A fines de diciembre de 2020 conmemoramos, a medias —por razones muy conocidas—, los 250 años de Beethoven. Esta columna amante de la buena música se contó entre la falta de conmemoraciones; así que, con el presente, trata de reparar su injusticia —así sea en mínima forma.

Lo que Ludwig Van Beethoven escribió, además de notas musicales, es muy revelador y a la vez enigmático; muy expresivo, aunque despierte importantes dudas.

Esos escritos «constituyen una fuente inapreciable para estudiar su personalidad humana, tan deformada por la reverencia y las posturas admirativas que ha originado siempre su música». Así escribe Andrés Ruiz Tarazona en su magnífico —aunque muy breve— texto, Beethoven en cartas y documentos, donde subraya la diferencia que hay entre el Ludwig real y el creado por traducciones que quisieron rodear de romanticismo palabras llanas del compositor.1 Quién nos manda no saber alemán si lo que verdaderamente queremos es satisfacer nuestra curiosidad por la psicología del autor, reconociendo que siempre estamos detrás del músico y no de su música o del político y no de su política, etcétera.

A ese interés que pudiere llamarse morboso han dedicado sus principales investigaciones varios estudiosos con resultados monumentales. Sus fuentes han sido el testamento, el diario y las cartas. Y sobre la moralidad de su interés, en definitiva, quedémonos con que los motivó el sano deseo de conocer quién fue la persona que creó tamaña música.

Destaca allí un ejemplo supremo: aquejado por la afección de un sentido cuya calidad lo caracterizara («antes poseía con la más alta perfección», apuntó el creador), pensó hasta en el suicidio, pero el arte —he ahí el punto— lo detuvo. «Es por esto por lo que vengo prolongando esta vida miserable…», puntualizaría.

Así pues, los escritos de Beethoven nos dicen por boca de él mismo quién y cómo era. Son casi incontables, algunos dirigidos a diversas personas con las que trataba; el hecho de que los hubiera guardado nos habla de un celo por reunir cualquier pincelada de su perfil que despejara —algún día— la nublada imagen que de él se hicieran sus coetáneos y todas las generaciones que vendrían después.

La carta de amor

La Carta a la amada inmortal es más bien una pequeña serie de ellas escrita en días sucesivos, por lo que también se le conoce como «cartas».

Al encontrarse entre las propiedades de LB al morir, la primera duda es si la carta nunca salió de con el creador o si… ¡fue y vino! de su destinataria.

¿Dónde, en qué localidad, la redactó?, ¿en qué año? No se sabe; pero los más grandes enigmas son: ¿quién fue el objeto de su amor? y ¿la pasión se concretó? Cada una de estas cuestiones carece de respuesta hasta la fecha a pesar de las notables investigaciones mencionadas arriba.

Por más que se haya estudiado a las, llamadas por los historiadores especializados, «candidatas», no se ha podido establecer la identidad de la amada. Hay razones a favor tanto de una como de la otra «finalistas». Eso sin contar con que la «amada» hubiere sido una construcción, una forma en que LB plasmó lo enamorado que estaba del amor, más allá de alguna mujer en particular.

Pero, pongamos que pudo ser; es decir que la candidata puntera fuera la amada inmortal, ¿se concretó?: no. Para ello hubo dos barreras insalvables: ella era casada y la moral de Beethoven no le hubiera permitido ir adelante; cuando la dama quedó libre, la boda era imposible, porque una de las personas con más prestigio que ha contado la humanidad no era noble, condición estricta para el matrimonio.

Versión de Carta a la amada inmortal, de Ludwig Van Beethoven, por el barítono y divulgador artístico Ramón Gener.

Sin ánimo de ser sensiblero, pregunto: ¿por qué alguien que dio tanto, sufrió tanto?

Curiosidades

«Oiga, yo esa la conozco», le dije al taxista.2 Contestó: «sí, señor, es el segundo movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven». Viendo que esa persona sabía de lo que escuchaba me llené, en ese traslado, de mucha alegría y satisfacción.

Don Mateo, vecino de Iztapalapa en la Ciudad de México, invitó al director de la Secundaria Técnica 81 a comer, amenizando el rato con la Quinta de Beethoven — la sinfonía más famosa del mundo. (El inolvidable don Mateo era un hombre humilde, con tan buen corazón que de gratis nos vigilaba la escuela cuando los trabajadores sindicalizados no se dignaban a presentarse poniéndonos en un aprieto a los directivos). Puso a sonar el disco con la obra comenzando por la cara B; al terminar dijo al director escolar «espere: del otro lado está más bonito».

Marcha turca y Obertura de Las ruinas de Atenas, de Ludwig Van Beethoven. Sinfónica Cívica de Boston, dirigida por Taichi Fukumura.

Notas

1 En efecto, existen traducciones que han dado a las palabras de LB un revestimiento que llega a lo dulzón, acaso por hacerlas parecer literarias: imagen falsa de los textos y de su autor, pues, a diferencia de otros músicos, no pulía sus textos, solamente comunicaba algo y ya. Y, hablando de traducciones, ejemplo de ellas es lo de Carta a la amada inmortal, pues se convino después que se apega más traducir «Carta a la eternamente amada». ¡Esas traducciones! No es la única falta de fidelidad a las letras del genio, pues su secretario alteró desde el primer momento a su «criterio» palabras de LB (fue de aquellos primeros en descubrir sus textos, por cierto, que no para conocer su pensar, sino buscando sus cuentas bancarias). Durante décadas, fue principal su biografía publicada de Ludwig hasta que quedó desmentida por su desapego con la realidad. Hacia el último cuarto del siglo XX, quedó establecido que falsificó cierta producción escrita de su antiguo jefe en 150 de sus pasajes.
2 En México: conductor de automóvil de alquiler.