El Medio Oriente y sus crisis recurrentes siguen de actualidad, para bien o para mal. Esta vez, el denominado «Acuerdo de Abraham», en consideración al Padre de las tres religiones principales de los participantes, ha sido audaz y sorpresivo. Materializa acercamientos informales entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, y algunas iniciativas del plan de Trump para la paz. Nada trascendió de tales acercamientos, y el plan para sus opositores fue una idea para revitalizar su reelección. Objetivamente resulta alentador, aunque con obstáculos enormes. Las voces contrarias no se han hecho esperar, algo nada extraño en esa región dividida ancestralmente.

El primer ministro Benjamín Netanyahu, luego de una década sigue, aunque sólo hasta noviembre de 2021, según el acuerdo con el Likud, en que gobernará el actual primer ministro alterno, Benny Gantz. Un gobierno a plazo, pues no se lograron las mayorías en tres elecciones. Es la única democracia parlamentaria de la región, y enfrenta acusaciones. Una coalición precaria que cualquier imprevisto podría romper. Netanyahu renuncia temporalmente a las anexiones en Cisjordania. Gantz, enfatiza lo provisorio y no renuncia impulsarlas. Habrá que superar muchas oposiciones internas, y afrontar levantamientos, ataques desde Gaza, como ya sucede, con la predecible respuesta fuerte de Israel. En ello no habrá cambios sustantivos, salvo en lo bilateral con los Emiratos, y su potencial económico-comercial que les beneficiaría mutuamente. No representa una solución integral al problema con Palestina, y hasta puede agudizarlo.

Los Emiratos Árabes Unidos es la única Unión de Estados vigente desde 1971. Agrupa siete emiratos independientes en la península árabe, en el sector más angosto del hoy conflictivo Golfo Pérsico, para Irán, o Árabe para ellos, y donde ocurren repetidos actos de hostilidad recíprocos. La integran Abu Dabi, Ajmán, Dubái, Fuyaira, Ras al-Jaima, Sarja y Umm al-Qaywayn. Dejaron de formar parte de ella Catar y Baréin, aunque mantienen estrechos vínculos. Son inmensamente ricos, no sólo en gas y petróleo, sino por una economía abierta a las inversiones y los negocios, muy amplia, y que les ha permitido uno de los desarrollos económicos y urbanísticos más acelerados del mundo. Preside los EAU el jeque Jalifa bin Zayed Al-Nahayan (Abu Dabi), y el vicepresidente y primer ministro es Mohammed bin Rashid Al Maktoum (Dubái) desde julio de este año. Ha consentido el acuerdo el príncipe heredero, Mohammed bin Zayed (Abu Dabi).

Promovido por Trump, lo ha calificado de trascendente e histórico, pese a los desafíos, por los beneficios recíprocos para sus partes, y lo muestra como un logro, en medio de una difícil campaña electoral. No hay certeza de que incidirá en ella, o se apreciará ser otra aventura llamativa, como con Corea del Norte. Para Biden, si gana, le será difícil oponerse, dado el tradicional apoyo norteamericano a Israel, tan evidenciado en la Administración de Trump.

Sus objetivos contemplan convenios bilaterales, inversiones, turismo, vuelos directos, seguridad, telecomunicaciones, tecnología, energía, salud, cultura, medio ambiente, y cooperación. Se establecen plenas relaciones diplomáticas y acreditarán embajadas entre Israel y los Emiratos. Son propósitos ambiciosos que han recibido el apoyo de europeos, Egipto, y del Secretario General de Naciones Unidas, como una esperanza para las estancadas negociaciones sobre el Medio Oriente. Jordania, que mantiene relaciones con Israel, no lo respalda. De materializarse y permanecer en el tiempo, es un aporte para la paz y cooperación entre enemigos tradicionales, en vez de profundizar las habituales confrontaciones.

Muchos países árabes se oponen fuertemente, y han convocado la Liga de Estados Árabes, y la Conferencia Islámica. Temen que los debilite y divida todavía más. Potencias como China o Rusia, como era de esperar, están en contra, pues implica un cambio estratégico para sus intereses en el mundo árabe. Son décadas de enfrentamientos entre Palestina e Israel, que no han mermado, ni alcanzado una solución perdurable. Algunos preferirían que todo siguiera igual, pues les permite desarrollar posiciones coincidentes con las potencias, y sacar ventajas propias. El largo conflicto e innumerables factores en juego, hacen que cualquier intento de una solución integral y satisfactoria para todas las partes, en las actuales circunstancias, resulte irreal. Ni Israel desaparecerá, como muchos árabes radicalizados desean, ni Palestina obtiene satisfacción a sus demandas, pues no participa en el acuerdo, y sólo estaría indirectamente beneficiada por el compromiso momentáneo de Israel de no anexar asentamientos en Cisjordania.

Por su parte, las pugnas entre las potencias aumentan y se extienden a múltiples campos, además de sumarse otros actores, como Irán o Turquía, que inciden en Siria, Líbano y otros cercanos. Sólo les une el antiterrorismo del Estado Islámico, controlado como tal, pero vigente en acciones individuales, y evidente penetración en algunos movimientos radicales que subsisten. Por ello, los sucesivos planes de paz, tan laboriosamente intentados, son bruscamente paralizados por cualquier atentado, intifada, o enfrentamiento entre las facciones en disputa. La división entre la Autoridad Palestina y los sectores controlados por musulmanes radicales, como Hamás en Gaza, o Hezbolá en Líbano, ya es larga y costosa, donde ninguna de las partes se ha visto beneficiada o victoriosa sobre la otra. Son los jóvenes palestinos los que preferentemente la padecen, y su lucha pareciera no tener fin. El presidente Mahmud Abás, no puede actuar unificado, y capaz de logros.

La Autoridad ha calificado el acuerdo como una «traición», una «puñalada en la espalda», una agresión contra el pueblo palestino y las decisiones de las cumbres árabes, o la santidad de Jerusalén. No intervinieron, han cortado toda relación con Trump, e Israel como enemigo es su mejor carta de unidad y obtención de apoyo internacional a su causa. Su enojo era predecible.

Algunos países árabes lo saben muy bien y la legítima causa palestina termina por servir más a sus propios intereses que al Estado Palestino, continuamente martirizado. Ahí está la prueba de que jamás han triunfado en una guerra con Israel, y menos llegado a la paz. Se puede decir algo similar respecto a las potencias, que la incorporan entre sus cálculos estratégicos. La división del mundo árabe se profundiza, dado el frío pragmatismo de los emires, incluso confrontados con otros, tal vez cansados de actuar a favor de Palestina, sin resultados. Arabia Saudita será vital, e improbable que lo respalde claramente, al igual que otros de la región.

Ha sido un paso de paz importante, aunque sólo involucre a sus partícipes, y seguramente deberá sortear poderosos detractores.