La estupidez insiste siempre.

(«La peste», Albert Camus)

1

Le bloquearon el paso. Se pusieron en fila en el vestíbulo de la entrada y no la dejaron pasar. Iban armados con sus aerosoles y desinfectantes. Uno de ellos llevaba una esponja que apestaba a cloro. El movimiento se gestó en forma estratégica. En el chat que tenemos en el edificio, Patricia, una de las vocales administrativas del edificio, empezó a conminar a los vecinos para que despidiéramos a las personas de limpieza y fuéramos nosotros, desde nuestro confinamiento, las que nos encargamos de las labores domésticas de nuestros departamentos y de las áreas comunes que nos quedaran cerca.

Don Tomás, el conserje y velador del edificio, fue el primero en recibir la sentencia de la junta administrativa del edificio. Se le dio un sobre con los billetes exactos que sumaban justo una quincena de sueldo y un ya no venga, por favor, es por su bien y por el de todos nosotros. Pero, si yo no entro a sus casas, si yo hago la limpieza por las noches, cuando ustedes duermen, si ni me tienen que ver. Váyase, Don Tomás, ya regresará cuando acabe la pandemia. ¿Y eso, cuándo será? Patricia elevó los hombros y terminó la conversación agitando la mano, guardando una sana distancia.

Se fue Don Tomás con la postura jorobada, haciendo cuentas, imaginando cómo le haría para estirar el contenido del sobre para sobrevivir la pandemia. Los integrantes de la junta directiva suspiraron con alivio: una fuente de contagio menos. La siguiente sería ella, ni modo, es por el bien de todos. El problema es que Eulalio no mostraba mucho entusiasmo para despedir a la enfermera que cuidaba a su padre. Qué fácil es opinar desde el extranjero. Lo siento, Chayito tiene que seguir ahí, cuidando a papá. Yo no lo puedo hacer, las fronteras están cerradas.

2

Patricia se despierta temprano, se echa gel antibacterial en las manos y se talla con entusiasmo. Abre las cobijas y sale de la cama. Va al baño. Abre la llave del agua, se moja las manos y vuelve a cerrar el grifo para que no se desperdicie el agua, se frota el jabón en las palmas hasta hacer espuma, se enjabona el dorso y se restriega los dedos uno a uno durante veinte segundos. Para estar segura de que son los veinte segundos, canta Feliz cumpleaños a ti, varias veces. Vuelve a abrir la llave de agua y se enjuaga. Agita las manos con fuerza y jala una toalla limpia para secarse. ¿Y si la toalla no está limpia? No hay que correr riesgos, se vuelve a lavar las manos.

Frente al espejo del baño, se empieza a peinar. Le dijeron en alguno de los chats que tenía que recogerse el pelo y hacerse un chongo de bolita para que el virus no se le pegara al pelo. Sí, peinada de esa forma no se ve muy bien, la cara se le alarga y las arrugas alrededor de labios y ojos se hacen más evidentes. Como en otro chat le dijeron que no hay que dejar de arreglarse, se pinta los labios de un rojo intenso, se perfuma y queda lista para empezar el día.

Prepara café y se pone a coser tapabocas para regalar a las enfermeras y a los médicos que están en el hospital regional atendiendo a los enfermos. Ya terminó de hacer las caretas de acetato que se usan como máscaras protectoras contra estornudos. Esas ya están listas para que las pasen a recoger y las lleven a médicos y enfermeras que tanto las necesitan. Se tiene que apurar con los tapabocas. Entre puntada y puntada decide que ya es tiempo de ponerse manos a la obra y resolver el tema de Chayito, la cuidadora de Don Eulalio, el anciano del departamento 8.

La chica es un foco de infección, va y viene todos los días. Sabrá Dios lo que pisa, los lugares en los que se mete, la gente con la que está en contacto durante el trayecto. Como dice Pilirín, la del departamento 10, ninguna precaución sobra. Escribe en el chat de vecinos y les propone poner fin a esta situación. Se sorprende de que no todos estemos de acuerdo.

3

Chayito es una mujer regordeta, de piel muy blanca, pelo muy corto y sonrisa fácil. Imposible calcularle la edad: podría tener cuarenta o sesenta. Desde que empezó la pandemia, ella daba gracias a Dios porque el joven Eulalio no había fallado con el pago de sus quincenas. A esas alturas, ya era la única de la familia que conservaba su empleo. Los ahorros que se hicieron en tiempos de vacas gordas —que más bien eran algo esbeltas—, iban disminuyendo con una rapidez inexplicable. Ya era absurdo pensar en recortar otros gastos, lo que seguía era dejar de pagar, pero no conseguía quitarle a su familia la costumbre de comer, de llevarse un bocado al día para aplacar el hambre.

Así que, lo de menos eran los gritos de Don Eulalio que todos los días se olvidaba de quién era ella. Todos los día se enojaba al verla entrar y ella le tenía que recordar que era la cuidadora.

A veces le gritaba, ni modo. Además, le tenía aprecio. Le preocupaba esa ansiedad que le daba por salir de casa y aporrear la puerta. Tenía que ingeniárselas para mantenerlo en calma y que los vecinos del condominio no se quejaran del ruido. A veces era sencillo, le decía que ya habían salido y se lo creía. Otras, no se tragaba el veinte. Por lo general, se ponían juntos a ver por la ventana.

Por donde se le vea, Chayito está segura de que no puede perder su trabajo y lo va a defender, estoy segura.

4

Pilirín le manda un mensaje privado a Patricia, antes de hacerlo en el chat del edificio en el que sólo se tratan asuntos sobre cuestiones administrativas y de bienestar común. Se sintió tan mal cuando la censuraron por mandar mensajes de buenos días, de bendiciones y cadenas de salvación. Este chat se usa exclusivamente para temas del buen funcionar de nuestra comunidad, le dijeron. Así que ahora, prefiere consultar en privado con Patricia antes de volverse a equivocar. Ni por equivocación quiere sentirse fuera de lugar, le da pánico quedarse fuera.

Aunque debe decir que extraña la ayuda de Gloria y hay momentos en los que se arrepiente de haberle pedido que dejara de venir. Total, de todas formas le seguía pagando, menos, casi una cuarta parte. Preferiría pagar todo completo y contar con su ayuda. Agita los brazos por encima de su cabeza para espantar esos malos pensamientos. En el otro chat le dijeron que esta pandemia nos tenía que enseñar algo, a lo mejor lo que ella tenía que aprender era a lavar los escusados.

Patricia le contesta el mensaje privado. Huy, que alivio. Está de acuerdo. Llamará a su hermano que está en el Ejército y le prohibirán la entrada a la enfermera esa que está tan necia. Ellos formarán un cerco sanitario en el vestíbulo con los vecinos que se sumen y él estará afuera por lo que se ofrezca. Lo pone en el chat de los vecinos. Algunos decimos que esa es una mala idea.

5

Don Eulalio está sentado al borde de la cama, mira por la ventana. Las calles están vacías, no hay autos en el arroyo vehicular, no hay peatones en las aceras. El cielo está azul. Una parvada de golondrinas hace círculos. En los días soleados las corrientes de aire son notablemente más suaves, y ellas aprovechan de una forma instintiva para volar a mayor altura, ya que es ahí donde tienen mayor probabilidad de encontrar pareja lista para aparearse, para amarse.

Don Eulalio deduce que cuando las golondrinas vuelan bajo y es un día soleado, los mosquitos están a ras de suelo, porque en la altura hace viento: hará buen tiempo. Seguro no va a llover. Al ratito, podré salir a caminar, ¿por qué Lucila no me ha traído el desayuno? A lo mejor se fue a llevar a los niños a la escuela. Si no se apura, se me va a hacer tarde para llegar a trabajar. Seguro se quedó a platicar con las otras madres que llevan a sus hijos al jardín de niños.

6

No puedes pasar, regrésate a tu casa. Chayito mira una fila de personas disfrazadas como astronautas. Van con batas quirúrgicas, gorros, guantes, lentes y botas de las que se usan en el quirófano, llevan tapabocas y una careta de acetato que les cubre el rostro. No se les ve un milímetro de piel. Ella usa el tapabocas y la careta que le regaló la señora Patricia hace unos días. Los guardianes del edificio le apuntan con aerosoles, esponjas y desinfectantes.

Voy a pasar, es tarde y Don Eulalio tiene que desayunar, con permiso. No puedes pasar, regrésate a tu casa. Chayito se limpia el sudor de la frente y avanza dos pasos. El pelotón también. La enfermera se alisa la manga de su uniforme tan blanco. Los encara. Los mira directamente a los ojos y lentamente se despoja del tapabocas. Están en peligro.

Pilirín saca su teléfono, aprieta la tecla de marcación rápida, pide auxilio a su hermano que está fuera del edificio. Entra con un destacamento de soldados.

7

Chayito está en medio. Por un lado la apuntan con desinfectantes, por el otro con armas largas. Eleva las manos al techo. Con una seña, apunta al bolsillo de su suéter. ¿Puedo mostrarle mi permiso? El militar se acerca a ver el salvoconducto que debe ser personalizado e intransferible. La enfermera extiende el documento que sacó por internet, como marca el procedimiento, y se lo entrega junto con su identificación.

El militar lee la casilla de motivo, dentro del formulario. Asistencia a adultos mayores. Un relámpago le recorre el cuerpo. Cierra los ojos y asiente. Baja la cabeza frente a la enfermera.

Aprieta los dientes. Vámonos, ordena. Se vuelve a mirar a los astronautas: ¿En serio, gente, en esto nos hemos convertido?