York, Londres, París, Ámsterdam, Tokio, Shanghái, Hong Kong mueven y controlan el crédito y la banca, las bolsas de valores y el intercambio de monedas; todo ello en los marcos de una legalidad internacional establecida. Pero lo que no se conoce es la proporción, las mecánicas y el monto de las transacciones del «dinero sucio» y las formas de «limpiarlo» o «lavarlo». No obstante, de tanto en tanto aparecen escándalos que permiten seguir la ruta a los dineros de las modernas cleptocracias (el robo de capital, institucionalizando la corrupción y sus derivados como el nepotismo, el clientelismo político o el peculado). Y aquí entran en escena los «paraísos fiscales», conocidos también como agencias off shore.

Hay múltiples leyendas sobre los tesoros guardados en Suiza, el mayor paraíso fiscal del mundo, donde antiguos cuidadores de vacas y campesinos se vieron de pronto convertidos en banqueros, custodios de cuantiosos metales, monedas, joyas, acciones, incluyendo los «tesoros del Tercer Reich alemán» y el «oro de Moscú». La neutralidad, la secrecía y la seguridad de las bóvedas blindadas hicieron de la banca suiza en Ginebra y en Zúrich los mayores santuarios para la protección fortunas mal habidas; no solo de fondos provenientes de la venta de armas en las entreguerras, sino del narcotráfico, la prostitución y la exportación de capitales generados en golpes de estado y de verdaderos asaltos a las arcas públicas de muchos países latinoamericanos, africanos y asiáticos. Pero no solo es Suiza.

Como puede verse en el sencillo mapa abajo, se presume que son muchos los sitios convertidos en paraísos fiscales, cerca de cien, pero son pocas las mayores metrópolis de las que dependen, tal vez una docena. Es en ellas donde residen las casas matrices de los más importantes bancos del mundo. Las conexiones territoriales no son ya necesarias, dados los eficaces medios de la comunicación digital. No hay que desplazarse desde Londres o Ámsterdam a Panamá y las Islas Vírgenes para mover capitales. Los barcos piratas con cofres llenos de monedas de oro son cosa del pasado. Y, sin embargo, las rutas de navegación del dinero, ahora digitales, siguen siendo tan inciertas como las procelosas aguas donde se aventuraban con sus dorados botines los legendarios bucaneros de los mares del Sur.
Paraisos

Aunque ahora se sabe dónde están los «paraísos fiscales», lo que aún no alcanzamos a conocer con certidumbre es a quién pertenecen y qué es lo que guardan, si bien hay evidencias creíbles para presumir que son los principales bancos y corporaciones financieras del Norte y del Sur (HSBC, Bank of America, BNP Paribas, Crédit Agricole, Citigroup, PGMorgan, etc.) los que poseen y controlan esas agencias off shore. ¿Y quiénes son los dueños de esas no muy respetables «instituciones», y qué controles reales pueden tener sobre ellas los gobiernos y los organismos financieros internacionales, cuando no son ellos directamente sus protectores y asociados? Tal es el caso, relativamente menor, de Andorra.

Uno de los paraísos más favorecidos de algunos «hombres de negocios y políticos mexicanos» súbitamente enriquecidos, es Andorra, un micro-Estado que sigue en proceso de limpiar la reputación de su sector financiero después de escándalos como el de la Banca Privada d’Andorra, que en 2015 fue acusada por el Tesoro de Estados Unidos de blanqueo de capitales de fondos relacionados con el crimen organizado. Andorra abandonó el secreto bancario en 2017, permitiendo el intercambio de información con la Unión Europea y la OCDE, y consiguiendo así «salir de sus listas negras».

Aunque se afirma que «Andorra ya no es un paraíso fiscal por su compromiso con una mayor transparencia de datos, sigue siendo un destino fiscal atractivo gracias a sus bajos impuestos. El impuesto sobre la renta de las personas físicas es de entre el 0 y el 10%, frente al 49% al que se puede llegar en España, o el 45% en Francia y Alemania. Andorra tampoco tiene impuesto sobre el patrimonio y cuenta con el IVA más reducido de Europa: un 4.5%, frente al 21% en España, el 20% de Francia o el 19% de Alemania» (¿Es Andorra un paraíso fiscal?).

Por su maravillosa filosofía de vida (el capitalismo neoliberal en todo su esplendor y magnificencia) y por su nombre mismo Conquest, no puede uno menos que transcribir estas líneas:

Sin ser un paraíso fiscal, Andorra ofrece muchas ventajas tributarias a su población y a la inversión extranjera en el principado. Para convertirse en residente y optimizar al máximo la residencia fiscal en Andorra, el equipo de expertos de CONQUEST ofrece una amplia gama de servicios en numerosos ámbitos: apoyo a la creación de empresas, consultoría administrativa, asesoría para la inversión, contabilidad, optimización fiscal, búsqueda de bienes inmuebles, organización de mudanzas internacionales (de empresas o particulares), etc. CONQUEST se beneficia de una posición estratégica en el seno de una organización profesional exclusiva, dedicada a los inmigrantes e inversores extranjeros y domina todos los mecanismos burocráticos del Principado de Andorra (Conquest Cabinet).

Entre otros antiguos y nuevos beneficiarios del «secreto bancario», un puñado de clientes mexicanos escogió como su modesto y casi desconocido paraíso fiscal a Andorra. El grupo de ahorradores mexicanos es pequeño, pero las sumas depositadas son grandes. Al descorrerse el telón por parte del periódico El País, quedaron expuestos en medio del escenario unas dos docenas de prominentes figuras de México. Se llegó a mencionar la cantidad de ochenta y cinco mil millones de dólares, depositados en favor de 23 beneficiarios. Uno de los involucrados, Juan Collado, abogado financierista de políticos y empresarios, está en la cárcel investigado por varios delitos patrimoniales. Aquí la pregunta ¿y los demás, quienes son, los investiga ya la Fiscalía Federal o, en su caso, el secreto bancario se podría transformar en secreto político? ¿Hasta dónde puede la Banca Privada de Andorra, y le conviene o no revelar datos, sin poner en riesgo su propio negocio bancario? ¿Y de lo que ya saben las autoridades mexicanas qué sabemos nosotros, los de a pie?

Dos periodistas españoles del diario El País, Joaquín Gil y José María Irujo, han dado seguimiento al caso mexicano. Afirman que un banco andorrano reunía en 2012 a 174 misteriosos clientes mexicanos con apenas 243 millones (de dólares). Cuando la Banca Privada de Andorra (BPA) fue intervenida por blanqueo, en 2015, las autoridades del país europeo investigaban ya 80 fortunas mexicanas.

Ahora, con el «Andorra gate» se han filtrado y son del dominio público nombres (sin que haya todavía posibilidad de verificarlos) de 23 «empresarios», políticos y sus familiares y hasta un líder sindical petrolero; entre ellos, por lo menos de dos ex presidentes: Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto; ex gobernadores, senadores, diputados y funcionarios como Osorio Chong, Beltrones, Navarrete Prida, Juan Collado, Gamboa, Robles, Raúl Salinas, Romero Deschamps, Del Mazo, Aguirre, Murillo Karam, César Duarte, Videgaray, Meade, Miranda, Sosamontes, Zebadúa, Lozoya, Cabeza de Vaca, Gerardo Ruiz Esparza, Alejandro Capdevielle…

La mecánica de la «inversión financiera» parecía simple: desde las arcas públicas se roba, se transfiere, se lava, se esconde, eventualmente se congela y, en el peor de los casos, mediante costosas y complicadas maniobras jurídicas se recupera lo depositado. Por ejemplo, de la llamada «Estafa maestra», en la que se involucra a Rosario Robles (en prisión), Emilio Zebadúa y Ramón Sosamontes, durante el gobierno de Peña Nieto se «desviaron» mediante curiosas triangulaciones más de 5 mil millones de pesos que, bajo la orquestación presuntamente dirigida por el exsecretario de Hacienda, Luis Videgaray, habrían servido para financiar campañas políticas. Y esto sería solo una parte de los botines financiero-político partidistas acumulados, para no mencionar los casos de Odebrecht, Iberdrola, etc.

Pero he aquí que, con un alud del 53 por ciento de los votos, en 2018 llega al poder Andrés Manuel López Obrador (AMLO), un hombre envuelto en una aura hasta ahora nunca desmentida de su propia y creíble honestidad personal, y bajo el lema de «No robar, no mentir, no traicionar al pueblo», inicia el «combate a la corrupción y a la impunidad»; crea un Instituto para devolver al pueblo lo robado y, además, nombra al frente de la Unidad de inteligencia financiera a un joven y muy diligente abogado, Santiago Nieto, quien entre otros importantes asuntos se ha abocado a solicitar a las autoridades andorranas la información relevante del caso mexicano. ¿Y qué pasa? ¿Qué cabe esperar ahora?

Todavía mantienen sus grandes cotos de poder, pero poco a poco se han ido desarmando, desarticulando, las grandes redes financieras que tuvieron su mayor desarrollo en el capitalismo neoliberal. Y eso ocurre, entre otras razones, porque cada vez es más difícil ocultar información relevante, personal, privada o pública, oficial o institucional. Ahora la opinión pública, la ciudadanía, exige transparencia, rendición de cuentas por parte de quienes manejan bienes y servicios de interés público, nacionales e internacionales. Y es que hoy los mexicanos, de manera más activa, están ejerciendo el derecho de saber con cuánto llegaron y con cuánto salieron de sus encargos políticos los «siervos de la Nación», entre ellos los ex presidentes de la República, que con el respaldo de una consulta popular podrían ser juzgados.

Es en este punto donde nuevamente aparecen interrogantes cruciales: ¿a quién protegen las leyes y los tribunales, a todos o a algunos más que a otros? ¿Es posible amasar grandes, inmensas fortunas, de manera legal y legítima en el sistema capitalista todavía vigente? ¿Es verdad que la propiedad del dinero puede seguir comprando todo o casi todo, libertades, justicia, dignidades, en la más completa y segura impunidad? ¿Sigue siendo la propiedad privada la «madre de todas las batallas»?

Pareciera que por lo menos en el México de ahora nos alejamos de la democracia de los propietarios («No taxation without representation», Locke). Cuando avanza la democracia real («el mayor bien para el mayor número», J. Bentham), avanza la transparencia; y del «Andorra gate» podemos decir que el caso mexicano puede ser ejemplar para muchos otros países si la justicia, más que la ley, alcanza a quienes la han burlado tan bárbaramente durante estas últimas décadas de neoliberalismo y neocolonialismo, en lo que llegó a denominarse la era del «capitalismo salvaje». Ahora por suerte, con la tecnología digital, casi todos podemos tener voz en las que AMLO ha llamado las «benditas redes sociales». Así sea en México y en cualquier otra parte del mundo.