Así podemos dividir al mundo; en tres categorías en las cuales todos tenemos cabida, lo queramos, o no. De una vez me coloco del lado de los buenos, no faltaba más, aunque sé que los que están del otro lado, por llevar la contraria, y los que están en el medio, según su conveniencia, posiblemente me cambien de bando. Lo acepto. También quiero dejar sentado que, en el fondo, prefiero a los malos que a los otros.

La humanidad está viviendo una crisis terrible, hasta el punto de que algunos opinan que estamos inmersos en la Tercera Guerra Mundial. Poco a poco se están destruyendo los principios y valores que han fundamentado el proceder de los que estamos en mi bando. Los del otro, sostienen que esos principios y valores vulneran sus derechos y arremeten sin piedad contra ellos, apuntalándose en sus propios seguidores y en la desidia de muchos que, mientras no se vean afectados, voltearán la mirada para otro lado. No se han dado cuenta de que, tarde o temprano, les tocará su turno. La historia, la verdadera historia, no miente.

Yo defino la situación que vivimos —no soy original al hacerlo— como una lucha del mal en contra del bien; una lucha bastante desigual porque el mal usa armas que el bien tiene vedadas: la mentira y la violencia. Por eso es tan difícil, y generalmente inútil, enfrentarse a un mentiroso con la verdad, a un violento con razones o a un dictador con democracia. La situación se complica aún más cuando el mal ejerce una posición de poder. Hoy en día, se ha apoderado del monopolio de la violencia y acusa al bien de usarla echando mano al arma de la mentira. También se ha apoderado de la mentira y usa la violencia, física o mental, para imponerla.

Rousseau sostenía que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. He escuchado afirmar que nace malo y la sociedad lo vuelve peor; también que nace como una «hoja en blanco», que se va amoldando a su herencia cultural y a la influencia de la sociedad, siendo la familia el núcleo fundamental. Es innegable que la familia, en primer lugar, y la sociedad, el entorno, ejercen su influencia en los niños y adolescentes. Por eso, mucho de la estrategia del mal consiste en penetrar en las mentes en desarrollo a través del adoctrinamiento, en contraposición con la educación, cuando tiene la posibilidad de hacerlo. Los medios de comunicación, que están alineados con esta estrategia, y las redes sociales son parte esencial de ella y ejercen una gran influencia que solo puede ser contrarrestada dentro del seno de la familia y en los institutos educativos que mantienen los valores tradicionales.

La familia es el núcleo de la sociedad y esto no es una frase bonita sino una realidad reconocida y protegida tradicionalmente, incluso por algunos regímenes de corte socialista. No en balde, la lucha del mal contra el bien se focaliza, en primer lugar, en la destrucción de la institución familiar. ¿Qué debemos hacer las fuerzas del bien? Muy simple: fortalecer la familia, cultivar los valores tradicionales a través de la palabra y del ejemplo, oponernos con la fuerza de los argumentos a quienes pretenden destruirla. No quedarnos callados, que es la posición de «los otros». Yo estoy convencido de que los que pensamos de esta forma somos una gran mayoría, pero no hacemos tanto ruido como quienes la atacan.

El derecho a la vida es el derecho humano por excelencia. Sin él, aunque suene a perogrullada, no existen los demás. Las fuerzas del mal también arremeten contra este derecho fundamental y ya es común que grupos terroristas y regímenes alineados con las fuerzas del mal, directamente o a través de mercenarios, asesinen a sus oponentes o incluso a inocentes para sembrar el pánico. Es parte de su estrategia de violencia y le da muy buenos resultados, porque sembrando el terror someten a las mentes débiles. Es entendible, aunque no justificable, esta estrategia para quienes piensan que «el fin justifica los medios». Lo que no se entiende es que personas, instituciones o gobernantes, estos en nombre de sus ciudadanos, se mantengan pasivos o neutrales ante situaciones de crímenes de lesa humanidad y acudan a argumentos banales como «la autodeterminación de los pueblos», siendo que los organismos que debieran representar y proteger a la humanidad han acordado mecanismos para evitar o actuar ante estas situaciones. Situarse en el medio es colocarse del lado del mal y los hace cómplices.

En mi mente nunca ha tenido cabida la idea de que criminales en serie, personajes que asesinaron sin piedad a quienes no estaban de acuerdo con sus ideas, que hicieron del odio su bandera, sean exaltados como héroes y su imagen usada en nombre de la libertad de los pueblos. Es un contrasentido que apuntala la lucha del mal contra el bien e incita a odiar, a destruir moral y físicamente a quien piensa distinto.

La defensa de la vida debe constituirse, junto con el afianzamiento de la familia como base de la sociedad, en las principales banderas de quienes luchamos por que se imponga el bien.

Muchas personas son conscientes de esta realidad y no saben qué hacer. Es normal. El problema es tan grave que los abruma. Yo siempre les digo que cualquier cosa que hagan, por pequeña que sea, es un aporte y es mejor que no hacer nada. Es posible que yo no pueda cambiar al mundo, pero definitivamente si puedo cambiar mi entorno con mis acciones, mis palabras, mi ejemplo. Y la suma de estos esfuerzos, el mío y el tuyo y el de tantos otros, tiene un efecto positivo que podría crecer exponencialmente si nos lo proponemos.

Una forma muy simple de hacer el bien es no hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Esa frase tan usada resume en el fondo una gran verdad y una excelente estrategia. A veces, nos dejamos llevar por las emociones del momento como respuesta inconsciente ante un estímulo. No puedo evitar enojarme cuando me insultan, por ejemplo, pero si puedo decidir cómo reaccionar. Si lo hago con otro insulto estoy haciendo justo lo que no me gusta que me hagan a mí, lo que me iguala al agresor. Manejar las emociones es fundamental para hacer el bien. Decidir qué es lo correcto ante cualquier situación y actuar en consecuencia nos humaniza y es un excelente ejemplo para nuestro entorno.

Todos tenemos un conjunto de principios y valores que guían nuestro proceder. Son ellos los que nos avisan con tiempo si lo que pensamos hacer es «bueno» o «malo». Robar una moneda, o un millón, es igual de malo por definición. Si entre nuestros valores se encuentra la «honestidad» y justificamos la acción por lo pequeño de ella, estamos abriendo una brecha que tiende a ensancharse si no nos detenemos. Por eso debemos ser consecuentes y consistentes cuando se trata de nuestros principios y valores. Hacer caso omiso de una señal de tránsito, mentir para obtener un beneficio, justificar una mala acción con argumentos lógicos, dejar pasar actos reprobables por parte de otros, abstenernos de defender nuestros derechos cuando somos llamados a hacerlo, ser indiferentes ante la maldad, por pequeña que nos parezca, pueden parecer actos de poca trascendencia, pero su repetición abre las brechas ya mencionadas.

A veces, nos unimos al mal creyendo que lo hacemos al bien. Las tácticas que el mal usa para que hagamos esto son cada vez más refinadas. Movimientos organizados o espontáneos —se ha demostrado que muchos de ellos también son organizados y debidamente financiados— con unos títulos que tienen sentido y que incitan a apoyarlos pueden esconder fines que buscan destruir algunos de los principios y valores tradicionales. Cualquier movimiento, no importa su título o el enunciado de sus objetivos, que use la violencia como arma debe ser considerado sospechoso. Si, además, descubrimos que también usan la mentira para manipular, debemos activar todas las alarmas. También es conveniente investigar quiénes están detrás de ellos, quiénes los financian, quiénes los apoyan y a quienes apoyan ellos.

Un aspecto muy importante que considerar es el concerniente a las redes sociales y el entretenimiento a distancia. Ellas son un moderno «caballo de Troya», que está siendo usado para penetrar en la mente de las personas, principalmente de los niños y jóvenes. Causan impresión, y preocupación, las estadísticas en cuanto al número de horas que una persona promedio dedica a esta actividad. Las nuevas tecnologías nos dan acceso a información, a la cultura, a la formación, al entretenimiento, de forma instantánea. Las redes sociales están siendo usadas también para desinformar, manipular y conducir la opinión pública a través de mensajes hábilmente diseñados. Es importante que las fuerzas del bien no nos hagamos eco de esta moderna forma de penetrar en nuestra mente. Como regla general, solo deberíamos originar y compartir mensajes que tengan un efecto positivo, constructivo. También debemos educar a los jóvenes, y a los que no lo son, en evitar el acto fácil y a veces automático de dar un «me gusta» o un «compartir» sin antes haber analizado si estamos haciendo un aporte al bien o al mal.

Pareciera que el mal le está ganando la batalla al bien. Los que critican la intolerancia pasan a ser los más intolerantes y, usando las armas de la violencia y la mentira, pretenden acabar con los símbolos que representan los valores de una sociedad que luce indefensa. La destrucción de estatuas, imágenes, símbolos, lugares de culto, que representan valores culturales y religiosos, se hacen cada vez más comunes ante la indiferencia de muchos y la complicidad o el patrocinio de gobernantes cuyo objetivo principal es la transformación de la sociedad en un rebaño de seres ignorantes que dependan de las migajas que reciben y no de su propio esfuerzo. Esta es una utopía que ha fracasado históricamente, pero ha sido muy exitosa para el bienestar personal de las élites que la promueven.

Una de las estrategias más comunes, y más exitosas, del mal, consiste en manipular el lenguaje. El lenguaje es generativo, es el precedente de las acciones y es uno de los depositarios de nuestra herencia cultural. Los seres humanos construimos, le damos forma a nuestras ideas primero en la mente a través del lenguaje. También le damos nombre a los símbolos que representan nuestra cultura, nuestra herencia, nuestros valores. Cuando las fuerzas del mal manipulan el lenguaje, a través de estrategias como darles nuevas denominaciones a instituciones, lugares, símbolos, están destruyendo, no las palabras, sino un bagaje cultural que pretende ser sustituido por el que ellos propugnan. Lo que han denominado el «lenguaje inclusivo», contrario a las normas elementales del lenguaje que hemos adquirido por herencia, no es más que una forma de incitar al odio. También el lenguaje es usado para cambiar la historia y construir una nueva y conveniente. La manipulación del lenguaje es la punta de lanza de la guerra psicológica tan efectiva que usan las fuerzas del mal.

La lucha del mal contra el bien es un tema de nunca acabar, es cíclico, fundamental para el futuro de la sociedad. El mal no duerme. Cuando da un paso atrás, lo hace para tomar impulso. Su objetivo principal es tu mente, porque de allí parte la destrucción de lo bueno que puede haber en ella. Los otros, los indiferentes, son fáciles de manipular porque no ven más allá de sus narices y se prestan con facilidad a hacer el juego del mal. El bien carece de las armas del mal, pero tiene la más potente que es la convicción de sus principios y valores y la capacidad de aplicarlos en su entorno más íntimo y en su área de influencia, no importa lo reducido o lo amplio que este sea.

La frase de Martin Luther King sigue hoy en plena vigencia: «Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos». La coyuntura actual nos obliga a tomar partido, a no quedarnos callados, a defender nuestra herencia cultural, nuestros principios y valores. No hacerlo, colocarnos en el medio, es lo mismo que colocarnos del lado del mal.