¿Por qué? Esa es probablemente la pregunta más importante que un criminólogo puede hacerse y la que ha empujado a la criminología a avanzar como ciencia. ¿Por qué matan los que matan? ¿Por qué un individuo concreto comete un crimen y otro no? ¿Por qué un preso termina reincidiendo?

Ríos de tinta se han escrito intentando dar respuesta a estas preguntas y otras tantas más.

Hoy quiero hablar sobre una corriente de pensamiento surgida en el siglo XIX y en la respuesta que le daban a la siguiente pregunta:m¿Por qué unos individuos delinquen y otros no?

Es el siglo XIX. La revolución industrial cambia el modelo económico y tecnológico; se crea la locomotora, el avión, el teléfono, el cinematógrafo e incluso la Coca-Cola; hay guerras y revoluciones por todo el planeta; y Charles Darwin desarrolla la teoría de la evolución.

Para la segunda mitad de siglo, los planteamientos de Darwin están ampliamente extendidos por el mundo, son mayoritariamente aceptados y ejercen una enorme influencia en numerosas disciplinas científicas. Y la criminología no iba a ser menos.

En Italia surgen la Escuela Positivista y el positivismo criminológico. Una corriente de pensamiento criminológico que venia a aplicar, a su manera, los planteamientos biológicos darwinistas en todo aquello relacionado con el crimen.

Entonces, ¿por qué un individuo se convierte en un delincuente? Pues para la escuela positivista, lo que marcaba la diferencia, lo que hacia que una persona delinquiese y otra no, y lo que caracterizaba a los criminales, era que estos se encontraban en un grado evolutivo inferior al del ciudadano medio. En otras palabras, el positivismo criminológico cree que lo importante y determinante a la hora de comprender la conducta criminal es el aspecto biológico y evolutivo.

De acuerdo, supongamos que lo que explica la conducta criminal es el hecho de que el criminal está en un estado evolutivo inferior. Pero ahora, ¿cómo confirmamos que alguien está en un estado evolutivo inferior?

Los positivistas, con Cesare Lombroso a la cabeza, decidieron ser coherentes con sus planteamientos y resolver esta pregunta en base a la biología y la antropología. Veamos qué aspecto tenían nuestros antepasados homínidos menos evolucionados, y comparemos con nuestros criminales.

Esta sucesión de preguntas y respuestas surgidas en el contexto del darwinismo llevó al curioso escenario de que el aspecto físico de un criminal era lo que explicaba su predisposición al delito y la violencia.

Lombroso llevó a cabo numerosas investigaciones en las que analizaba rasgos físicos de convictos intentando establecer similitudes entre estos rasgos y los de los hombres primitivos. Su idea era demostrar la existencia de lo que él llamaba el delincuente nato y que éste se caracterizaba por ser un ser atávico que presentaba rasgos físicos más propios de nuestros antepasados homínidos que de los de un ciudadano promedio.

Las herramientas empleadas para establecer esa conexión entre delincuentes y seres menos evolucionados fueron la antropometría, la frenología, la fisiognomía y la metoposcopia.

La antropometría es la rama de la antropología destinada al estudio y la medida de las proporciones del cuerpo humano. La altura de un individuo, el tamaño de su cráneo, la longitud de sus brazos y piernas, el tamaño de sus pies o sus orejas… Todo ello son algunos de los elementos que la antropometría estudia con el objetivo de analizar variaciones físicas entre humanos dependiendo, por ejemplo, del contexto o clima que habiten.

La frenología es una pseudociencia que afirma que el carácter de un individuo y su personalidad vienen determinados por la forma de su cráneo y sus facciones faciales. O lo que es lo mismo, viene a afirmar que observando el cráneo de un individuo se puede establecer que tipo de carácter y personalidad tendrá. A pesar de que actualmente es una pseudociencia relativamente olvidada, gozó de bastante popularidad en el silgo XIX.

La fisiognomía y la metoposcopia son otras dos pseudociencias muy vinculadas a la frenología. Mientras que la fisiognomía se centra en deducir el carácter y la personalidad de un individuo en base a la forma y aspecto de su rostro, la metoposcopia va más allá y afirma poder predecir el devenir a futuro de ese individuo en base a su rostro y más específicamente con las arrugas de su frente.

Y, en base a todas estas disciplinas y pseudociencias, ¿cómo luce un delincuente nato atávico y poco evolucionado? Si han leído alguna vez algún tebeo de Mortadelo y Filemón, basta que imaginen a alguno de los matones y cacos a los que se enfrentaban. Si no, aquí les dejo una lista de rasgos:

  • Capacidad craneal reducida.

  • Frente hundida.

  • Pómulos desarrollados.

  • Arco superciliar desarrollado (zona del cráneo donde se ubican las cejas).

  • Parietales grandes.

  • Orejas hacia afuera.

  • Tubérculo de Darwin (una forma concreta que puede tener la oreja).

  • Brazos largos.

  • Mandíbula y barbilla grandes.

  • Labios carnosos.

Básicamente Lombroso y los positivistas venían a decirnos dos cosas: todos los criminales son feos y si eres feo probablemente estés poco evolucionado.

El principal problema del pensamiento positivista era su fuerte componente determinista. Los positivistas dejaban de lado aspectos como la racionalidad humana, el libre albedrio o factores psicológicos, sociales o ambientales a la hora de entender la conducta criminal y lo reducían todo a meros aspectos biológicos.

Planteamientos deterministas como el positivista son peligrosos puesto que articulan sus planteamientos de prevención de la delincuencia en base a esa idea de que el criminal tiene un aspecto físico determinado fruto de su estado evolutivo inferior.