Solo una creencia dogmática, ajena a todo raciocinio objetivo, puede considerar como «una gran victoria» las elecciones de una nueva Asamblea Nacional en Venezuela, como lo afirma el Gobierno. Casi el 70% de abstención, pese a las presiones y amenazas, sin mínimas garantías a la oposición, omnipresencia chavista antes, durante y después de los comicios, con todo lo irregular que significa, no evidencian la realidad electoral ni representan la auténtica voluntad ciudadana. Calificadas de fraudulentas e ilegítimas por quienes ya están saturados del régimen, en nada hacen cambiar la situación del país, pese al intento gubernativo. No se han cumplido los parámetros mínimos de una verdadera democracia, y el régimen da un paso más hacia el control total de un proyecto que, en definitiva, no tiene ninguna viabilidad.

No resulta grato ni alentador referirse a las elecciones, y menos al régimen que gobierna y que hoy celebra dichos resultados como si hubieran podido ser diferentes dadas las circunstancias. Es un tema que inspira reacciones contrapuestas, muchas veces fanáticas y sostenidas según la posición adoptada anticipadamente, obedeciendo a una creencia ideológica o a una verdadera fe política. Como no profeso ninguna de ellas, ni a favor ni en contra, intentaré analizar lo ocurrido con la lejanía y objetividad que merecen.

El régimen destaca la nueva Asamblea Nacional, y recibe las felicitaciones de otros exmandatarios políticamente afines. Profundiza el control de las instituciones del país, termina con el último reducto en manos opositoras, la antigua Asamblea elegida el 2015, y demuestra que el proyecto revolucionario que los venezolanos tienen desde hace 20 años deberá continuar por tiempo indefinido. Enfatiza que las graves e innumerables penurias actuales, que las mismas autoridades reconocen, son responsabilidad del consabido «imperialismo norteamericano», la vieja consigna de la era soviética, como si el tiempo no la hubiera dejado atrás desde hace décadas.

Lo verdaderamente importante es analizar los resultados que Venezuela puede mostrar al mundo de esta prolongada era «chavista», sin posturas ideológicas que impidan ver la realidad, y solo considerar los porfiados hechos, imposibles de ocultar o de justificar políticamente, o culpar a otros. Si los detalláramos resultarían abrumadores, por lo que es más fácil afirmar, estadísticas en mano, que ninguno, absolutamente ninguno, resulta positivo y que el deterioro ha hecho de Venezuela un Estado fracasado y sumido en la miseria; con excepción de la minoría perteneciente al sistema imperante, que no sufre carencia alguna y donde sus partidarios han sido generosamente beneficiados. En síntesis, es el único país petrolero del mundo, que se empobrece cada vez más, y sin ningún futuro, con un ingreso per cápita inferior a un dólar americano mensual. Todo un logro trágico que, por sí mismo, habría sido motivo más que suficiente para ser desbancado por la población, en cualquier parte, que no esté impuesto por la fuerza de las armas totalitarias.

Resultan patéticas las arengas de sus líderes, inflamadas de retórica vacía y amenazas violentas e insultos contra un enemigo todopoderoso, siempre presente, aunque siempre improbable, pero que es de tal incidencia, que pretende exculpar de toda responsabilidad a la dictadura que gobierna, la que, no obstante, todo controla y más aún, aumenta su poder, como en las recientes elecciones. Este es un contrasentido impresentable, pero tan recurrente que se ha hecho habitual; una propaganda tan efectiva que obtiene apoyos de líderes y regímenes que han intentado el mismo camino en Latinoamérica y otros países, y no lo han logrado, o que ahora procuran una nueva oportunidad. Para ello, cuentan con los renovados esfuerzos y respaldo de quienes jamás han reconocido un resultado inexistente y siguen ofreciendo volver con falsas expectativas, jamás cumplidas. Venezuela es la prueba irrebatible, aunque no quieran verla. Por lo cual resulta indispensable sostenerla, pues el término del «chavismo» sería su propio fracaso.

¿Qué más se necesita para que los países tomen conciencia sobre la situación venezolana? La comunidad internacional no ha validado estas elecciones. Imponen un sistema permanente por una reducida decisión ciudadana que no superaría el 20% efectivo. La Unión Europea las rechaza, así como 17 Latinoamericanos, la OEA, Estados Unidos y otros países que siguen reconociendo al presidente de la Asamblea Nacional como mandatario encargado, pese a que tenía casi todas sus atribuciones conculcadas, y que ahora será reemplazado, justamente para terminar con dicho mandato, lo que no ha sido reconocido sino por acérrimos partidarios.

Se intenta por los opositores una consulta paralela por Internet hasta el 5 de enero, plazo en que finaliza la actual Asamblea. Se busca el pronunciamiento de la población sobre la prórroga del mandato actual, elecciones libres, verificables y transparentes. El apoyo foráneo y la consulta son intentos que buscan deslegitimar la maniobra eleccionaria. Lamentablemente, sus resultados serán inciertos o no se permitirá su evaluación, casi con certeza. Pero falta lo principal, una oposición unida y una reacción de la población frente a la crisis que día a día se agrava, y que se responde con mayor control, amedrentamiento y represión.

No son requisitos fáciles de cumplir y nada indica que el régimen pudiera conceder algo, aunque sea mínimo, para recuperar la institucionalidad, y enfrentar la crisis generalizada. Si recordamos regímenes y situaciones similares del pasado, podemos avizorar el resultado esperable. Pronto o más tarde terminan, y casi siempre de mala manera y con sus responsables purgados, presos, o ajusticiados. Las autoridades de hoy lo saben, y aumentan su control precisamente por temor a la reacción ciudadana. No hay un detonante preciso y las causas pueden ser muy variadas, pero hay un momento en que la población considera que se han sobrepasado los límites tolerables y actúa. Ni los sistemas más férreos y poderosos han logrado contrarrestar al clamor popular; cuando ocurre es definitivo.

Por ahora, el régimen festeja estas dudosas elecciones, aunque nadie, objetivamente, sería capaz de saber hasta cuando subsistirá esta situación venezolana desastrosa e incomprensible.