A Silvia Osorio Becerril, en su cumpleaños.

¿En qué cuento te leí?
¿En qué sueño te soñé?
¿En qué planeta te vi
antes de mirarte aquí?
¡Ah! ¡No lo sé…, no lo sé!

La persona que fue capaz de escribir las líneas anteriores cumplió este 2019 cien años… de fallecido; es Amado Nervo1.

Durante esos años su obra ha sido tanto muy leída como casi no leída; esto último injusto, sin duda. Y, asómbrese usted, esa disparidad en la consulta del escritor cuyo cortejo fúnebre fue vitoreado, desde Montevideo, en su navegar marítimo hacia su patria, ha sufrido ese desequilibrio nada menos que en su México natal.

Sí, en la educación básica de la generación de los 50 y 60 aparecía en cualquier libro de lectura escolar, al grado de que se nos formó en el aprendizaje memorístico de algunos de sus inmortales poemas como el que dice:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

(¡qué cosa más justa!, ¿no cree usted? Por si de momento olvidó su título, se trata de «En paz»). Asimismo aprendimos –más allá de la autenticidad del pasaje histórico- «Los niños mártires de Chapultepec»:

Allí fue… la mañana era de oro,
Septiembre estaba en flor… ¡Y ellos morían!2

... Y la recitábamos, con teatral emoción pretendidamente patria, y sin entender las palabras ultraescogidas usadas en otros de los versos por el poeta que, de seguro, ni nuestro profesor entendía y menos explicaba. Así también recibimos lecciones éticas (¡!):

Amable y silencioso ve por la vida, hijo.
Escucha cuanto quieran decirte, y tu sonrisa
sea elogio, respuesta, objeción, comentario,
advertencia y misterio.

(«Amable y silencioso»)

Igualmente nos asomamos con él a la religión:

que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo
y hiera el corazón como una espada.

(«Si tú me dices: ‘¡ven!»)

E incluso a una combinación de estas dos, ética y religión:

¡En cuantas horas tiene el día tú das, aunque sea una sonrisa, aunque
sea un apretón de manos, aunque sea una palabra de aliento!
¡En cuantas horas tiene el día te pareces a Él, que no es sino dación
perpetua, difusión perpetua y regalo perpetuo!

(«Dar»)

Pero, quizá por encima de todas sus pasiones y cultos, Amado Nervo es un poeta del amor:

«Cobardía»

Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!
¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza de porte!
¡Qué formas bajo el fino tul…!

Pasó con su madre. Volvió la cabeza:
¡me clavó muy hondo su mirada azul!

Quedé como en éxtasis… Con febril premura,
«¡Síguela!», gritaron cuerpo y alma al par.

…Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas, que suelen sangrar,
¡y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, la dejé pasar!

Diga usted si conoce algún otro poema de la literatura universal que reúna estos movimientos del espíritu humano: quedar perplejo y enseguida cautivo de una mujer, sentir el impulso de acercarse y, cobrando conciencia, dejarla seguir su camino… No es un desafío, si lo conoce, en Authors profile aparece mi correo y agradeceré que me lo haga saber.

Curiosidades

  • Cuando uno lee la belleza con que están reflejados los sentimientos en esos versos con que empieza esta nota, no fácilmente acepta que el poema se pueda llamar como se llama: «Aquel olor». Precisamente ahí está un defecto de nuestro personaje: cómo nos eleva, nos mantiene en alto, y de repente nos deja caer. Un título, al menos a ojos del siglo XXI, garrafal.

  • Y a propósito de la videograbación que calza esta nota, no crea el lector que quien aparece es un personaje acreditado en Bellas Artes3, nada de eso, sino un devoto del escritor que alcanzó a enterarse de que el homenaje del instituto a Nervo sería abierto al público que gustara leer algún pasaje de su obra.

Notas

1 El lector habrá notado el extraño título, escrito entre comillas: «Amado Nervo 34-14». Este fue el domicilio en la Ciudad de México del padre de la persona a quien ha sido dedicado este artículo. Es curioso, primero, cada vez que pensaba en escribirlo, relacionaba el nombre del escritor con aquel domicilio; después, en una inolvidable plática, súbitamente, mi hermana Lupita me preguntó: «¿Te acuerdas?: ‘Amado Nervo 34-14’»...
...Definitivo, el título no podía ser otro.

2 En un paseo familiar, en la infancia de nuestros hijos, leímos juntos en el monumento alusivo de un parque de Pachuca, en el estado mexicano de Hidalgo, estos dos versos recuperados atinadamente para ser inscritos allá. Unos 27 años después, mi hijo Alejandro, con solo yo decir: «Allí fue…» completó, para mi asombro: «la mañana era de oro” (!).

3 Por las tantas veces que ha aparecido en los medios recientemente, y pensando en mis lectores no familiarizados con el medio mexicano, anoto sobre Bellas Artes que por esos nombres se entienden en el país dos cosas que son y no son la misma: el instituto nacional dedicado a la creación, protección y difusión de ellas y el palacio, que es su principal escaparate.

«A Kempis», de Amado Nervo, leído por el autor de este artículo en la Sala «Ponce» del Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de México, el 21 de mayo de 2019: