Los venezolanos padecemos una tragedia, la cual se caracteriza por la imposibilidad que tienen las mayorías de vivir una vida normal, entendiendo por normal las condiciones mínimas que en el siglo XXI permiten el despliegue de la dignidad humana. Y lo más terrible de todo, lo que lo hace más oscuro, es que el anhelo de cambio es reprimido con la cartilla de perversidades que la historia del mal ha acumulado a lo largo de los siglos. Ante este callejón sin salida anhelamos luces, pero especialmente palabras de esperanzas para seguir resistiendo. Es por ello que he «llamado» a Don Mariano Picón Salas (1901-1965) y me he puesto conversar con él en Suma de Venezuela (1987, Caracas: Monteávila), su última obra recopiladora de sus ensayos que siguiendo sus palabras en el Prólogo se refieren al país que

«sufrí y gocé con mis nervios y con mis huesos».

A su vez me he acompañado de la biografía escrita por el profesor Gregory Zambrano en el 2008 para la colección «Biblioteca Biográfica Venezolana» (Nº 88) editada por El Nacional. A continuación resaltaremos algunos aspectos de su vida y pensamiento, a partir de ambos textos, pero especialmente de la biografía, porque esta posee abundantes extractos de sus escritos.

Con Mariano Picón Salas siempre me he sentido identificado, no solo por su angustia venezolanista sino también por su profundo anhelo de ser escritor (que no puede separarse de la bibliofilia). Muy probablemente sea su mayor pasión, al decirnos sobre los tiempos del gomecismo cuando tenía 20 años, que anhelaba «cultivar su espíritu, escribir libros (…), quería mis ojos y mi mente dispuestos a disfrutar de los libros», por lo cual «no ofrecería su cuerpo y mente» a la dictadura. En pocas palabras, no se metió en la actividad política, aunque sí comparte y tiene los mismos sueños de los que luchan de manera militante.

En 1923 partirá para Chile junto a su padre, quedándose en esta tierra hasta 1936, tiempo en el cual estudia en el Instituto Pedagógico y ejerce como profesor de historia y geografía y trabaja también en la Biblioteca Nacional, por lo cual llega a afirmar: «nunca he leído más que en aquellos años», era el «gusto de devorar libros». Pero también se acerca a la ideología socialdemócrata, de allí su amistad epistolar con Rómulo Betancourt. En Chile seguirá publicando sus ensayos literarios e historiográficos junto a sus obras de ficción, por los cuales será conocido en los ámbitos intelectuales.

No soy experto en la obra de Don Mariano, por ello no sé si siguió su diario que llamaba «libro de notas» y que había comenzado en Caracas en 1919, según nos relata Gregory Zambrano, y en el que para 1930 hace un balance de su vida intelectual donde se define como «escritor» pero que debe dar clases para poder subsistir y anhela lograr la «paz para escribir», lo cual se interpreta con no tener que hacer lo que Vargas Llosa llama «trabajos alimenticios» porque no se puede vivir de lo que se escribe. De seguir lo relatado por su biógrafo, parece que este anhelo siempre es interrumpido por algo e incluso por su deseo de ayudar en la modernización de Venezuela, lo cual lo llevará a ejercer varios cargos burocráticos.

Buen ejemplo de ello será su labor en el Ministerio de Educación, donde logra la fundación del Instituto Pedagógico Nacional (con la cual llegan varias misiones de maestros extranjeros, en especial de Chile) y el ejercicio de la diplomacia. Pero me deja la impresión que no permanece largo tiempo en ellos por su hastío de «las tensiones facciosas, las conspiraciones disimuladas, las injurias» (p. 61), que lo llevan a volver al exterior como una forma de recobrar la «paz» para poder escribir tal como ocurrió al poco tiempo de llegar a Venezuela.

Su labor pedagógica es, después de la escritura, su principal legado. No solo por la modernización de la educación que ya señalamos, sino también por la fundación de la +Revista Nacional de Cultura+ (1938) y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UCV (1946). También tiene una importante aporte editorial (por solo nombrar una: la Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica), pero quizás lo más importante sean sus estudios historiográficos y de promoción del estudio de la historia; en esto último, fundó junto a José Gaos, José Miranda y Daniel Cosío Villegas el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México (1949). Dirigirá el «Papel Literario» de El Nacional desde 1953 hasta 1957.

No solo buscamos luces, como debe ser, en modelos de vida impregnados de venezolanidad como es el caso que atendemos; sino también en las ideas, en el intento de «comprensión de Venezuela» de Don Mariano a través de los diversos ensayos que reúne en su última obra recopilatoria: Suma de Venezuela (1964). De ella podemos identificar – siguiendo su pensamiento – que existe un permanente contraste (conflicto) en nuestra transitar como pueblo, entre la anarquía guerrera y simplista del caudillo (autoritarismo del personalismo político) y el esfuerzo de los próceres civiles y hombres de ley y trabajo para construir institucional y materialmente el país. Nos dice:

«Como historia y como conciencia la patria subsistió porque venturosamente siempre produjimos, junto al caudillo que en las guerras civiles del siglo XIX invadía la ciudad con sus mesnadas vindicadoras, el hombre de letras, el humanista, el historiador que, soñando en una nación más perfecta, dábase a adiestrar generaciones enteras (…)».

Su pasión por escribir fue la mejor manera que escogió, por ser la más apegada a su ser, para colaborar en la construcción de Venezuela. Una Venezuela distinta a la de la irracionalidad de los personalismos que padeció buena parte de su vida. Muchos seguramente pensaron que era inútil tanta palabrería, que era mejor la lucha política por la vía que fuera. Hoy esa palabrería llena de contenido nuestra utopía democrática y nos inspira para seguir resistiendo ¡Gracias Don Mariano!