Se aproxima la Semana Santa, lo cual significa dos cosas: que he acabado este texto a tiempo, y que las calles españolas se llenan de pasos, cruces, túnicas y capirotes.

Una de mis amigas de León está emocionada, comprueba el tiempo y reza para que este año no llueva. Es papona de dos cofradías, lo que significa que tiene el doble de oportunidades de salir en procesión.

La Semana Santa del año pasado fue muy lluviosa y, por lo tanto, las delicadas estatuas y estandartes no pudieron recorrer las calles del casco antiguo. Los papones lloraban.

Durante toda mi vida he visto pasos, he presenciado los actos y tradiciones – la bendición de la palma, las procesiones, la película de tres horas sobre la Pasión de Cristo que ponen en la tele, cada año. Se trata de una tradición, una fiesta y días libres en el trabajo, nunca me he planteado su existencia.

Incluso cuando me aparté de la fe católica, cuando dejé de ser practicante, la Semana Santa es algo que existe. Que está ahí para marcar el cambio de estación. Es la conversión católica de fiestas paganas de primavera, una parte de mi cultura.

Sin embargo, el otro día, una compañera de trabajo y yo nos pusimos a discutir.

Mi compañera argumentaba que se trata de una fiesta «casposa», una celebración que hoy en día ha perdido razón de ser, que promueve una mentalidad arcaica y que, por lo tanto, debería ser abolida como fiesta nacional. «Si quieren pasear sus estatuas», decía «que pidan permiso al ayuntamiento y lo hagan de forma privada».

Este es un tema que me cuesta tratar, porque mi reacción visceral es no y «si empezamos por la Semana Santa, entonces tendríamos que abolir prácticamente todas nuestras fiestas, ya que todas están estrechamente ligadas a la religión».

Pero vamos a ser racionales aquí.

El argumento de mi compañera se divide en tres importantes vertientes:

Razón de ser

Creo que es mentira que la Semana Santa haya perdido su razón de ser. Es posible que a nivel puramente religioso esté perdiendo adeptos. Cada vez hay menos gente que acude a misa, estamos viviendo un auge en mentalidades ateas y agnósticas. Por lo tanto, sí, la fiesta está perdiendo su carácter más religioso. Incluso esa amiga leonesa de la que os hablaba me afirmaba que la mayoría de papones de sus dos cofradías son ateos y, en el mejor de los casos, no practicantes. Pero eso no hace sus lágrimas por no poder salir con sus pasos menos sinceras.

Al igual que muchas otras fiestas populares, la Semana Santa sustituye las celebraciones paganas de primavera. A la gente tiende a irritarle que le quiten las fiestas cuando la obligan a convertirse a otra religión, y, por lo tanto, se ajustó el calendario para paliar el rechazo a la nueva ideología.

Mentalidad arcaica y dañina

La Semana Santa gira entorno a una simbología de muerte y renacimiento similar a la de leyendas paganas contadas desde hace siglos para explicar el cambio de estación y el retorno «a la vida» del mundo vegetal. Pero el problema de la «mentalidad arcaica» que comenta mi amiga, no viene de la simbología de renacimiento, sino de la institución que habita detrás de la fiesta. Una institución que a lo largo de su historia – y especialmente en los últimos años – ha sido protagonista de escándalos y noticias estremecedoras, que han oscurecido por completo el bien que esa misma institución ha llevado a cabo.

En mi humilde opinión tendríamos que separar entre la fe cristiana y la institución. Porque es evidente que las instituciones son falibles – van dirigidas por seres humanos al fin al cabo – pero que gente se escude detrás de la fe para delinquir y atentar contra la sociedad, no significa que a) todas las enseñanzas de esa fe sean irredimibles y b) la fe no sean de ayuda para muchísima gente.

«Si quieres hacerlo, hazlo, pero déjame tranquila»

Es cierto que vivimos en un país «aconfesional», en el que el dinero del contribuyente no debería ser empleado para fiestas de índole religioso. Sin embargo, históricamente hablando, España es un país católico. Nuestro entorno, nuestro arte y arquitectura, nuestras fiestas – nuestra repostería – gira entorno a una historia marcada por la religión. Incluso en el mismo artículo 16 en el que la Constitución Española se declara aconfesional se habla de que «los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones».

Así pues, sí, somos un país laico, pero no podemos negar nuestra historia y nuestras tradiciones.

«¡Pero!», exclama exaltado el señor del fondo, «¡no solo por ser tradición merece ser conservado!» Cierto, un argumento que proponía mi compañera como símil son las corridas de toros – una tradición que se está perdiendo debido a la creciente sensibilidad social por la crueldad animal. Pero a mi parecer, ahí radica la diferencia: al toro se le obliga a entrar en la plaza. El penitente y el papón lo hacen porque quieren.

Celebrar una corrida de toros produce sufrimiento al toro. La Semana Santa no hace daño a nadie. Produce molestias – calles cortadas, poco aparcamiento, procesiones y gentes exaltadas – pero no daña a nadie.

Es más, uno puede afirmar que a nivel económico - y todos sabemos que, en el mundo en el que vivimos, éste es el más contundente de los argumentos – la Semana Santa es un bien incalculable que mueve a miles de personas. No hay que olvidar que el turismo es nuestra principal fuente de ingresos y el hecho de que la Semana Santa de Zamora esté en las listas de candidatas para convertirse en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad o que más de 25 de estas celebraciones a lo largo y ancho de nuestra geografía sean consideraras de Interés Turístico Internacional, convierte a las fiestas en focos de creación económica.

En resumen, y ya para ir acabando:

No pretendo convencer a nadie, pero creo que el hecho de estar en un país laico no quita que tenemos una herencia cultural que, nos guste o no, conforma nuestra identidad como españoles. Creo que el auge del ateísmo y agnosticismo no deberían ser motivo para rechazar nuestras tradiciones. Es un buen motivo para reevaluarlas y, tal vez – a lo largo del tiempo – cambiar cómo las celebramos. Estamos viviendo una evolución socio-cultural y es normal que haya quienes quieren romper por completo con el pasado y quienes – más cobardes y más asentados en las reglas – desean evitarlo. El cambio va a llegar nos guste o no.

En cuanto a la Semana Santa en concreto, no creo que vaya a ser abolida en un tiempo cercano porque es una fuente de ingresos importante, porque todavía hay mucha gente que la considera importante y porque, seamos sinceros, son días libres. Y los esperamos como agua de mayo.