Durante todo el mes de enero pasado, en pleno verano en el hemisferio austral, se efectuó en las principales ciudades de Chile la versión número 27 de Santiago a Mil, festival de teatro, danza, música y poesía que convocó a cerca de 200.000 personas con más de 100 espectáculos de alta calidad presentados en salas y calles. Ello ocurrió en medio del estallido social que recorre Chile desde el pasado 18 de octubre y que ha cambiado completamente la agenda política del país. Si bien este año hubo menos público que en anteriores, estuvieron presente compañías de Alemania, Argentina, Australia, Bélgica, Bolivia, Brasil. Chile, China, Cuba, Estados Unidos, Francia, Grecia, Haití, Italia, Líbano, México, Nueva Zelanda, Perú, Portugal, Suiza, Taiwán, Uruguay y Venezuela.

Fue extraño tanto para los organizadores como para los artistas y programadores extranjeros ver que, junto con las manifestaciones de protesta ciudadana, que disminuyeron en intensidad durante el verano, no se produjera ninguna alteración ni interrupción de la programación cultural. Sin duda alguna que el motivo está en la trascendencia de la cultura en un país con grandes figuras literarias, artísticas y musicales, donde los políticos en general, al igual que en otros países, les interesa el tema solo antes de las elecciones. Sin embargo, es aquí donde se abren espacios a los creadores y donde la gente puede participar, interactuar y enriquecerse gracias al trabajo que despliega Santiago a Mil. El financiamiento del festival proviene principalmente de empresas privadas y una parte menor, del Gobierno, permitiendo abrir espacios y acceder a espectáculos de gran calidad que se presentan también de manera gratuita en los sectores con habitantes de menos ingresos. Chile cuenta con un Ministerio de Cultura solo desde el año 2017 y el presupuesto asignado en 2019 alcanzó un magro 0,4% del PIB.

Santiago a Mil, a través de sus diferentes representaciones artísticas de gran nivel, entrega un mensaje de dignidad y respeto a personas que, en muchos casos, es la primera vez que acceden a una obra de teatro o un recital de poesía o danza. Cada año, por los diferentes escenarios han desfilado grande nombres y grandes compañías. Me refiero al Royal de Luxe de Francia que trajo a la Pequeña Gigante que se paseó por las calles de la capital chilena; el legendario Théatre du Soleil de Ariane Mnouchkine, al gran escritor italiano Alessandro Baricco, La Fura del Baus, de España, o recordar que el último trabajo que efectuó la bailarina y coreógrafa alemana, Pina Bausch, fue creado especialmente para este festival y estrenado en 2010. Cada año, llegan a Santiago un selecto grupo de programadores de todos los continentes a observar espectáculos que se despliegan por los barrios populares y principales salas de Chile.

Este festival, Santiago a Mil, fue creado en 1994 por un grupo pequeño de mujeres y hombres visionarios vinculados al teatro, donde destaca Carmen Romero, quien ha sido su directora desde los inicios de esta aventura que se transformó en un bien cultural valorado y que dio paso a una fundación la cual durante todo el año está trabajando para obtener financiamiento, programar y hacer realidad lo que en los inicios fue solo un sueño: presentar obras de calidad y acceso a todas las personas. No hay que olvidar que, durante los años de la dictadura militar chilena, la cultura y el teatro en particular, eran consideradas actividades subversivas, teniendo los creadores, los artistas y dramaturgos que camuflar el mensaje para poder sortear la censura. Así, personajes como el tempranamente fallecido y querido amigo, Andrés Pérez, inmortalizó la obra de teatro “La Negra Ester” de Roberto Parra, hermano de la gran Violeta. Andrés, con un talento e imaginación desbordante cambió parte importante del paradigma tradicional del teatro chileno.

Los largos años de Pinochet dejaron una impronta de dolor y muerte también en la escena artística de Chile. Cómo no recordar a Víctor Jara, torturado y asesinado en los días posteriores al golpe de Estado, en 1973. Muchos artistas partieron al exilio mientras otros se quedaron en el país siendo inútiles los esfuerzos de la censura por acallarlos. En 1977, la compañía de teatro La Feria, creada por Jaime Vadell y José Manuel Salcedo, desafiaron al régimen con una gran carpa de circo donde alcanzaron a presentar unas pocas funciones de la obra Hojas de Parra, basada en los poemas del poeta Nicanor Parra — otro hermano de Violeta — hasta que fue incendiada por los agentes de la dictadura luego de una campaña de desprestigio iniciada por la prensa afín al régimen.

Dramático fue el caso de la compañía ICTUS, símbolo de la resistencia cultural, creada en 1955, cuyo director y actor, Nissim Sharim, me ha relatado los numerosos ataques y amenazas dirigidos a él, su familia y otros actores, por su trabajo valiente en los años más duros de la dictadura. En 1985, el país y el mundo fue conmovido durante una función de la obra de Mario Benedetti, Primavera con una esquina rota. Durante el entreacto le fue anunciado al destacado actor Roberto Parada sobre su hijo, José Manuel, sociólogo, quien trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad en tema de defensa de derechos humanos, y que había sido secuestrado por las fuerzas de seguridad de Pinochet, que su cadáver había sido encontrado degollado cerca del aeropuerto junto a los del profesor Manuel Guerrero y al publicista Santiago Nattino. Parada, actor de larga trayectoria fue golpeado por la noticia a la vez que el teatro comunicaba al público que la función se suspendía. No fue así; sobreponiéndose al dolor señaló que por respeto a los asistentes la función debía continuar. Así lo hizo mientras la gente seguía con lágrimas en los ojos y conmovidos por la emoción de lo que estaban viviendo: algo inédito en la historia del teatro chileno y, tal vez, mundial.

Esta gran lección que legó el actor Roberto Parada es parte de la historia grabada a fuego en la memoria cultural chilena y es una enseñanza que esperamos jamás sea olvidada. Hoy, el festival Santiago a Mil educa a través de sus programas, artistas, talleres, e invitados, a cientos de miles de personas que se hacen del verano chileno una verdadera fiesta, que también agrega valor cultural a la oferta que el país ofrece a los turistas que visitan Chile.