Si hay algo que lo que llevamos de 2020 nos ha dejado claro es la importancia de las áreas claves no sólo para el progreso de la civilización, sino para la vida en sociedad. La sanidad, la educación y la agricultura se han convertido en auténticos pilares de la sociedad en pleno confinamiento masivo y han mostrado su importancia no sólo hacia el futuro, sino en el momento presente. No son lujos, responden o atienden a necesidades tan primarias como poder alimentarnos, poder estar sanos o disfrutar de una buena calidad de vida y poder desarrollarnos en toda la potencialidad de nuestro carácter e intereses. De nuestra potencialidad como seres pensantes y emocionales. Es curioso que en circunstancias normales no fuéramos capaces de darles la importancia debida, quizá porque los dábamos por supuestos. Algo dado como la libertad, la paz o los derechos humanos. Conquistas de la evolución de la historia humana que no han estado ahí siempre. Es más, hasta hoy en día su defensa y su ejercicio requiere un esfuerzo, un sacrificio –más en algunas sociedades o culturas que en otras- que es real.

Centrándonos en la educación, en el año 1983 el psicólogo, investigador y profesor de la Universidad de Harvard Howard Gardner - Premio Príncipe de Asturias 2011 de Ciencias Sociales – presentó una teoría revolucionaria hasta el momento: la teoría de las Inteligencias Múltiples. Es decir, se enfrentó a un marco tradicional de la educación en la sociedad industrial en la que se valora un modelo educativo único para todos en el que se asegure que los individuos más dotados accedan a los niveles superiores de formación, pero también que el grueso de individuos adquiera un conocimiento básico de la forma más eficaz posible, eliminando las diferencias individuales y utilizando un instrumento – el test de coeficiente de inteligencia (CI) desarrollado en la primera década del siglo XX- para medir su capacidad sobre todo en dos áreas: lingüística y lógico- matemática.

Pero la inteligencia es mucho más que la capacidad de responder a un test y no todos somos iguales ni tenemos las mismas inquietudes. Frente a la eliminación de las diferencias, Gardner propone un concepto más amplio de inteligencia con al menos hasta siete capacidades distintas. Él destaca que la inteligencia es un potencial biopsicológico, en el que todos los miembros de la especie poseen la capacidad para ejercer un conjunto de facultades intelectuales distintas con su entorno, como la información social y emocional que cada individuo recoge a partir de la relación con otras personas o las señales lingüísticas que produce u oye para comunicarse. Aquí entra también la capacidad cinética de un bailarín o de un deportista, la capacidad interpersonal de un psicólogo que analiza las emociones y da a sus pacientes herramientas para gestionar su crecimiento personal o la capacidad de resolución de problemas espaciales de un ajedrecista. La cuestión es que todos tenemos esas capacidades, aunque estén adormiladas e infrautilizadas por un sistema educativo arcaico que prima o fomenta sólo dos de ellas y nos somete a la tiranía de la evaluación y las cifras. Todo en pro de la eficiencia y del sometimiento a las leyes del mercado, sin fomentar demasiado el pensamiento crítico.

En una sociedad en plena transformación de la revolución digital, este descubrimiento es clave para desarrollar un tipo de educación personalizada, en coordinación con las familias y la sociedad en su conjunto, en la que en vez de gestionar un currículum único, se gestionen capacidades distintas para un futuro trabajo más enriquecedor pero también más complejo. Porque en un mundo más global, diverso y digitalizado necesitamos sacar lo mejor de nosotros mismos para afrontar los retos que puedan venir y que sin duda llegarán. Porque vivimos en la incertidumbre y para sortearla sólo podemos ayudarnos de la colaboración y la capacidad creativa de la mente humana. En este caso has sido un virus minúsculo el que ha puesto de manifiesto los fallos del sistema.

Por ello, necesitamos construir confianza y colaboración en que formando equipos multidisciplinares hechos por personas con inquietudes, competencias e inteligencias e inquietudes distintas podremos ser mucho más creativos y construir soluciones mucho más eficientes que las que puedan comprar el dinero del contribuyente sufrido y las veleidades políticas del momento. Ha llegado la hora de poner en alza un nuevo sistema educativo para progresar en la formación de seres mucho más libres, conscientes de su potencial y también de su responsabilidad para con la comunidad y con valores distintos a la vida por los 15 minutos de fama de Andy Warhol o todo por dinero de los yuppies de los 80 y 90. Hacia un mundo más respetuoso, colaborativo pero también complejo. Con otro concepto de lo que es el éxito, sabiendo que llegar a dominar una materia cuesta tanto que requiere un trabajo de perseverancia en la formación que durará toda la vida.

Los genios no lo son por casualidad, sino porque conocen bien su potencial, lo trabajan, se permiten fracasar y avanzar en el camino de su carrera. Nada es gratis aunque el storytelling oficial nos indique que todo podemos hacerlo sin esfuerzo. Eso es, sencillamente, mentira.