Publicado en Barcelona por Ediciones Carena, acaba de aparecer un libro escrito por Baltasar Garzón cuyo título (La Encrucijada) nos confronta con las realidades más crudas de nuestro tiempo. Un tiempo de cálculo egoísta, de fría indiferencia, carente de piedad y cuyo sino lo escribe el dinero. El dinero: un tótem capaz de arruinarlo todo por la vía de una ilusión irrealizable.

Un primer síntoma del malestar que nos angustia no es otro que la pandemia que arrastramos como una maldición bíblica. Maldición que el autor del presente volumen ha vivido en sus carnes al contraer una neumonía bilateral por COVID-19, orillando así los confines de su propio acabamiento. Esa experiencia ha transformado su subjetividad hasta el punto de hacerle decir «que mis reflexiones han pasado de ser intelectuales a vitales».1 Es, pues, desde esa subjetividad tocada por la enfermedad y el fantasma de la muerte, desde donde Baltasar Garzón nos transporta al núcleo de sus preocupaciones, que no son otras que las que a todos nos afectan.

Ante la deriva neoliberal, autoritaria, de un mundo que va a la bancarrota bajo la dirección de un capitalismo sin freno, Garzón nos propone una ética política cuya base no es otra que la de «un progresismo con una visión internacionalista que se nutra de la cooperación de los diferentes sistemas nacionales hacia un sistema universal que dé forma a un nuevo sistema económico responsable en el que el capital y los mercados estén al servicio del ser humano y del bienestar de la humanidad en armonía con nuestro planeta». Es decir, que se trata de configurar «un espacio común que actualice el Estado social y democrático de derecho a lo que hoy se precisa».2

Por supuesto, una empresa de tal calibre no puede sino darse de bruces contra el muro de la realidad. Así nos lo recuerda, en el prólogo a este libro, Pepe Mujica, expresidente de la República Oriental del Uruguay. El antiguo tupamaro sabe bien de qué habla: el deseo de transformación social profunda suele acabar en represión, violaciones sin cuento de cualquier derecho humano e impunidad. Todo ello suele ofrecer un panorama que refleja, al final de la senda recorrida, una «madura frustración». De ahí, pues, que haya tomado esa su expresión para encabezar este artículo.

Sin embargo, frente al pesimismo de los estudios e informaciones que no dejan el menor resquicio a la esperanza, contamos con el optimismo de la voluntad; con esa fuerza, rebelde y liberadora, que no se dobla ante los caprichos del poder, sea este económico, financiero, político o mediático. Entre otras razones, porque las amenazas que se ciernen sobre nuestras cabezas son de tal envergadura, que ya no admiten más aplazamientos. Así, para el autor de este libro: «A medida que avanza el cambio climático, las zonas cultivables del planeta, incluso las zonas habitables, se irán reduciendo paulatinamente. Terminaremos viviendo todos en zonas reducidas, y, si no somos solidarios y no lo hacemos ordenadamente, el enfrentamiento de unos contra otros será catastrófico y representará el fracaso mismo de la humanidad como tal».3

Hemos llegado, pues, a la edad de la razón, a ese momento en que la vida ya no permite más subterfugios ni martingalas. El destino nos aguarda, y, como la moneda arrojada al vacío, aquí todo se juega a cara o cruz. Es la hora de la verdad; y no serán esos tipos de manos bien pulidas, auténticos descreadores de la tierra, quienes puedan revertir la sentencia del tiempo. Por mucho que se tomen a sí mismos por los amos del universo, no podrán ir más allá del límite que exige otro modelo de sociedad.

Ese otro paradigma que ya se perfila en el horizonte, aun con todas las resistencias que sin duda despertará ante el cambio que se impone, no puede sino desencadenar profundas reformas en ámbitos tales como medio ambiente, vivienda, energía, trabajo, distribución de la riqueza, sanidad, educación, relaciones internacionales... etcétera.

Es posible, entonces, impulsar un proceso que invierta el rumbo terminal que hemos tomado. Nuestra civilización se halla ante una disyuntiva, y la misma podemos aprovecharla para darnos otra oportunidad: la última que nos queda. No podremos eludir, como tantas veces se ha intentado, nuestra responsabilidad en este asunto. Ya no quedan islas a las que retirarse y soñar con una amable decadencia para, al final de esta, retornar al principio. Este momento nos cuestiona y nos concierne a todos: políticos, empresarios, trabajadores, ciudadanos. Y solo un bloque histórico de fuerzas sociales de la más diversa índole, de carácter transversal y democrático, podrá dar al traste con los designios de unas élites globales que se han propuesto el apocalipsis como espectáculo de su total fracaso.

La palabra de Baltasar Garzón, magistrado, juez y abogado; pensador de probada trayectoria humanista; promotor y defensor de una justicia universal que ponga fin al desmantelamiento del Estado de derecho; autor de catorce libros, así como de numerosos artículos y ensayos, así lo afirma en este título que traemos, una vez más, a colación: La encrucijada. Un libro denso, bien construido, de prosa ágil y concisa, sin alharacas, falsas promesas o entusiasmos sin causa ni motivo. Estamos ante un texto que se cuestiona y nos cuestiona desde la raíz misma de su propio pensamiento. Con rigor, sin asomo alguno de pedantería, y apelando a ese sentimiento que hace que la vida no sea sino una experiencia única y fascinante, y donde el sentido de nuestra historia no depende de otra cosa que de nuestro propio impulso creador.

Tal vez, en el aire postrero de cualquier vida, en los muchos avatares de nuestra peripecia, no quede sino un sabor a derrota: amargura del alma que sabe no cumplida su ansia. Mas de esa falta, de esa quimera truncada, brotará el deseo que hará de cuanto hoy parece imposible un futuro transitable.

Notas

1 Garzón, B. (2020). La Encrucijada. Ideas y valores frente a la indiferencia. Barcelona: Ediciones Carena, p. 27.
2 Ibidem, pp. 34-35.
3 Ibidem, p. 93.