La ilustrada Inglaterra de finales del siglo XVI y el dominante maestro de la escritura William Shakespeare, introdujeron el nacimiento de una tragedia veronesa que anhelaba salir a la luz: Romeo y Julieta, la combinación de un amor prohibido, un odio inmortal y un desgarrador destino.

En medio de historias repletas de héroes y galanes invariantes, la humanidad se topa con Shakespeare: aquel que plasma en sus personajes todos los aspectos de la esencia del hombre. Por ello, la presente crítica literaria está dedicada a la calificación de algunos de los protagonistas de Romeo y Julieta como seres con imperfecciones arraigadas a los pecados capitales, y a las libertades de la raza humana, aquellas que trascienden las barreras literarias.

Un ejemplo sería el caso de Romeo Montesco: representación de venganza al matar a Teobaldo, muestra de osadía al colarse en el gran festejo de los Capuleto e imagen de cobardía al ser el precursor de un doble suicidio. Esto último se demuestra en la cripta donde, profundamente, dormía Julieta, pues el impulsivo Romeo cree muerta a su amada y, al no imaginar la vida sin la joven, acaba con su propia existencia.

«...Éste será mi eterno reposo. Aquí descansará mi cuerpo libre de la fatídica ley de los astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de mis brazos, el último beso de mis labios, puertas de la vida, que vienen a sellar mi eterno contrato con la muerte...».

(Shakespeare, 2008: 81)

Igualmente, Julieta Capuleto es declarada culpable de la falta de valentía y el exceso de inmadurez anteriormente mencionados, puesto que es arrastrada hacia el mismo final que sufrió Romeo, víctima del flechazo adolescente.

La idolatría por el concepto amor hace que ambos jóvenes se comporten como un solo ente y que, por consiguiente, vivan las mismas desgracias. No obstante, su efímero y, a la vez, profundo fetichismo no constituye la única muestra de enamoramiento. Al comienzo de la obra, Rosalina representa el deseo imposible de Romeo, quien sufre por ella; sin embargo, la mujer nunca aparece en la historia, lo cual simboliza su distancia respecto al hombre que asegura amarla.

Se dice que se trata, simplemente, de un amor platónico — como el de Don Quijote por su Dulcinea —, ya que el joven está seducido por el sentimiento amoroso en sí y no por la idealizada Rosalina. El fracaso de esta correspondencia desata el despecho en Romeo, el primer encuentro con Julieta y, como resultado, toda la tragedia. Shakespeare incluye una especie de anacronismo en su obra al hacer referencia a las ternuras fugaces e impulsivas de hoy día: la intensidad pasional de escasos días entre los amantes, la iniciativa de ir contra la sociedad hacia lo prohibido y las muertes descritas son sus pruebas adaptadas a aquel contexto histórico.

Mientras que los enamorados personifican el utópico, aunque entusiasta, afecto correspondido, sus padres encarnan lo obtuso y lo superficial del pensamiento de una época anterior: lo único relevante es el estatus social y la reputación del individuo, por lo que el matrimonio por conveniencia entra en escena, influenciado por la soberbia y la avaricia.

Shakespeare simboliza con Capuleto – progenitor de Julieta – el pecado de la ira que cualquier persona puede padecer si las cosas no salen como anhela: el rechazo de su hija ante la ceremonia matrimonial que sus padres le preparan con el caballero Paris, asegurando que este proviene de una familia muy adinerada – signo de codicia –.

«¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el jueves irás a San Pedro, o no me volverás a mirar la cara. (…) El pulso me tiembla. (…) siempre fue mi empeño el casarla, y ahora que le encuentro un joven de gran familia, rico, gallardo, discreto, lleno de perfecciones según dicen, contesta esa mocosa que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven...».

(Shakespeare, 2008: 67)

Conjuntamente, el autor incorpora en la señora Capuleto la sumisión y la obediencia comúnmente vistas en las mujeres casadas por interés y víctimas de la desidia marital. En este caso, una pizca de pereza se asoma con discreción; sin embargo, no se trata de un ocio común sino de la llamada acedía – la irritación que aparta al creyente de aspectos asociados a la divinidad, a causa de las dificultades que en ellos se encuentran –: la acidez, la infravaloración y el cansancio expresados por la madre de Julieta hacia su matrimonio supondrían un pecado capital al relacionarse con un rito celebrado ante Dios.

Por otro lado, la rápida caída en el pozo de la lujuria se ve manifestada en la ideología de Mercucio y en la personalidad del ama de los Capuleto, ya que ambos poseen cierta concepción meramente sexual del amor. Por ejemplo, cuando la nodriza encuentra a Julieta bajo los efectos del somnífero, expresa su visión del matrimonio:

«¡Señorita, señorita! ¡Cómo duerme! ¡Señorita, novia, cordero mío! ¿No despiertas? Haces bien: duerme para ocho días, que mañana ya se encargará Paris de no dejarte dormir...».

(Shakespeare, 2008: 74)

Se hace necesaria la reiteración de la exposición a imperfecciones y tentaciones que padece cada personaje. A excepción de Romeo y Julieta — el destino está escrito por los astros – y a diferencia del español Miguel de Cervantes – quien posee el poder absoluto sobre sus personajes –, Shakespeare les otorga a sus protagonistas, en general, tal libertad que pareciese que estos se controlaran a sí mismos, venciesen las barreras de la literatura y destronaran al propio autor.

Bibliografía

Shakespeare, W. (2008) Romeo y Julieta. Caracas. Panapo.

Bloom, H. (1999) Sobre Shakespeare, la Invención de lo Humano. Versión electrónica en La Máquina del Tiempo. Recuperado el 23 noviembre 2013 del sitio web.