Un buen libro. Este es un buen libro. Este libro es muy bueno. Se exprese como se exprese, suena pedante, vacío de significado, trillado. ¿Es bueno porque me gusta, o porque gusta a los demás? ¿Es bueno porque se venden millones de copias, o se venden millones de copias porque es bueno? Qué preguntas más pretenciosas, también.

Cuando hablamos de algo tan subjetivo como la literatura, es difícil determinar unos estándares de calidad y, a menudo, nos encontramos intentando mantenernos a flote entre un cúmulo de expresiones que poco tienen que ver con la literatura y mucho con el capital. A fin de cuentas, ¿quién determina si un libro es bueno? ¿La editorial que te lo vende? ¿La universidad que, a cambio de dinero, te lo explica masticado y luego espera que regurgites tus conocimientos en una hoja en blanco?

Mi intención no es hablar nunca de libros buenos o malos, sino de preguntas que puedes formularle a un texto y las respuestas que pueden inferirse de él. Incluso cuando un libro me saca de quicio, si el texto consigue que me plantee un par de preguntas, considero esa una lectura aprovechada (otra palabra problemática, otra expresión que me recuerda que el tiempo ha sido capitalizado: o se aprovecha o se pierde).

Dicho esto, me gustaría presentar una lectura bien aprovechada: Todos adorábamos a los cowboys (2013), de la brasileña Carol Bensimon. Una lectura que, como bien he dado a entender, puede llegar a enervar al lector puesto que, ante la pregunta por el sujeto brasileño del siglo XXI, el texto nunca responde directamente. ¿Qué significa ser brasileño, vivir en Brasil, crecer en Brasil y morir en Brasil? ¿Qué significa ser descendiente de inmigrantes? ¿Cómo se mantienen las tradiciones frente al ansia de progreso? ¿Y qué significa ser brasileño, emigrar y luego volver, no para quedarte, sino de paso, de vacaciones? ¿De quién es esa tierra en la que naciste, si ya no es tuya?

¿Cómo no llamarlo una lectura bien aprovechada, si me genera tantas incógnitas, si hace que piense y repiense las respuestas a todas estas preguntas que Bensimon nunca llega a contestarme? A fin de cuentas, no hay nada más interesante que la pregunta por el sujeto.

En esta pequeña novela de 215 páginas, traducida del portugués por Malu Barnuevo y publicada por la editorial Continta Me Tienes, se traza la historia de Cora y Julia, dos jóvenes que fueron amigas y amantes durante sus años de universidad. Tras una separación de unos pocos años, en las que ambas emigran para seguir con sus estudios (Cora a París, Julia a Montreal), se reencuentran en su Brasil natal para emprender un road trip de destino indefinido. Narrado en primera persona desde el punto de vista de Cora, vemos cómo las ascuas de la relación poco a poco vuelven a encenderse, aunque la nueva complicidad traiga consigo todo el peso del pasado.

Hay una constante tensión en los personajes, cuyos cuerpos se resisten a la catalogación y a las etiquetas. Tanto frente al dilema por la nacionalidad, como el dilema por la sexualidad, este no es un libro que dé una respuesta clara. Al emigrar, se crea una distancia insalvable entre el sujeto y su país, que, al volver, intentará reconocer la patria que dejó atrás y fracasará; a la vez, sin embargo, la estancia en Europa también pone en entredicho la identidad de Cora, por lo que finalmente no es plenamente brasileña ni en París ni en Brasil, se ha vuelto apátrida, no hay un espacio tangible que pueda ser su hogar, su país.

Especialmente notable es la escena en la que Cora y Julia intercambian impresiones sobre sus respectivas ciudades adoptivas; Cora, mucho más consciente que Julia del espacio que ocupa como sujeto de la periferia, describe su vida en París en los términos menos estereotipados posibles. Pero Julia parece entender que se trata de una puesta en escena por su bien, y saca a relucir el estereotipo que todos sabemos que se esconde tras las palabras de Cora: está estudiando moda en París, es otra de las tantas que emigra a la capital de la moda a vivir y recrear el estereotipo más trillado de esa ciudad. Y cuando le toca a Julia compartir su experiencia en Montreal, recurre a otro estereotipo: el del frío. Este diálogo, que en un primer momento se siente forzado por parte de las protagonistas, nos rebela algo más allá: que el sujeto migrante es incapaz de terminar de encajar, bien porque cree a pies juntillas en los prejuicios que acarrea antes de irse (Julia), bien porque al intentar deshacerse de los estereotipos descubre que debe repensar toda su identidad y su lugar en el mundo (Cora).

Toda experiencia es singular, desde luego, pero el migrante que vuelve a la patria siempre se arriesga a quedar desencantado por lo que encuentra a su regreso. ¿Es justo, sin embargo, que un país sea juzgado con los baremos de otro? Pero no es ningún secreto que el sueño brasileño es vivir el sueño americano. ¿No sabéis lo que dicen? «Toda familia tem um Parente nos USA, um advogado e uma bicicleta», o eso decían en mi ciudad en los años 80. Y, al tratar de asemejarse compulsivamente a Estados Unidos y a Europa, Brasil pierde su grandeza natural, produce una historia artificiosa basada en la estética, por lo que no podemos culpar a Cora de juzgar al país a través del prisma europeo.

Sí podemos acusarla, sin embargo, de ser un personaje ciego al exterior, demasiado preocupado con su propia interioridad como para fijarse en aquello que la rodea, y demasiado prepotente y esnob como para apreciar las ciudades que visita y la gente que conoce. ¿Será eso lo que la ha hecho un personaje tan interesante? Egoísta, egocéntrica y privilegiada, prejuiciosa a más no poder, pero lo suficientemente vulnerable como para hacer cómplice al lector de su mundo íntimo. ¿Y cómo no sentir compasión y afinidad por un personaje al borde de una crisis por un amor supuestamente no correspondido?

También la pregunta por la sexualidad y su fluidez (y, a su vez, por la corporalidad del sujeto) genera más incógnitas que respuestas. Cora es una autoproclamada bisexual, etiqueta que se da a sí misma de forma problemática: «Técnicamente yo era bisexual» (Bensimon, 2015, 51). Técnicamente. ¿Qué quiere decir «técnicamente» en este contexto? Tenemos aquí la primera sospecha sobre la sexualidad de Cora. La segunda vendrá en la siguiente página: «Con los chicos me liaba por inercia» (Bensimon, 2015, 52). Eso, sumado al hecho de que la identidad sexual de Julia nunca se específica, arroja un manto de sospecha sobre la etiquetación y la concreción de una identidad aproblemática y monolítica. Los personajes de Cora y Julia han sido construidos para extrañar y problematizar la experiencia de la identidad y la sexualidad.

¿Leyó Cora (o en su defecto, Carol Bensimon) a Judith Butler? No lo sabemos, pero lo que es evidente es que Cora hace uso de su sexualidad, que funciona como una performance que la saca de la norma, la vuelve transgresora y le permite ir más allá, ser radicalmente diferente. En cierta medida, la orientación sexual para Cora tiene el mismo funcionamiento que su lápiz de ojos exagerado y la ropa llamativa. Busca huir de los estereotipos reduccionistas, pero no acaba de conseguirlo precisamente por ese afán de ser diferente: lleva botas de hombre, se maquilla exagerando el lápiz de ojos y se acuesta con mujeres; es una versión descafeinada de su disfraz de punk, de las rebel dykes del Londres de los años 80.

Cora es pura performance, aunque de vez en cuando podamos vislumbrar cierta vulnerabilidad y autoconsciencia; hace uso de lo masculino para superar la alteridad de su cuerpo femenino y su deseo lésbico (lo vemos con las antes mencionadas botas que lleva al principio del viaje), pero eso no es suficiente porque ocupar el espacio de lo masculino es seguir atrapada en un juego de otredades.

La propuesta de Bensimon al dilema del sujeto performativo es una androginia que permita la fluidez de la identidad y de la sexualidad. Como propuesta resulta interesante, pero una vez más se centra en lo superficial, lo artificioso y sí, por qué no repetirme: en la performance. Una androginia que nace y muere en la moda, que se centra en la ropa y que, desafortunadamente, deja mucho que desear, sobre todo para tratarse de un libro publicado originalmente en 2013, cuando El género en disputa (1990) ya hacía más de veinte años que había sido publicado.

Pero si como manifiesto de la androginia fracasa, como espejo de la experiencia LGBT+ adolescente y Young Adult (como se empeñan en llamar las editoriales a los veinteañeros) es todo un éxito: Carol Bensimon plasma como nadie la angustia de saberse diferente, la rebeldía de aceptarte por quién eres y la lucha diaria del sujeto por autodefinirse.

Notas

Bensimon, C. (2015). Todos adorábamos a los cowboys. Madrid: Continta Me Tienes.
Butler, J. (2007). El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.