Puede que el curioso nombre de Hípaso de Metaponto no te diga nada. La culpa no es tuya. No toda. Como su nombre lo indica, nació en Metaponto, actual municipio de Bernalda en la Región italiana de Basilicata. Vivió entre los siglos VI y V antes de nuestra era y fue un matemático a la chilena, o sea no muy matemático. No obstante era un excelente teórico de la música. Anda a saber porqué, se unió a la escuela filosófica en la que Pitágoras fungía de líer empoerao. De Pitágoras sabe hasta el maestro Povedilla, albañil de su estado, que cuando quiere hacer un ángulo recto, ese que en el campo de flores bordado hace «como 90 grados», utiliza el viejo truco del 3-4-5.

Los filósofos pitagóricos, como los partidos políticos de hoy, estaban separados en corrientes. Los chupas, más cercanos a Pitágoras, componían una suerte de corriente continua: los matemáticos. Los otros, con Hípaso a la cabeza, estructuraban una corriente alterna: los acusmáticos. Como ciertamente sabes, la palabra acústica viene del griego ἀκουστικός, y está formada del verbo ἀκούειν (akoúein = oír) y el sufijo τικός (-tico = relativo a). De donde uno supone que los acusmáticos no solo exponían sus opiniones, sino que también escuchaban las del prójimo, lo que es raro.

Para que veas a qué punto Hípaso era un fulano apañao, calculó un dodecaedro inscrito en una esfera y, –aquí comienzan sus males –, descubrió y probó la existencia de los números irracionales. Peor aún, la inconmensurabilidad de los números irracionales. Hasta ese momento los pitagóricos pensaban que los números racionales podían describir toda la geometría del mundo, de modo que el hallazgo de Hípaso dejó a Pitágoras a la altura del unto, aun cuando personalmente nunca supe exactamente qué altura es esa.

Mira lo que son las cosas, Hípaso la palmó sospechosamente. Se dice que fue el mismo Pitágoras quien lo arrojó por la borda de una embarcación, mosqueado por la frustración y la vergüenza sufrida ante sus discípulos. De Hípaso, tenido por sus pares de la escuela como un «hereje librepensador», –lo que los italianos llaman un rompiballe, un coglione, un stronzo y un mascalzone–, nunca más se supo.

Ejemplos como ese inundan la historia del saber humano. Bastó con que Giordano Bruno afirmase que el universo es infinito, que existen millones de estrellas, que los astros se mueven unos con relación a otros, que no hay ni arriba ni abajo sino posiciones relativas y otras herejías de ese calibre, para que el Papa Clemente VIII lo hiciera torturar durante tres años, jolgorio que se terminó en el año de gracia de 1600 cuando decidió quemarlo vivo no sin antes hacerle cortar la lengua. En descargo de Clemente VIII hay que decir que, condenado a la hoguera, Giordano le lanzó

«Tienes más miedo tú que me condenas que yo que voy a servir para una parrillada».

Más tarde fue el turno de Miguel Servet, teólogo y médico español, nacido en Villanueva de Sigena, provincia de Huesca, en el Reino de Aragón. Uno de los hombres más sabios de su tiempo, se consagró a la geografía, las matemáticas, la alquimia, la astrología, la medicina y la teología.

Servet redescubrió la circulación pulmonar y la oxigenación de la sangre que el árabe Ibn Nafis había descubierto hacía ya tres siglos. Espíritu libre, desarrolló un pensamiento alejado del dogma religioso, rehusó el dogma de la Santísima Trinidad (la que llamaba «los tres fantasmas»), cuestionó la divinidad de Cristo y fue contrario al bautizo de los niños porque a su juicio el bautismo debía ser un acto consciente. Todo lo cual le valió la doble condena a muerte por los católicos y los protestantes.

Arrestado en Ginebra, en donde había publicado la Geografía de Ptolomeo, fue juzgado y condenado por herejía por el Magnífico Consejo de los Doscientos, en el que ejercía una gran influencia Jehan Cauvin, más conocido como Calvino. El día de gracia del 27 de octubre de 1553 Michel Servet murió en la hoguera, asesinado por fanáticos religiosos cuya sentencia dice:

«Contra Miguel Servet del Reino de Aragón, en España: Porque su libro llama a la Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas; porque contraría a las Escrituras decir que Jesús Cristo es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de la brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables blasfemias con las que el libro está así dirigido contra Dios y la sagrada doctrina evangélica, para seducir y defraudar a los pobres ignorantes.

»Por estas y otras razones te condenamos, M. Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo».

Con el tema del mercado pasa más o menos lo mismo. El mercado, que debiese ser libre, es todopoderoso, se las sabe todas y da pretexto a tanta burrada de los economistas… no existe. No solo porque los atributos que la teoría le adjudica no se dan en la realidad (atomicidad de la oferta y de la demanda, homogeneidad de los productos, libre entrada/salida, transparencia de la información, movilidad de los factores de producción…), sino porque, de entrada, es imposible definir la demanda.

Si no es posible definir la demanda… la tenemos liada con la oferta, aún más con el equilibrio de la oferta y la demanda, para no hablar de la sabia asignación de recursos que efectúa el mercado, factor sustancial del bienestar y el paraíso en la Tierra. Visto así, la muy mentada Ley de la Oferta y la Demanda desaparece como por encanto.

Intentando copiar las ciencias físicas, los economistas quisieron probar sus pinches teorías mediante el uso inmoderado de ecuaciones matemáticas. Siglos de cogitación y calculitos varios lograron demostrar la «ley de la demanda». Un pequeño paso para el Hombre, pero un gran salto para la Humanidad. Sin embargo, detallito no menor: la ley vale para un mercado en el que hay un único consumidor. A los economistas les fue imposible generalizar la «ley de la demanda» para un mercado en el que hay más de uno. A estas burradas Marx las llamaba robinsonadas, en referencia a Robinson Crusoe antes de la llegada de Viernes, con la aparición del cual, ya sea lunes o martes, la ley no funciona.

La «ley de la demanda» penosamente calculada y demostrada, vale pues solo para Robinson. Mientras Robinson vivió solo en Más Adentro (Piñera dixit), la distribución del ingreso no tuvo importancia. Pero nada más llegar Viernes adquirió una entidad mayor, haciendo imposible derivar una curva de demanda agregada. Lo que era un ejercicio pirulo con un único consumidor, se transforma en un rompecabezas inextricable en el caso de dos, o más, consumidores.

La curva de demanda que resulta de la agregación (Σ) de curvas de demanda individual se comporta de manera imprevisible. La suma de tendencias opuestas conduce –ocasionalmente– la curva de demanda a subir a pesar del aumento de los precios, o a bajar si los precios bajan. En resumen, la curva de demanda adopta una forma cualquiera: no existe nada parecido a una «ley de la demanda».

Este resultado, conocido como el Teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu, afirma que en el marco de la competencia perfecta (un sistema en el que el Sernac y el Fiscal nacional económico salen sobrando) es imposible deducir de los comportamientos maximizadores de las empresas y los hogares, las condiciones sobre la forma de sus funciones de oferta y demanda.

Sonnenschein, Mantel y Debreu intentaban probar exactamente lo contrario allá por los años 1972-1974, y a pesar de ellos mismos probaron que la Ley de la Oferta y la Demanda no existe. Por vía de consecuencia el mercado es un vasto burdel, un desorden de mucho cuidado, exactamente la inversa de lo que postula la Teoría del Equilibrio General. El mercado de la teoría neoliberal no existe.

He aquí pues reunidas, desde hace 45 años, las condiciones de posibilidad para otro magnicidio. El dogmatismo tenía un buen pretexto para asesinar a Hugo Sonnenschein, Rolf Mantel y Gérard Debreu. Sin embargo los economistas prefirieron asesinar la verdad y pasarse el Teorema por las amígdalas del sur. Hasta el día de hoy la TV, la prensa, los expertos y las universidades siguen vendiendo la pomada del mercado y la Ley de la Oferta y la Demanda como si existieran.

Para mí que entonan cada día los versos del tango de Emilio González y Norberto Aroldi, Pa’ que sepan como soy:

«Abran cancha... y no se atoren que hay pa' todos y tupido, tome nota la gilada que hoy da cátedra un varón...
(...) . «no le doy bola a los grasas que me miran y se amargan, conservando la distancia sé engrupir con distinción».

Así, por los siglos de los siglos, mientras tome nota la gilada, los medios de manipulación de masas continuarán su obra de desinformación.