Recorriendo una fresca noche caribeña el petrolero Tía Juana navega desde el lago de Maracaibo hasta la refinería de Aruba. Eran las dos y media de la madrugada del lunes 16 de febrero de 1942, en el occidente de Venezuela, a 30 kilómetros costa afuera de Punta Macolla.

En el instante justo cuando el reloj indicaba las 2:44, una explosión en el tanquero británico genera llamas de varios metros de alto las cuales iluminan la noche. A bordo, en la sala de máquinas, Ermencio Semeler es sacudido por la detonación pero no cae al piso al sostenerse de un pasamanos cercano. Aún no hay fuego ni petróleo esparcido por efecto de la deflagración, sin embargo el impacto sella varias de las puertas del buque.

Ermencio se abre paso contra los obstáculos buscando instintivamente una salida, no entiende aún con seguridad lo que sucede pero escapar del encierro comanda sus acciones. Una compuerta de abandono de sala se niega a abrir, finalmente esta sede ante sus arremetidas. Ya en la borda de la embarcación nota que el lado menos envuelto por las llamas es de una altura considerable para saltar incluso ante el miedo que lo comienza a atenazar. En las barandas externas logra ver a otro de los tripulantes guindado de estas. Semeler le grita sin obtener respuesta, se acerca para sacudirlo cuando nota el silente mensaje de la muerte. Ya en desesperación se aleja del cadáver.

En segundos encuentra un bote salvavidas, intenta bajarlo pero el mismo se desprende aparatosamente cayendo a un lado de la embarcación que arde cada vez más amenazante con el viscoso líquido derramándose al mar.

Ermencio sabe que no es buen nadador, además le teme a las aguas abiertas, y más aún a la oscuridad. El fuego es cada vez mayor. Sin chaleco salvavidas, sólo, y aterrado, parecieran pocas las opciones. Encuentra una cuerda que baja por un costado del barco el cual aún no está en llamas, y de inmediato se desliza por la cuerda a un océano agitado y oscuro.

Empapado de petróleo nado como pudo lejos de el Tía Juana, al rato vio cuando las calderas estallaron y el momento en que la nave comenzaba a hundirse lentamente entre lenguas de fuego. En la eternidad que le parecía vivir su solitaria desgracia y ya al límite de su resistencia, aparecieron otros cinco sobrevivientes todos aferrados a un único salvavidas, quienes lo acercaron a ellos.

A casi una hora de la tragedia del Tía Juana otro tanquero apareció a la vista de todos, era el buque venezolano Monagas.

Los cinco del chaleco salvavidas dejaron a Semeler con el flotador y nadaron vigorosamente hacia el petrolero que parecía aproximarse. Ermencio no tenia más fuerzas para hacer lo mismo que sus amigos de infortunio. Volvía a estar solo en la inmensidad del Caribe, no transcurrió mucho cuando un gran resplandor acompañado de una atronadora explosión le revelaba que el barco de la compañía Mene Grande seguiría un destino similar al de su naufragio. Al Monagas le fue peor, a las 3:42 otra explosión aceleraba su hundimiento.

Dentro del Monagas, se repetirían dramas similares a las de Semeler con sus diferentes matices. Se conoce de un tripulante del buque venezolano que saltó por todo lo alto de la popa en su desesperación por escapar y, de lograr sobrevivir la altura, abajo lo esperaban las gigantescas hélices del barco aún funcionando.

Para Ermencio, con ayuda del chaleco salvavidas, era más fácil mantenerse a flote. Sin embargo a pesar de el frió, el agua salada en su boca, más el agotamiento, se mantenía a la espera de algo mejor. Fue entonces cuando apareció otro tanquero de los muchos que recorrían la ruta entre el Lago de Maracaibo y las islas holandesas de Aruba y Curazao, donde se refinaba el crudo venezolano. En ese instante fue cuando comprendió que los dos barcos hundidos pudieron haber sido víctimas de submarinos alemanes, recordó que la Segunda Guerra Mundial estaba en pleno y se les había comentado acerca de la posibilidad de ataques.

El siguiente barco que pasó era el Ramona, quien se aproximaba al rescate del Monagas pensando que la explosión era accidental y no producto de la guerra. Allí fue cuando se percataron del solitario Ermencio. Al rescatarlo le preguntaron que había sucedido, a lo que el gritó: «¡Torpedo! ¡Torpedo!».

A las 4:30 de la madrugada, ya para amanecer y a bordo del submarino alemán U502, el capitán Jürgen von Rosenstiel, atisbaba por el periscopio su tercera víctima que sería el petrolero británico San Nicolás. El teniente capitán Jürgen dio la orden de disparar a cuatro kilómetros de distancia. Un plateado torpedo de punta negra salió de uno de los tubos frontales del sumergible, sus siete metros de largo llevaban 280 kilogramos de explosivos a una velocidad de 35 nudos. A los pocos segundos de recorrido el mortal pez se había armado dirigiéndose certeramente al San Nicolás. El cilindro penetró la sala de maquinas y al estallar mató instantáneamente a tres tripulantes.

A los 20 minutos viendo el alemán que el impacto no era suficiente ordenó acercarse a menos de dos kilómetros y lo intentó de nuevo. El segundo torpedo estalló debajo del casco del barco y lo partió a la mitad.

El U502 no estaba solo, dos submarinos hermanos del tipo IXC estaban esa noche de cacería en las aguas al oeste de Venezuela. El U67, comandado por el capitan Günther Müller- Stöckheim acosaba Curazao, mientras el U156 de Werner Hartenstein tenía la orden de iniciar esa misión conjunta llamada Operación Neuland (Tierra Nueva) en la costa cercana a la refinería de la Standard Oil en Aruba. Finalmente entre Paria y Trinidad navegaba el U161 capitaneado por Albrecht Achilles.

Las tripulaciones de los U-Boote (plural de U-Boot, en alemán, «nave submarina») consistían de unos 35 a 50 marinos entrenados espartanamente por la marina de guerra del Tercer Reich. Alrededor de enero de 1942, en la Francia ocupada, los cuatro submarinos habían partido de sus bases en Lorient. Sus capitanes, con más de cinco años de experiencia, comandaban con inteligencia y severidad. Quizás por eso a algunos se les conocía por sobrenombres tan fuertes como «Perro Loco». Tal era el alias de Hartenstein a sus 33 años de edad, un soltero únicamente casado de por vida con el mar.

Antes de partir, los U-Boote se habían aprovisionado para el trópico, y aunque sus tripulantes desconocían su destino exacto, para el U156 que acababa de terminar una patrulla invernal en aguas nórdicas fue un alivio. Además la ruta que los traía al Sur del Caribe les dio oportunidad de pescar, disfrutar el sol en cubierta, ducharse todos los días, no comer enlatados e incluso escoger los menús por mayoría. Un desayuno preferido era peces voladores fritos capturados durante los turnos en cubierta.

El primero en atacar fue el submarino de Werner. Ya el 13 de febrero dieron los primeros vistazos de la bien iluminada y transitada refinería de Aruba. Ocasionalmente, aviones de búsqueda de la marina norteamericana basados en la isla merodeaban las aguas cercanas pero sin éxito. El capitán Hartenstein dio la orden de permanecer sumergido hasta el anochecer del día 15.

Esa noche estaba algo nublada, pero con claridad se observaba el Puerto, las luces de la refinería y hasta los carros en las carreteras. Tanta luz nocturna era toda una sorpresa para las tripulaciones acostumbradas a la oscuridad total en Europa debido a las precauciones de guerra. Las órdenes de la Kriegsmarine indicaban prepararse para atacar petroleros y cañonear las instalaciones en tierra.

A la 1:31 se lanzó el primer torpedo contra el tanquero Pedernales que permanecía anclado. Precisamente en 48,5 segundos estallaba a un costado del petrolero inglés convirtiendo el puerto en un infierno. Dos minutos después el Oranjestad recibía un tratamiento similar que lo hundiría en una hora, de sus 25 hombres a bordo, 15 perderían la vida. El Pedernales tendría más fortuna al perder solo 8 tripulantes de 26, y no se hundiría a pesar de estar fracturado a la mitad.

Diez minutos luego de lanzar los torpedos, se disponían a cañonear la refinería, cuando una explosión sacudió al U156. El cañón principal de 105mm estalló porque en la emoción del momento los operadores olvidaron retirar la cubierta protectora del agua, esto ocasionó que la salva golpeara la tapa en su salida. Las victimas fueron Heinrich Büssinger quien murió luego de una hora y el teniente Dietrich von dem Borne que perdió el pie derecho y mucha sangre. «Perro loco» estaba furioso, sin embargo con el arma de 37mm realizaron 16 rondas que alcanzaron una casa y abollaron un tanque de petróleo en tierra.

Media hora después saliendo del puerto y teniendo a tiro al petrolero norteamericano Arkansas le lanzaron un torpedo que falló. A las 2:30 otro disparo tampoco alcanzó blanco, pero un tercero alcanzó al Arkansas. El tanquero no sufrió mucho y ningún tripulante fue herido, posteriormente logró navegar por su cuenta para reparaciones posteriores. Uno de los torpedos alemanes que fallaron alcanzó una orilla de playa sin detonar. El día 18 de febrero al intentar desarmarlo, el mismo estalló, matando a cuatro holandeses e hiriendo a tres más.

Mientras todo esto ocurría entre Venezuela y Aruba, en Curazao el U67 atacaba al petrolero Rafaela a las 2:50. El capitán Gunther Müller disparó contra el anclado buque, pero falló los dos primeros torpedos. Veinte minutos después lo intento nuevamente…y falló otra vez. Disparó un cuarto que alcanzó dañar levemente a el Rafaela. Un último torpedo falló a diez minutos para las 4 de la madrugada. Gunther decidió no intentarlo más y se retiró. La verdad es que en la mañana del 16 de febrero cuando remolcaban al petrolero atacado el mismo se partió en dos mitades, hundiéndose en la bahía de Santa Ana. Esa noche murieron cinco venezolanos en el Monagas y 47 extranjeros en los otros buques atacados que recorrían la ruta entre el Lago de Maracaibo y las islas holandesas. La mayoría de los heridos fueron atendidos en la ciudad de Maracaibo.

El periódico El Universal reseñó los ataques el día miércoles 18 (el martes era carnaval y no había edición por el festivo), dedicándole portada, 4 páginas internas y su editorial. La armada norteamericana basada en Aruba y Panamá no detectó a los U-Boote, su similar venezolano se dedicó a rescatar sobrevivientes.

A pesar de los pequeños reveses en la fuerza sumergible que llevó a cabo la Operación Neuland, esta fue todo un éxito. Al día siguiente el capitán Werner rezó por su marino muerto y su tripulación le cantó Yo tenía un camarada. Heinrich fue enterrado en el mar Caribe con la tradicional ceremonia naval. El mal herido Dietrich fue dejado en la isla de Martinica, posteriormente fue hecho prisionero al volver esa isla francesa a manos aliados y por último repatriado al finalizar la guerra.

Luego de la incursión del 16 de febrero esos submarinos lograron más victorias navales antes de ser hundidos con casi todas sus tripulaciones, incluyendo sus aguerridos capitanes antes de finalizar el año de 1943. El daño que infligieron, en cierta forma fue pagado.

A pesar de este acto de guerra de Alemania, el presidente Isaías Medina mantuvo su neutralidad. Muchas voces en nuestro país, como las reflejadas en ese editorial clamaron por la entrada de Venezuela al conflicto, sin embargo durante la guerra más grande que ha vivido la humanidad no se volvieron a dar ataques similares en nuestro Mar Caribe como los de aquella terrible noche que ya nadie recuerda.

Agradecimientos

Al capitán Luis Farage, quien ha profundizado mucho más que mi persona en este tema tan interesante. Al profesor Gerardo Vivas por contactarme al capitán Farage. Para con el pintor argentino Carlos Adrián Garcia por el arte digital para la portada de este articulo. A mi amigo Gustavo Contreras quien siempre me da la primera introducción al cruel pero fascinante mundo de la guerra. A mi amada esposa, y a mi amigo Luis Cova por su lectura crítica. Por último a Darío Silva por opinar siempre tan acertadamente.

Referencias

Hemeroteca de El Universal, Fundación Andrés Mata, Ccs, Vnzla.
Hochstuhl, W.C. 2001. German U.Boat 156 brought war to Aruba. Sir Speedy Printing. 50pp.
Web sobre los submarinos alemanes.