Auspiciado por el programa El Hombre y la Biosfera (MAB, por sus siglas en inglés) de UNESCO, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) inició, a mediados de los 70, un proyecto de investigación en San Carlos de Río Negro, en el Territorio Federal (hoy Estado) Amazonas, para estudiar la ecología de los bosques de esta zona de la cuenca amazónica y entender efectos de tala y quema.
Mucho del conocimiento actual sobre estos ecosistemas tropicales proviene de numerosos estudios llevados a cabo por destacados investigadores venezolanos, como los ecólogos Ernesto Medina y mi amigo Rafael “Potoy” Herrera Fernández, junto a colaboradores de diversas instituciones y países del mundo, incluyendo la Universidad de Georgia, Athens, en USA (mi segunda “alma mater”), el Instituto Max Planck, Plön, y la Universidad de Hamburgo, en Alemania.
Este proyecto, junto a una red permanente de parcelas de observación forestal en Venezuela, establecidas por el ingeniero forestal Jean Pierre Veillon (1914-2002) de la Universidad de los Andes, representaba solo una pequeña ventana al Amazonas venezolano. En otras regiones y países amazónicos se establecieron parcelas similares, formando así una extensa Red Amazónica. Tan exitoso y útil ha sido este multiproyecto, que hoy se ha extendido a bosques húmedos tropicales de África, Asia y Oceanía.
Al preguntarle al amigo Potoy por qué escoger a la región de San Carlos de Río Negro, Me comenta que
Además de la abundancia de especies, que en aquellos tiempos no era muy bien documentada, lo que nos atrajo del Alto Río Negro fue que esos magníficos bosques crecen sobre los suelos más pobres que uno se puede imaginar: los podzoles tropicales de arenas blancas. La hipótesis nuestra era que debían existir mecanismos de reciclaje de nutrientes muy eficientes para permitir el desarrollo de bosques como esos sobre suelos tan infértiles. De hecho, Humboldt se refería en su libro Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, a las áreas drenadas por ríos de agua negra como “ríos de hambre”.
Luego de 50 años “siguiendo” las numerosas parcelas de esa red, científicos asociados al proyecto multinacional han identificado más de 15 mil especies de árboles en el bosque amazónico, reconociendo que posee una representación muy numerosa (híperdominante) de individuos de unas pocas especies, apenas unas 200. Asimismo, el bosque presenta respuestas ecológicas diversas frente a los cambios ambientales.
Lamentablemente, resultados de algunos de los estudios más recientes indican que, frente al cambio global, la capacidad de almacenamiento de carbono del bosque amazónico está disminuyendo debido al aumento de la mortalidad de los árboles, ocasionada por sequías más frecuentes e intensas.
Asimismo, la velocidad del cambio climático parece causar una modificación lenta pero continua en la composición de especies. Las mayores temperaturas, las sequías más severas, la deforestación, la degradación y los incendios observados en los últimos años parecen favorecer el crecimiento de especies que, en proporción, almacenan menos carbono. Este cambio parece ser irreversible, indicando la urgente necesidad de implementar medidas que reduzcan la emisión de gases de efecto invernadero, así como la deforestación y la degradación.
Gracias a Potoy, me mantengo informado de estos avances, ya que las diversas parcelas de la red continúan proveyendo información relevante para el futuro del planeta y él, junto a numerosos y preocupados investigadores, continúa analizando resultados.
No hace tanto me envió algunos comentarios sobre el paso de Alejandro de Humboldt (1769-1859) y Aimé Bonpland (1773-1858) por San Carlos de Rio Negro. El gran naturalista y científico alemán de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, al igual que el nunca bien ponderado botánico francés, desempeñaron un papel importante en la divulgación científica de numerosas especies de fauna y flora venezolanas, incluyendo el árbol de castaño, almendro, o yuvía, conocido a nivel global como Nuez de Brasil, Bertholletia excelsa. Durante su famosa expedición al continente americano entre 1799 y 1804, se impresionarían ante un enorme árbol encontrado en San Carlos de Rio Negro, recolectando muestras, y preparando exsiccatas (muestras secas de plantas, para formar un herbario de material identificado). Uno de aquellos árboles descritos por Humboldt y Bonpland en 1800 aún existe en San Carlos de Río Negro.
El nombre del género, Bertholletia, lo eligieron para honrar a Claude Louis Berthollet (1748-1822), reputado químico francés amigo de Humboldt. El epíteto de la especie, excelsa, hace referencia a la majestuosa e imponente estatura del árbol. Es un típico ejemplo de cómo los descubrimientos y las clasificaciones científicas suelen rendir homenaje a personas que han contribuido significativamente al campo o que están relacionadas con los investigadores.
Más recientemente, Potoy me envió uno de sus escritos, relatando anécdotas personales sobre encuentros y desencuentros con algunos “tigres mariposos” (nombre dado en Venezuela a los jaguares, Panthera onca). Por cierto, tengo entre mis pertenencias más preciadas el cuadro de uno de estos “tigres”. Este óleo lo pintó y muy amablemente me regaló el recordado amigo, artista y excelente entomólogo, Harold Skinner (1917-2004).
Disculpen mi momentánea digresión, pero volvamos a San Carlos de Rio Negro, casi a “pata ‘e mingo” del Casiquiare, y a las anécdotas de Potoy. Continúa comentándome que, a ese pequeño pueblo, frente al Río Negro y Colombia, además del par de ilustres exploradores, unos cincuenta años más tarde, también fue visitado por el naturalista inglés Alfred Russel Wallace (1823-1913), quien logró llegar hasta Yavita, algo más al norte. Interesantemente, otro inglés, amigo de Wallace, el botánico Richard Spruce (1817-1893) no solo visitó, sino que vivió en el pueblo por una buena temporada, mientras exploraba la región.
En informe sobre el Distrito de Río Negro, presentado por un tal Simón García al presidente José Tadeo Monagas (1784-1868), leemos:
Con mucha frecuencia, los ingleses envían naturalistas al Brasil y al Río Negro, ya en solicitud de animales, ya en busca de plantas y cosas raras. (…) actualmente (…), con domicilio transitorio en la Misión de San Carlos, señor Ricardo Spruce, tiene ahí dos años explorando, y (…) es un poco franco, y me dijo hablando de su profesión que el distrito Río Negro contenía muchas plantas que eran muy escasas en otras partes, (…) en dos años que permaneció en los Pirineos no había podido encontrar lo que acá en abundancia.
Richard Spruce nació en las proximidades de Ganthorpe, pequeña aldea contigua a Castle Howard, en Yorkshire, Inglaterra. Su padre, también llamado Richard, dirigía la escuela de Ganthorpe y posteriormente fue trasladado a la escuela de Welburn, también cercano a Castle Howard. Su madre murió siendo Richard un niño.
Educado por su padre, con énfasis en matemáticas y redacción, adquiriría conocimientos sobre los clásicos gracias a otro docente. Eventualmente, el joven Richard se iniciaría como tutor y, más tarde, a sus 22 años, se transformaría en profesor de matemáticas en la escuela St. Peter's de York, entre 1839 y 1844.
Al cerrar la escuela por falta de presupuesto, otra institución le ofreció un puesto y residencia a tiempo completo. Esta oferta fue rechazada por el estrés que le produciría. Además, el clima húmedo de York ya afectaba negativamente su salud. Ciertamente, Spruce tenía una salud algo delicada y era común que sufriera resfriados severos, especialmente en invierno. Pero amigos y conocidos afirmaban que abandonó su carrera como educador por su amor a la botánica y al trabajo al aire libre.
El joven Spruce ya mantenía comunicación con numerosos botánicos y aficionados a este ámbito de la biología. Gracias a su relación con el botánico inglés William Borrer (1781-1862) y algunas de sus publicaciones botánicas, William Hooker (1785-1865) y George Bentham (1800-1884) se enteraron del joven Spruce. Hooker estaba en proceso de establecer el mayor jardín botánico del mundo en Kew. Reconociendo el gran potencial del joven de Yorkshire, le propusieron llevar a cabo una expedición a los Pirineos franceses para recolectar muestras botánicas.
Entre 1845 y 1846, Spruce recolectó, organizó, identificó y nombró numerosas plantas del área, convirtiéndose, además, en experto en musgos y hepáticas. De regreso en Londres, en 1848, Hooker y Bentham le propusieron realizar una exploración botánica al valle del Amazonas.
Los dos expertos botánicos estaban impresionados por unas cartas recientemente publicadas, escritas desde tierras brasileñas, por Wallace y Henry Walter Bates (1825-1892), quienes desde mayo de 1848 exploraban el bajo Amazonas y ya habían despachado a Inglaterra algunas colecciones de plantas y animales. Dichas notas fueron publicadas en Zoologist gracias a la insistencia de Samuel Stevens (1817-1899), naturalista inglés, fundador de la Agencia de Historia Natural de Londres, patrocinador de coleccionistas de flora y fauna, recibiendo a cambio los derechos exclusivos de parte de dichas colecciones. Estas eran vendidas por Stevens a aficionados, investigadores y museos, reteniendo 25 por ciento de las ventas.
Tras varios meses en Kew estudiando plantas tropicales, Spruce partiría a Sur América en junio de 1849, llegando a Pará (Belém) al mes siguiente. Lo acompañaban el joven Robert King, su ayudante durante los meses iniciales en el trópico, y Herbert Wallace (1829-1851), hermano de Alfred Russel, quien planeaba reunirse con él para ayudarlo en sus exploraciones y recolecciones. Bates y Wallace estuvieron juntos al principio, pero eventualmente se separaron, buscando abarcar más áreas para explorar y recolectar. Wallace llegaría eventualmente a Venezuela, como ya hemos comentado.
"Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland en la selva amazónica", óleo sobre lienzo, de Eduard Ender, circa 1850.
Spruce hablaba francés, latín y griego. Permanece en Pará el tiempo suficiente para comunicarse bien en portugués. Los tres jóvenes zarpan aguas arriba por el Amazonas en octubre, y luego de un par de semanas se encontrarán con Wallace y Bates en Samtarem. Explorando las selvas de los alrededores, se quedará Spruce cerca de un año.
En 1850, Hooker, en misiva, le pide a Spruce plantas de caucho (Hevea brasiliensis) para realizar ensayos en Kew que luego trasplantarían en las colonias británicas tropicales, misión que no fue cumplida por falta de fondos. A fines de año se dirige a la barra del Río Negro en Manaos. En septiembre de 1851 es visitado por Wallace, quien regresaba de su viaje por Venezuela y el Río Vaupés. Luego de 15 días, ambos viajan al rio Vaupés. Al año siguiente ya cada quien ha tomado rumbos diferentes y, para abril de 1852, Wallace va de regreso a Inglaterra. Spruce se dirige al norte por el Río Negro, siguiendo la ruta de Wallace.
Richard Spruce se embarcaría en extensas exploraciones, recolectando plantas en Sur América entre 1849 y 1864, dedicando buena parte de su tiempo al Amazonas venezolano. Entre marzo y agosto de 1853 se establece e investiga los alrededores de San Carlos de Río Negro. Una vez este lugar se “le hizo pequeño”, lo utilizará como base para aventurarse a otras zonas del Territorio Federal Amazonas. Spruce recolectará plantas por toda la región, convirtiéndose en el primer botánico en recolectar ejemplares a lo largo de los ríos Cunucunuma, Pasimoni y Yatua.
En diciembre de 1853 remonta el Brazo Casiquiare, accidente geográfico natural que une al Orinoco y al Amazonas, enormes ríos cuyas aguas corren en sentidos opuestos. Llegará hasta su lugar de origen en la bifurcación del Orinoco. De su diario leemos:
No pude mirar el Orinoco por vez primera, sin sentir una gran emoción. Pensé en los ilustres viajeros que hace cincuenta años exploraron su curso y los productos vegetales de sus orillas.
Interesado en conocer a alguna persona que recordara la visita de aquellos exploradores, se encontró con una anciana Baniva (Curipaco), quien le comentó que recordaba a un alemán y un francés, quienes “se dedicaban a recoger flores durante el día y a mirar las estrellas por la noche”.
Tras explorar parte del Orinoco, regresará por él, navegando el Casiquiare y el Negro hasta Brasil, para dirigirse finalmente a Guyana por el río Branco. Sus exploraciones se extenderían igualmente a zonas de Colombia (río Vaupés), Perú (Tarapoto) y Ecuador.
Luego de 15 años en la América ecuatorial regresa a Inglaterra, y en ese mismo año, 1864, la Academia Imperial Alemana Caesarea Leopoldina Carolina le concedió el título de Doctor en Filosofía Honoris Causa. Spruce recolectaría más de 30 mil ejemplares de plantas durante su periplo suramericano, contribuyendo significativamente al conocimiento de la flora amazónica. Sus diarios, editados por Wallace y publicados póstumamente con el título Notas de un botánico en el Amazonas y los Andes, ofrecen valiosos datos sobre sus viajes y observaciones.
Cinco meses pasaría Spruce exclusivamente en San Carlos de Río Negro durante su amplia exploración de buena parte del Amazonas y los Andes. Aunque no emitió una opinión general específica sobre el pueblo, sus acciones y escritos sugieren que lo consideraba un lugar significativo para su labor científica. Reconoció que era la única localidad conocida en la región del Alto Río Negro durante su estancia, indicando su relevancia como centro de operaciones y conocimiento. La importancia histórica del pueblo como puesto militar y misión franciscana también resaltaba su significancia como emplazamiento.
La permanencia de Spruce en el Río Negro y sus afluentes, incluida la región de San Carlos, estableció las bases para futuros estudios etnobotánicos gracias a su abundancia de especies.
Definitivamente, ¿qué mejor lugar para establecer aquel proyecto del IVIC para estudiar la ecología de los bosques amazónicos?
Referencias
Fundación Cultural Orinoco. (1994). Dos naturalistas británicos en la Amazonia venezolana: Alfred Russel Wallace, Richard Spruce. Caracas: Fundación Cultural Orinoco. 270 pp.
González, J. M. (2005). Los insectos en Venezuela. Caracas: Fundación Bigott. 149 pp.
Hemming, J. (2015) Naturalists in Paradise. New York: Thames & Hudson. 368 pp.
Knapp, S. (2013) Alfred Russel Wallace in the Amazon. Footsteps in the Forest. London: Natural History Museum. 184 pp.
Ortega Mendoza, A. (1998) Testimonios de Viajeros: 1498-1951. Pp. 48-124. En: Biblioteca Nacional (Venezuela). Orinoco Uyapari. Caracas: Biblioteca Nacional.
Raby, P. (2001) Alfred Russel Wallace, A Life. Princeton, New Jersey: Princeton University Press. 340 pp.
Röhl, E. (1987) Exploradores Famosos de la Naturaleza Venezolana. Caracas: Fundación de Promoción Cultural de Venezuela. 221 pp.
Spruce, R. (1996) Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes (Alfred Russel Wallace ed.). Quito, Ecuador: Editorial Abya-Yala. 746 pp.















