Miraba el cielo contemplándolo con la ilusión de que terminase allí, que el mismo azul fuese el límite del universo. Pero en las noches, cuando el sol se pone, el cielo se abría y poblaba el espacio de incontables estrellas. Cada una de ellas era un mundo en el universo y cada mundo tenía su cielo y daba a su observador cualquiera e hipotético, la misma ilusión de límite. Así millones de mundos, aparentemente circunscritos en su universo, al sumarse se convertían mágicamente en infinitos y esta era la sorpresa. La infinidad podía solamente ser una y esta no podía ser el resultado de la suma tantos mundos limitados. Era una imposibilidad lógica y para aceptar la infinidad como posibilidad, había que abandonar de partida los límites.

Pero sin ellos, sin los límites, no se podía establecer un contexto formado por muchas, pero al fin contables y controlables variables. La solución a una ecuación con infinitas variables es por definición imposible y la consecuencia de esto era que en un universo infinito reina la incertidumbre y, por ende, la imposibilidad de controlar o anticipar los fenómenos que determinaban nuestro existencia.

Además, el universo en toda su inmensidad se expandía y esto también era una contradicción. ¿Cómo podría crecer algo sin límites? La explicación fue que el movimiento detrás de la expansión era la razón del concepto de infinito, que, en práctica, significaba el aproximarse eternamente a un límite inexistente y, por ende, inalcanzable y siendo así, no había alternativa.

La incertidumbre era parte del juego y el universo no era un tablero de ajedrez, donde a pesar de tantas combinaciones, siempre existía la posibilidad de anticipar la próxima jugada, definiendo una situación, configuración de piezas, una intención y una estrategia. Si el universo es infinito no existe una ley absoluta y toda deducción es por definición provisoria, ya que con el tiempo y nuevas observaciones ésta se probará errada y por ende, sin mayor sentido.

Al mismo tiempo la vida, es decir nuestra existencia, tiene un límite fijo y perentorio y de esto podemos deducir, que no tendremos jamás los instrumentos para reconocer la verdad y todo será una creencia o peor un autoengaño lo que representa la negación del conocimiento y la ciencia. Así la única conclusión es que todo es una narrativa. Un cuento cuya arbitrariedad dependía del método y las observaciones hechas, junto a una o más conclusiones parciales, destinadas siempre a ser falsificadas por otras observaciones y métodos más avanzados.

Cada historia, me dije, lleva en sí su negación y será inexorablemente superada. Y pensé en Sísifo y en el peso enorme de la piedra que subía por la cuesta. Por otro lado, sin teorías no habría técnica y esto daba una esperanza. Ya que sin saber en términos absolutos, podríamos construir nuevas realidades y crear nuevas posibilidades y en cierta medida, la historia de la humanidad es así, hemos creado un universo controlable en un universo infinito y hemos huido progresivamente del universo real al universo artificial que es nuestra ilusión y producto. Como si en vez de vivir la vida misma, viviéramos en una película.

En este mundo artificial, la ley es por definición arbitraria y todo puede ser modificado, reduciendo el universo a nuestro propio universo control y en vez de ser víctimas de la infinita cadena de la causalidad, nos hemos convertido en semidioses, donde el único límite aparente es la mortalidad. En este contexto todo es un juego. Podemos negar cualquiera circunstancia u ocurrencia y huir nuevamente a un mundo aún más estrecho hasta asfixiarnos definitivamente en él.