En un mundo manipulado hasta la demencia, engañado y autoengañado de la A a la Z, es imperativo cultivar la autonomía y la autogestión.

La crisis sistémica actual (sanitaria, económica, social, política, cultural), que se manifiesta con distintos grados de intensidad y profundidad en todas las regiones del mundo, evidencia que nunca, como ahora, la humanidad experimenta lo que puede denominarse unas realidades por completo negativas y autodestructivas (realidades distópicas) que niegan en todos sus extremos la utopía de sociedades libres e igualitarias. Es cierto que la historia universal avanza sobre dos rieles (utopía y distopía), pero en los tiempos de la «gran transición» (ver artículo publicado en esta misma revista el 19 de enero de 2021) la presencia distópica se ha intensificado como nunca; por un lado persisten y se profundizan las insuficiencias sociales y económicas conocidas desde hace siglos (pobreza, extrema pobreza, desigualdad, guerra, concentración de la riqueza) y, por otro, se agregan otras realidades, también distópicas, tales como la desigualdad digital, el control policial digital de la población, la creación de instituciones supranacionales que no son supervisadas ni auditadas ni elegidas por la ciudadanía y la consolidación de un pensamiento único universal-mediático que se presenta como no discriminatorio y no excluyente, pero que en la práctica discrimina y excluye a una parte muy considerable de la humanidad cuyas experiencias de vida, sentires e intereses no sintonizan con ese pensamiento único universal-mediático. En este preciso instante, se están creando nuevos circos para nuevas fieras (esto ha ocurrido muchas veces en la historia universal), y seguirán apareciendo nuevas olas de distopía en diversos ámbitos. Pero es precisamente en este contexto de distopías crecientes y envolventes, que se relanzan las utopías de la libertad, la autonomía, la autogestión y la vida fraterna. A la dialéctica amigo-enemigo, que es la dialéctica distópica por excelencia (típica, por ejemplo, en la política, la ideología y las religiones institucionales), se opone la dialéctica de la unidad en las diferencias, de la cooperación en la diversidad de intereses, experiencias e ideas, y esta mezcla de corrientes opuestas forma parte de dos hechos en desarrollo: primero, la intensificación de la guerra en curso mediante una creciente presencia de conflictos militares convencionales dentro de los países y entre países; y segundo, una situación histórica que, en medio de las distopías, concreta nuevas experiencias de libertad y prácticas fraternas.

Es en el contexto histórico descrito que conviene volver la mirada hacia ciertas personas que, a diferencia de los aburridos y carcelarios espíritus academicistas y teoricistas, en su momento fueron capaces de desatar y materializar pragmáticas transformadoras. Volver la mirada, digo, no para convertir a esas personas en íconos irrebatibles, sino con el fin de escuchar a quienes han vivido y resistido en los laberintos de la oscuridad distópica. Este es el caso, por ejemplo, de Friedrich Nietzsche, personaje vital que anduvo en las sombras y por eso puede ahora aportar un poco de luz.

Remar con remos de oro

Nietzsche, nacido el 14 de octubre de 1844 y fallecido el 25 de agosto de 1900, es actual, entre otras razones, por la crítica que en sus obras realiza a las incoherencias y engaños que infectan a la sociedad. Para este pensador nada es lo que parece, y todo debe ser sometido al tribunal de la duda y la sospecha. Situados más acá, más allá o dentro de los ideales y valores proclamados en discursos, escenografías y publicidades, lo que se descubre son vanidades, deseos de control, manipulaciones, intenciones inconfesables, mentiras, egolatrías y luchas por el poder. Tal la convicción de Nietzsche, y es eso precisamente lo que se descubre al discernir el sentido y el contenido de las distopías contemporáneas.

Nada escapa a la realidad indicada. En el arte de ocultar incoherencias e invisibilizar fealdades el ser humano es experto, pero, para el creador de Aurora, Genealogía de la moral y Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, esa voluntad de engaño y autoengaño universales se puede vencer, y la vencen quienes resisten la mentira generalizada. Son estos «resistentes» los que anuncian una nueva época cuando, al decir de Nietzsche, «… el más pobre pescador reme con remos de oro…»

Crítica al moralismo

La inveterada costumbre de separar lo que se dice de lo que se hace, de borrar con el codo lo que se escribe con la mano, conduce al autor de El viajero y su sombra hasta un demoledor análisis del moralismo y de la psicología de los moralistas.

La creencia de que alguien posee en exclusiva la autoridad moral, mientras todos los demás congéneres son vistos como minusválidos éticos, incapaces de autonomía y libertad, es algo inaceptable para Nietzsche, máxime cuando quienes de ese modo predican niegan en sus prácticas lo que proclaman con la boca.

En el mundo del moralismo y los moralistas, los valores se han desligado de la vida hasta convertirse en prescripciones burocráticas que terminan oprimiéndola. El moralismo mata la vida, suprime la alegría, instituye el aburrimiento y la monotonía, desprecia al ser humano. Su objetivo es uniformar la sociedad bajo un único sentir y pensar, un único libro, una única institución, un único temor a la ciencia, el conocimiento y la sabiduría. Todo esto —piensa Nietzsche— es una estratagema contra la vida, condenada a fracasar, pues la vida es diversa y no se deja atrapar en uniformidades absolutas. La pluralidad se atraviesa en la garganta de los moralistas y convierte su anhelo de dominio universal en un fósil permanente; una patología, como la califica el autor de Más allá del bien y del mal.

Nietzsche, autor de libros memorables como El origen de la tragedia y El crepúsculo de los ídolos sostiene en el Ensayo de autocrítica que en el fondo de todo lo que existe, no encontramos a un moralista que vigila, condena y castiga, sino a un artista, al que también puede denominársele «dios», a condición de que este se entienda como puramente artista y por completo desprovisto de prejuicios moralistas. Este pensamiento no es casual: la creatividad constituye el eje transversal de la visión nietzscheana, y se expresa de modo privilegiado en el arte, los artistas, los pensadores y sabios, personas que, según Nietzsche, están sobrecargadas de fuerza creativa y, por eso, son capaces de transformar las circunstancias.

Hacia el nihilismo

La universal incoherencia moralista sufre de una larga serie de decadencias y demoliciones que conducen al desencanto radical y al nihilismo, esto es, a la convicción social de que la existencia no tiene sentido, es insostenible e injustificable, faltándole metas y horizontes de realización confiables, y sometida al control de unos engañadores, circunstancia que, de acuerdo con Nietzsche, cubrirá los siglos XX y XXI. Para el autor de *Ecce homo —y esta es una de sus tesis cardinales—, el moralismo acaba en vacío existencial, no por la conspiración de malvados conspiradores que lo acechan y atacan, sino porque está contaminado por la mentira.

Llegado a este punto del análisis, Nietzsche intenta construir una alternativa, y cree encontrarla en el concepto de «eterno retorno de lo mismo» y en el de «superhombre». Es aquí donde este autor introduce ideas que comprometen y contrarían los méritos de su crítica al moralismo.

Un mito antiguo: el superhombre

La noción de «eterno retorno de lo mismo» la plantea Nietzsche en Así hablaba Zaratustra y, según dice, la concibió en agosto de 1881. Como bien demuestra Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, se trata de una creencia muy antigua que ha conocido múltiples formulaciones, según la cual, en ciclos predeterminados y repetitivos, todos los sucesos vividos vuelven a repetirse, con absoluto detalle, un infinito número de veces ¿Cómo es esto posible? Quienes han sostenido y sostienen tal mito acostumbran a decir que, en el universo, el número de variables que se mezclan es grande, pero no infinito, de modo que en un tiempo infinito las combinaciones empiezan a repetirse. De acuerdo con esto, Nietzsche supuso que él estaría de vuelta para contar de nuevo la vuelta eterna de todas las cosas.

En un cosmos así concebido, donde reinan el eterno retorno de lo mismo y la decadencia del moralismo en el vacío existencial, Nietzsche anuncia una liberación: el superhombre, idea que tampoco es privativa del autor de Consideraciones intempestivas, pues se encuentra, por ejemplo, en Luciano, Herder y Goethe ¿Qué es el superhombre? Para Nietzsche no es una persona superior, ni tampoco una personalidad histórica, sino una cierta circunstancia colectiva donde la sociedad se ha liberado del moralismo y ha superado el nihilismo.

Optimismo crítico

Los mayores aciertos contenidos en el pensamiento de Nietzsche se encuentran en el análisis crítico del moralismo y de la psicología de los moralistas; en la tesis de que el nihilismo, o vacío existencial, se origina en las incoherencias y cinismos que carcomen el discurso moralista, y en sus estudios culturales. Los conceptos de «eterno retorno» y «superhombre» no son, en cambio, robustos ni integrales. Mientras el eterno retorno es indemostrable y simula una eternidad que contradice otros principios defendidos por Nietzsche, el superhombre es un deseo sin fundamento empírico, que, debido a ciertas ambigüedades del lenguaje, dio lugar a su utilización coyuntural en favor del nazismo, el comunismo y el fascismo europeos durante la Segunda Guerra Mundial.

En definitiva, puede decirse que Nietzsche fue un pensador genial, profundo y clarividente en el diagnóstico de situaciones culturales, pero por completo insuficiente y deficitario en cuanto a las soluciones que propuso para los problemas que abordó.

No obstante, el juicio crítico anterior lo cierto es que, a contrapelo de la falsedad que penetra al mundo, el autor de Humano, demasiado humano y El caso Wagner sostiene un optimismo crítico, heroico y resistente, e insiste en la necesidad de que el ser humano no detenga su peregrinaje; se interne en mares inexplorados y evolucione sin descanso, pues el tiempo aún no acaba y todavía no se experimenta la mayor de las alegrías, y «toda alegría» —escribe Nietzsche— «quiere eternidad».