Recuerdo años atrás, visitando el campus de Google en Mountain View, California, que uno podía seguir algunas de las palabras clave de las búsquedas que millones de personas hacían en ese mismo momento usando el browser del coloso de la informática. Todo aparecía en una pantalla gigante. Todas estas búsquedas eran posteriormente analizadas por frecuencias, proveniencia y otros aspectos. En ese entonces, no se hablaba mucho de big data y los social media no eran el pan de cada día. Las cosas han cambiado y las cantidades de datos e informaciones sobre personas han crecido exponencialmente, haciendo de Google y Facebook, entre otros, estructuras a la vanguardia en la experimentación y estudios de carácter comportamental, persuasión y análisis de programas y estrategias comunicativas.

En estos momentos, existen grupos de investigadores con una plétora de instrumentos y datos que monitorean sistemáticamente preferencias de todos los tipos y niveles, incluyendo también personas concretas, grupos de referencia, segmentos particulares de usuarios. Esto crea enormes posibilidades de estudio y también de manipulación, como hemos visto recientemente en algunas elecciones. Se analizan likes, cambios de opiniones de un segmento demográfico especifico, nuevos temas que llaman la atención de muchos y reacciones ante problemáticas concretas, confrontando datos entre muchas fuentes y creando perfiles, estadísticas e identificando tendencias. En pocas palabras, se describen con precisión las posiciones y opiniones de las multitudes sin intermediaciones descubriendo matices de luz y sombra en ese espacio entre lo público y privado, que comprende nuestra intimidad. La novedad son los métodos: relación directa, acceso a la privacidad y sobre todo la cantidad de datos y el flujo constante de estos con la posibilidad de analizarlos de manera casi inmediata y a bajo costo.

Uno de los tantos descubrimientos, que no son novedades y que a la vez confirman análisis y conclusiones hechos en otros ambientes y con otros métodos, es que la gente miente y lo hace constantemente. El modo en que nos presentamos socialmente, sobre todo en contextos virtuales, no refleja la realidad. Los hombres son más altos, más ricos y las mujeres más jóvenes. Otra conclusión es que el sexo es una obsesión para muchos y no solamente para los hombres. La cantidad de pornografía «consumida» por mujeres es superior a la que devoran los hombres. Se vive con mucho miedo y de todos los tipos y estos están creciendo con el tiempo. Somos, en general, inseguros y buscamos informaciones sobre temas que no corresponden a lo que declaramos públicamente o reconocemos como nuestro interés personal. La frecuencia de relaciones sexuales declaradas, por ejemplo, es varias veces superior a las reales. El consumo de preservativos es sobreestimado en las encuestas y no corresponde a la realidad y además, el interés en relaciones homosexuales en mucho mayor de lo que podríamos suponer. Se ha descubierto un abismo enorme entre lo público y privado.

Políticamente somos muchos más conformista de lo que queremos creer y a nivel de posiciones «ideológicas», vivimos en un universo lleno de conflictos y contradicciones, donde la coherencia es un mito que es mejor olvidar. Hace exactamente un año Seth Stephens Davidowitz, un investigador de Google, publicó un libro que describe en parte esta realidad, con un título que es ya una afirmación y provocación a la vez: Everybody lies. Y es así, somos unos mentirosos, tenemos miedo y ansias, nos interesan asuntos y temas que escondemos a los demás y nuestra imagen pública no corresponde absolutamente a la real, que se puede percibir en los temas de nuestras búsquedas, fantasías, preocupaciones y miedos. Entre los hombre, una de las preocupaciones mayores es tener un miembro pequeño y entre las mujeres, el olor vaginal. Esto crea un mercado enorme para una serie de productos y tratamientos, ya que todos buscan la «perfección» para conservar al menos un poco de autoestima y una aparentemente inalcanzable «seguridad en sí mismo».

Un aspecto que es importante evidenciar, es que conocer los miedos de las personas y sus preferencias, sobre todo, si estamos inseguros, hace fácil controlarnos y manipularnos, ofreciendo soluciones falsas a nuestras más sentidas preocupaciones. En fin, lo sabíamos y ahora está confirmado: somos tremendamente maleables en todos los sentidos, porque a pesar de lo que digamos, no sabemos realmente lo que queremos y la validez de nuestras declaraciones públicas son, para usar un eufemismo, poco creíbles. Este escenario y la posibilidad de leernos, abre un espacio enorme a una nueva forma de política, el populismo, que no es más que una manipulación ideología de nuestros miedos e irracionalidad. La diferencia importante es que ahora, si sabemos de ser vulnerables y que si muchos nos leen, no es para entendernos y ayudarnos, sino para lograr sus propios perversos intereses.