La palabra (el texto) es un cruce de palabras (de textos) en que se lee al menos otra palabra (texto). […] Todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. (Kristeva, 1978, p. 190).

Mucho antes de que Julia Kristeva popularizara el concepto de la intertextualidad, este ya podía intuirse en La abadía de Northanger (1817), tal vez la novela más infravalorada de Jane Austen. Textos dentro de textos, dentro de textos; parodias dentro de parodias; sospechas que giran en círculo y se muerden la cola… La abadía de Northanger es un laberinto de espejos, un diálogo constante con otros textos y consigo mismo que hay que desengranar. Y, en el centro de todo esto, Catherine Morland, configurada voluntaria e involuntariamente como texto, como lectora y como autora.

Los personajes de La abadía se construyen todos como texto que debe ser leído, pero Catherine destaca, precisamente, porque, a primera vista, es el único personaje que no sabe leer, ni leerse. Si leer es interpretar correctamente (siempre que correctamente quiera decir con exactitud), Catherine solo puede fracasar; su método de interpretación consiste en deducir la realidad basándose en sus propios deseos y sentimientos, y no en una deducción racional, guiada por los detalles del mundo exterior.

Catherine proyecta su mundo interior con la esperanza de verlo reflejado en el mundo que la rodea y de ahí que, a menudo, acabe decepcionada con la respuesta que le ofrece la realidad. Sin embargo, el instinto de Catherine para leer e interpretar el mundo que la rodea es más fuerte que su propia ignorancia y, por eso, no podemos tacharla de mala lectora sin más. A fin de cuentas, sus sospechas acerca de la naturaleza cruel del General Tilney, aunque no exactas, no interpretan erróneamente su carácter ni exageran su crueldad (Austen, 2007, 285).

No hay lectura sin interpretación y, sobre todo, no hay lectura sin absorción de texto. Catherine Morland —al igual que Isabella Thorpe y que Henry Tilney— es asimilación de texto; en su discurso se cruzan los discursos de los textos que ha leído, pero, sobre todo, los discursos de los personajes con los que interactúa.

Empecemos por la influencia de Isabella Thorpe. Isabella es un personaje engañoso, cuyo discurso se caracteriza siempre por reproducir los discursos dramáticos propios de las heroínas de la novela sentimental. La primera pregunta que deberíamos hacernos, entonces, como lectores (pregunta que debería hacerse también Catherine) es: ¿son realmente suyas las palabras que salen de su boca? Isabella se codifica a sí misma como personaje, es texto dentro de texto y, al principio, Catherine se muestra dispuesta a dejarse engañar por los discursos grandilocuentes de Isabella Thorpe.

Catherine no sabe distinguir entre Isabella, la persona, e Isabella, el personaje, puesto que, en Bath, Catherine aún no tiene los recursos necesarios para leer a Isabella como texto y, por mucho que la novela no tarde en señalar que Isabella es un personaje sospechoso y la propia Catherine se percate de ello, la lectura superficial que hace de las personas le impide interpretar correctamente lo que lee. Eso no impide, sin embargo, que rápidamente adopte algunas de sus expresiones y muletillas, como no tarda en señalarnos Henry Tilney al corregir la imprecisión de lenguaje de Catherine, que usa amazingly como sinónimo de exceedingly (Austen y Shapard, 2013, 221), lo cual es un ejemplo de las costumbres características de Isabella, cuyo uso del lenguaje es descuidado en el mejor de los casos.

Tanto Isabella Thorpe como Henry Tilney son capaces de leer y recrear una realidad basada en las convenciones de la novela gótica y sentimental; Isabella para aumentar su atractivo y cazar marido, Henry para entretenerse a costa de los demás. Para Catherine, estas vacaciones en Bath y su viaje a la abadía de Northanger no solo constituyen un coming of age, sino también un curso avanzado en análisis y crítica literaria. En vez de leer a Bajtín y a Kristeva, Catherine tiene por maestros a sus amigos.

Y es que, ¿cómo puede Catherine, pragmática y realista, consciente de la vida real y de sus convenciones sociales, desarrollar ese agudo caso de bovaritis? La Catherine Morland que llega a Bath carece de imaginación y de bagaje literario para leer el mundo en los términos de literatura gótica; pero la Catherine que atraviesa las puertas de la abadía ha asimilado completamente los discursos ajenos. Lectora de novela gótica y sentimental y pupila de Isabella y Henry, la Catherine capaz de sospechar del General Tilney y de acusarlo de atrocidades innombrables es, ante todo, asimilación de texto.

Se puede ser lector sin ser escritor, pero no escritor sin ser lector. Catherine primero absorbe el discurso de Henry Tilney, para luego emularlo (tanto a él como a Isabella) e intentar convertirse en autora de su propia realidad. Todo empieza con la clara parcialidad que Catherine demuestra por Henry y sigue con el paseo que Catherine comparte con los hermanos Tilney. En este paseo, Catherine supone y acusa a Henry de no leer novelas porque se considera un género femenino, poco serio y adecuado para hombres inteligentes y de buen gusto. Henry, para sorpresa de Catherine, admite ser un ávido lector de novelas, específicamente de novelas góticas, las predilectas de Catherine, pero lo que verdaderamente nos interesa son las palabras exactas que usa Catherine: «Porque no es un género que suela agradar a las personas inteligentes. Los caballeros, sobre todo, gustan de lecturas más serias» (Austen, 2007, p. 120); y en inglés: «Because they are not clever enough for you—gentlemen read better books» (Austen, 2013, p. 218).

Catherine demuestra aquí que no solo considera a Henry inteligente, además lo considera más inteligente que ella. Para Catherine, la visión que tiene Henry del mundo debe ser la correcta —«Henry Tilney must know best» (Austen, 2013, p. 304)—, y poco a poco la va adoptando. Desde sus opiniones acerca de lo pintoresco, hasta sus historias de terror, Catherine va absorbiendo las ideas que Henry Tilney le va proporcionando, y este se alza como su guía, su maestro y su modelo a seguir.

La humillación de Catherine al confesar sus sospechas acerca de la crueldad del padre de Henry, aunque necesaria para su crecimiento personal, es el ejemplo más evidente de la influencia de Henry sobre Catherine. De camino a Northanger, Henry inventa un cuento de terror en el que Catherine es la protagonista, pero la línea que separa la realidad de la ficción pronto empieza a desdibujarse. Catherine se desdobla en la Catherine de «carne y huesos», y la Catherine del relato de Henry. Por ello experimenta la llegada a Northanger por partida doble: como personaje creado por Henry, y como personaje creado por Austen. Y cuando la Catherine de Austen se descubre viviendo las mismas experiencias que la Catherine de Henry, ambas se funden en un mismo papel: la Catherine de novela gótica propiamente dicha. A partir de aquí, Catherine ya no solo lee el mundo que la rodea, sino que intenta convertirse en autora de su propia realidad al reescribir al General Tilney en el papel de villano sádico.

El paso de Catherine de lectora a narradora no se entiende sin la influencia literaria de Henry. De hecho, resulta extraña la precisión con la que Henry es capaz de leer a Catherine; cuando la descubre en los aposentos de su difunta madre, Henry no tarda en llegar a la conclusión acertada de que Catherine sospecha que el General Tilney es un asesino. Y eso que Catherine en ningún momento confiesa dichas sospechas; lo máximo que se atreve a murmurar es: «Su muerte repentina […], la ausencia de usted…, de todos en aquellos momentos. El hecho de que su padre, según creí deducir, no la amaba mucho…» (Austen, 2007, p. 223).

¿Cómo puede Henry llegar a la conclusión de que Catherine cree que el General Tilney es un asesino a partir de esa interacción? La imaginación de Henry es tanto o más activa que la de Catherine y, no solo sabe leerla acertadamente, sino que sus pensamientos son afines; Henry se reconoce en ella, ve reflejado su discurso en las sospechas de Catherine. Henry es el constructor del relato que Catherine adopta y reescribe para intentar entender una realidad (la tiranía del General) que se le escapa.

Tal vez el pecado de Catherine no sea realmente leer mal, puesto que su humillación se ve resarcida al confirmarse que el General Tilney es, de hecho, el equivalente de un villano de novela gótica reconfigurado en la cotidianidad; tal vez el pecado de Catherine sea realmente atreverse a escribir su propia realidad. A fin de cuentas, los únicos dos personajes castigados por atreverse a tomar control del relato de sus vidas son Isabella y Catherine, pero eso es un tema para otro día.

Notas

Austen, J. (2007). La abadía de Northanger (4a ed.). Barcelona: DeBolsillo.
Austen, J., y Shapard, D. M. (2013). The Annotated Northanger Abbey. New York: Anchor Books.
Kristeva, J. (1978). Sèméiotikè. Semiótica 1 (2a ed.). Madrid: Editorial Fundamentos.