Resulta muy complicado hoy hablar de Andrés Manuel López Obrador. Es un personaje que genera acaloradas pasiones tanto a favor como en contra. Su estilo, narrativa e historia parten al país en dos; críticos y simpatizantes y poco o nada tienen en común estos grupos.

Las opiniones sobre él dividen a la población, generando discusiones que parecen nunca acabar y que incluso los ciudadanos más neutrales en temas políticos, son incapaces de evitar.

Con eso en mente, y reconociendo mis propios prejuicios al respecto, pretendo esbozar una pequeña explicación del actual presidente de México.

Hace falta unas últimas notas semánticas. Me referiré al presidente por su nombre o apellido, no por su acrónimo AMLO. Andrés Manuel es el presidente de México y su político más importante del siglo XXI, pero no es una institución es solo un ciudadano más. Por otro lado a su sexenio no le llamaré 4º Transformación, sino Administración. El rimbombante título no puede ser auto-asignado, sino otorgado por los historiadores, pasado el tiempo propicio para juzgar sus decisiones y políticas.

Lo primero que salta a la vista del presidente López es su sencillez. En su lenguaje, en su vestimenta y en sus gustos. Ajeno a todo lujo, adorno y oropel. Su vestimenta es común así como su modo de hablar; sin grandes palabras ni tecnicismo. Viaja en aviones comerciales, come en fondas populares y se entiende con el mexicano promedio. Esta es una de las razones por las que logró ganar la elección del año pasado; pues se presenta como uno más.

Sin embargo lo mismo ocurre con sus diagnósticos de los problemas del país. Su visión del mundo es simplona sin complejidad, pueril y elemental. El mundo se reduce a muy poco elementos, siempre en contradicción. Para extraer petróleo solo se necesita un popote en la tierra, el robo de combustible se soluciona cerrando las válvulas de las ductos y la violencia se resuelve con un pacto nacional basado en la honestidad del presidente.

En su mundo las relaciones diplomáticas se resuelven a cartas llenas de buenos deseos despreciando los organismos internacionales y la sutileza de la política exterior. Los mega proyectos deben estar sujetos a las intuiciones del líder, no a estudios y análisis de los expertos.

López es un hombre del pueblo y durante su trayectoria se ha construido a sí mismo como un referente moral en la vida pública mexicana. Él se auto proclama como honesto y si bien entre sus colaboradores se han encontrado actos de corrupción. Su narrativa es idéntica al guión de la película mexicana El Profe (1971), protagonizada por Mario Moreno Cantinflas. En ella un profesor honesto es mandado a un pueblo, El Romeral, que sufre pobreza, desempleo y corrupción moral. Sócrates, el profesor, descubre que el gobierno del pueblo está dirigido por políticos corruptos y matones, en última instancia controlado por el oligarca del pueblo.

El profe Sócrates con valentía y honestidad se enfrenta al oligarca y su mafia del poder por la economía y el alma de El Romeral. Sócrates, el Profe, es López el presidente.

En 1775, el filósofo escocés Adam Smith publicó su obra Teoría de los sentimientos morales. En ella describió al «Hombre del sistema»:

«El hombre del sistema [...] está generalmente tan enamorado de la belleza de su propio plan de gobierno que considera que no puede sufrir ni la más mínima desviación de él. Apunta a lograr sus objetivos en todas sus partes sin prestar la menor atención a los intereses generales o a las oposiciones que puedan surgir: se imagina que puede arreglar las diferentes partes de la gran sociedad del mismo modo que se arreglan las diversas piezas en un tablero de ajedrez. No considera para nada que las piezas de ajedrez puedan tener otro principio motor que la mano que las mueve, pero en el gran tablero de ajedrez de la sociedad humana cada pieza tiene su propio principio motor totalmente diferente de lo que el legislativo ha elegido imponer [...]. Si los principios son opuestos el juego se desarrollará en forma miserable y la sociedad estará en todo tiempo en un alto grado de desorden».

(A. Smith, A Theory of Moral Sentiments, Liberty Classies, 1969, 380-383)

Pareciera que el gran Adam Smith está describiendo al actual presidente mexicano. López parece ser un hombre bien intencionado legítimamente preocupado por los más humildes de México. Y tiene un plan, basado en el Nacionalismo Revolucionario, el Desarrollo Estabilizador y la Administración de la Riqueza que supone solucionará todos los problemas mexicanos.

Pero es incapaz de ver la legitimidad de los intereses y opiniones opuestos a los suyos. No es un dirigente de individuos sino de masas que en la plaza pública controla con frases cortas y pegajosas. Malo para el debate y un genio para la arenga política. Es torpe al dialogar pero brillante para mitin.

Como buen hombre del sistema es incapaz de encontrar legitimidad para oponerse a él y su proyecto. La única razón para no ver las cosas como un error o maldad o debilidad de carácter. Por eso ve intenciones malévolas y corruptas detrás de todos sus opositores.

Por último, el presidente López es voluntarista. Él, su voluntad, la imagen que creó sobre sí mismo, son suficientes para resolver problemas y gobernar al país. Si la realidad se opone a la voluntad del líder, peor para la realidad. El mundo como voluntad y representación (en sus conferencias de prensa diarias televisadas a nivel nacional), sin el pesimismo ni la genialidad de Schopenhauer