Nació en agosto de 1632 en un pueblo cerca de Bristol, Inglaterra, y falleció en octubre de 1704. Obtuvo el título de médico en la Universidad de Oxford, y, sin embargo, pese a haber sido médico personal del rey Carlos II de Inglaterra, se orientó más a la filosofía, la política y la educación.

Su importancia reside en que se le considera el fundador del empirismo y del liberalismo y de la democracia liberal moderna. La razón de esto se debió a que le dio énfasis al siguiente enunciado: «todo en la naturaleza responde a un motivo o finalidad», para justificar esto, señaló (debido a su experiencia como médico) que la principal entrada de información al cerebro acerca de la realidad se produce a través de los sentidos.

Aquello que se percibe de la realidad, decía, no es más que una agrupación de imágenes sensoriales, pensamientos y sentimientos, y que con ayuda de la memoria conceptuamos como «ideas». Según él, esas ideas, ya sean sensoriales, emocionales o intelectuales existen adquiridas en nuestra conciencia y no hay nada innato, Nuestra vida, decía, está bajo un continuo bombardeo de impresiones concretas en los primeros años de nuestra vida como: frío o calor, alto o bajo, negro o blanco, animales diferentes, papá, mamá, hombre, mujer etc. En esa época las grabamos en nuestra memoria, las asociamos con otras hasta extraer de ellas ideas generales. Eso significa que primero nos hacemos una idea general de un objeto del exterior lo cual nos impresiona y se guarda en la memoria distinguiéndolo de otras cosas, hasta que con el tiempo aprendemos qué es y le damos un nombre como mamá, casa, perro, etc. Así es como construimos nuestras ideas y conocimientos.

Para Locke, los sentidos constituyen la mediación para adquirir conocimientos entre el mundo exterior y una persona. Según eso, Locke no acepta la capacidad del razonamiento humano para reconocer las cosas. Sin embargo, él contestaba a este interrogante de la siguiente manera: «No exactamente, yo reconozco que se puede llegar a través de la razón a todo tipo complicado de reflexiones de la mente sobre la realidad en que vivimos, pero el punto de partida de ese conocimiento se debe al conjunto de información recibida por el cerebro a través de los sentidos». De acuerdo con lo anterior, este filósofo no concibe que pueda haber ningún tipo de ideas innatas (que no requieran experiencia previa). A esto él respondía: «Exacto, para mí la mente del ser humano es como una pizarra en blanco sobre la que se van grabando todas las experiencias sensoriales que recibe y de las que han de surgir las ideas que tenga posteriormente de las cosas».

Lo anterior, que parece muy sencillo, aunque no lo es, fue en verdad revolucionario en el año 1670, ya que, según eso, todos los seres humanos vienen al mundo en igualdad de condiciones y, de hecho, las diferencias posteriores vienen determinadas por el tipo de educación que uno recibe. John Locke confirmaba lo anterior diciendo: «para mí, el conocimiento humano no puede ir más allá de su propia experiencia».

Para muchos autores, lo señalado por Locke contradice la posibilidad de la existencia de individuos geniales o superiores en ningún campo del saber humano y todo se debería a la experiencia que lograran adquirir. A este respecto, Locke contestaría algo como: «Sí, de hecho, el pueblo tan sólo puede acceder a las mismas condiciones que disfrutan las clases poderosas a través de una educación adecuada». Este filósofo pretendía que se viera la importancia del «sentido común» como uno de los fundamentos para el conocimiento humano. Sin embargo, años después, se comprobó que el cerebro, al nacer, no es una pizarra en blanco, sino que se nace con ciertas «pautas o conductas innatas» heredadas y que no requieren de ninguna experiencia previa.

Él reconocía un principio fundamental de los seres humanos: los derechos individuales de toda persona. Con independencia de que se haya constituido una forma particular de organización social, por ejemplo, la que tiene un gobierno para administrar, repartir los ingresos y proteger a la población. Él detestaba a la monarquía absoluta. Para él, la existencia de un Parlamento y que en éste se exprese la soberanía popular es fundamental, ya que ahí se elaboran las leyes, que debe cumplir tanto el rey como el pueblo.

Su pensamiento se extendió como pólvora en su tiempo hasta llegar a los autores intelectuales de la Revolución francesa y posteriormente a la de los Estados Unidos; en especial, el que él señalara que la soberanía descansa en el pueblo, y la seguridad de sus derechos, la protección de su vida, de su libertad y de la propiedad privada, es el único propósito del gobierno. A eso se le llamó liberalismo, en el cual, el derecho de poseer una propiedad descansa en primer lugar en el esfuerzo con que se ha llegado a ella y en la libertad de disponer de ella libremente. Si uno trabaja para conseguir algo y al hacerlo no hace daño a nadie, entonces se tiene todo el derecho a recoger los frutos de su esfuerzo y constituye una de las bases de la sociedad el poder hacer transacciones libres, sin que para ello intervenga el gobierno. Entonces, la misión principal del Estado consiste en proteger tres derechos naturales: la vida de las personas, la libertad y la propiedad privada, en todo cuanto un hombre haya trabajado y pueda utilizar, ya que la propiedad privada tiene límites. No hay duda que Locke sentó las bases de la democracia liberal moderna.

Aunque Locke no lo cita, ya Aristóteles en Grecia había escrito esta idea sobre la propiedad privada casi dos mil años antes. En cierto modo las ideas de Locke dieron lugar, además, posteriormente a las bases del capitalismo.

En 1683 tuvo que huir a los Países Bajos, ya que el Gobierno inglés lo consideraba peligroso por sus ideas, regresando años después de visitar Francia.

Su teoría del conocimiento y su doctrina política se basaban en su firme creencia en la tolerancia. El señalaba: «yo creo inadmisible y erróneo, desde el punto de vista moral, pretender imponer las creencias de las autoridades políticas y religiosas o de quienes creen estar en posesión de la verdad al resto de la población». Para él, la salvación del alma no compete a la autoridad política, sino a las Iglesias y la pertenencia de alguien a una de ellas es asunto de libre decisión. «Los seres humanos saben que han nacido todos iguales y que tienen una serie de derechos elementales que vienen de la propia naturaleza de la existencia, como, por ejemplo, la propiedad». Por otro lado, la tolerancia promueve la idea de que deben convivir ideologías diferentes en un mismo país. Por primera vez se da la idea en ese tiempo, de que un país no debe ser homogéneo intelectual y moralmente, sino que puede tener formas distintas de enfocar las cuestiones trascendentes para el hombre.

Todo eso lo señaló en sus obras Ensayo sobre el entendimiento humano y Cartas sobre la tolerancia. A pesar de que en esa época la Iglesia católica y las protestantes tenían un poder enorme, él arriesgándose a ser tildado de antirreligioso, consideraba que la religión era un asunto privado e individual que afecta solamente la relación del hombre con Dios, no las relaciones humanas. Debido a esa privatización el hombre se libera de su dependencia de la disciplina e imposiciones eclesiásticas y sustrae la legitimidad confesional a la autoridad política.

Cuando a él le preguntaban quién influyó en sus ideas, señalaba que indudablemente Thomas Hobbes. Después de leer sus escritos, se observa que, sus ideas tuvieron influencia en: David Hume, Kant, Adam Smith, Thomas Paine, Voltaire, Rousseau, John Stuart Mill y Jefferson entre otros. Y eso se vio en Inglaterra en la Carta de derechos o Declaración de Derechos, que le impuso el Parlamento inglés al príncipe Guillermo de Orange para sustituir al rey Jacobo II, dando origen a una monarquía constitucional.

Además, las revoluciones de Francia y de los Estados Unidos fueron a la vez influenciadas por este médico y extraordinario filósofo político.

Bibliografía

Aristóteles (1968). Obras Filosóficas. Clásicos Jackson. México. W. M. Jackson Inc. Tercera edición. Vol. III.
Geymonat, Ludovico (1985). «Locke y Newton». En Historia de la filosofía y de la ciencia. Barcelona, España, Cap II; 184-210, Editorial Crítica.
Hartnack, Justus (1987). «John Locke». En Breve historia de la filosofía. Madrid, España. Ediciones Cátedra, 137-150.
Magee, Bryan (1999). Locke. El liberal supremo. Barcelona, España. Ed. Blume 102 -150.
Russell, Bertrand (1980). Historia de la Filosofía Occidental. Madrid, España. Ed. Espasa.
Savater, Fernando (2008). John Locke, el pensador pragmático. México, D. F. México. Editorial Sudamericana, S. A. Cap 6; 107-119.