«Ni más nuevo, al ir, ni más lejos, más hondo. Nunca más diferente, más alto siempre».

(Juan Ramón Jiménez )

La historia humana es trepidante, plena de riesgos, desilusiones y esperanzas, lo es ahora, lo ha sido siempre. No faltan en ella dolor e injusticias, pero aun en las lágrimas se teje la alegría. A pesar de los horrores de las guerras y las tiranías, el ser humano no pierde la convicción de que los muros siempre caen, y de que la libertad es la única revolución permanente. Por la libertad cada época encuentra la razón de sus avatares, el "hilo" conductor de sus pasiones y el horizonte de sus deseos. Experimentar, conocer y expandirse "hasta las estrellas", "ir más allá de sí" al galope del impulso para ser mejores, anima los pasos humanos hacia nuevos horizontes de dignidad y realización.

Libres ¿para qué?

Sí, en estos días, conviene recordar que la capacidad de superarnos a nosotros mismos, cambiar y evolucionar, en una palabra, trascender, es inherente a nuestra condición, como el pensamiento, como la emoción y el amor. Vivir es trascender, gracias a esta fuerza primordial se logró un día ir más allá de lo instintivo y animal. Desde el Proconsul, pasando por el Australopithecus afarensis, el Homo habilis, el Homo erectus y el Neandertal, hasta el Homo sapiens, la urdimbre de la evolución humana se teje a través de la capacidad de trascender, y esta capacidad encuentra su origen en la libertad. Libres para trascender, trascender para ser más libres.

Realizando valores

Si se observa con atención la libertad posee dos dimensiones: equivale, por una parte, a la independencia de la coacción social o individual y, por otro lado, es independencia para realizar un sentido en la vida, un ideal, un valor, en fin, para construir y mejorar el entorno y la propia personalidad. La libertad no es omnipotente, pues existe rodeada de condicionamientos sociales, biológicos y psicológicos; tampoco es arbitraria, pues las acciones libres se asocian a la responsabilidad.

El estar educado para saber elegir es tan importante como la posibilidad de elección. ¿Cuál es el bien de una libertad que conduzca a elegir alternativas contrarias a la dignidad personal y que propicien el sufrimiento individual y social? No basta, por lo tanto, hablar simplemente de libertad, es necesario vincularla a la responsabilidad. La vida es un abanico de posibilidades distintas que en unos casos conducen a la realización de valores estéticos, éticos, de conocimiento; pero en otros llevan a la decadencia personal y social, destruyendo los vínculos solidarios entre las personas.

Cuando se enfatiza, por ejemplo, la libertad como independencia de la coacción; y se olvida la dimensión de la responsabilidad, de la libertad para realizar un sentido o valor, se concluye en la resistencia per se a cualquier norma, autoridad o costumbre. De este énfasis unilateral nacen las modernas corrientes culturales que buscan destruir los diseños institucionales esgrimiendo como argumento el carácter coercitivo de las normas y de las figuras que encarnan el principio de autoridad.

Por el contrario, subrayar en forma exclusiva la dimensión de la responsabilidad, olvidando que la libertad es la raíz de la autonomía personal, conduce a subsumir lo individual en la tiranía de los grupos y las estructuras. La experiencia de los totalitarismos es, a este respecto, aleccionadora.

La libertad no se comprende ni se practica desde ninguno de los énfasis apuntados, sino solo como síntesis de ambos. Libertad sin responsabilidad es anarquía, responsabilidad sin libertad, es tiranía. Así las cosas, se trasciende sobre la base de condiciones previas -sociales, económicas, políticas y psicológicas- pero estas no son fronteras insuperables, el ser humano es más que sus condicionamientos, avanza allende los determinismos, superando el pasado y realizando ideales.

Resulta notoria la importancia educativa de la capacidad de trascender en asocio con la libertad. La persona se realiza en la medida que trasciende -libremente- fuera de sí misma, hacia la comunicación con los otros mediante la concreción de valores que superan la pura preferencia individualista. La realización personal es solo posible encontrándose en los otros, no en los aposentos del individualismo egocéntrico, sino en los "espacios" de la fraternidad comunicativa. El diálogo intersubjetivo y social que materializa valores constituye el núcleo de la realización personal.

Peligrosos extravíos

Pero cuidado, en la historia de las sociedades abundan los extravíos más radicales en punto a los asuntos comentados. Nos confundimos fácilmente otorgándole a lo relativo el carácter de absoluto y llamando conocimiento a cualquier idea o sensación que nos produzca satisfacción. Una persona, un partido político, una ideología, un sentimiento, una religión, en fin, cualquier cosa, por frágil y transitoria que sea, puede ser convertida en el "absoluto" que nos falta o en el "conocimiento" que deseamos poseer. Cuando esto ocurre, la libertad y la capacidad de trascender disminuyen, el ser humano se transforma en esclavo del poder que satisface sus deseos irracionales, pero al mismo tiempo lo mutila, deforma y destruye. Así nacen las tiranías, así se justifican los fanatismos y los odios.

Ejemplos sobran. Las cruzadas, la inquisición, las monarquías feudales de origen "divino", los totalitarismos del siglo XX, el mercado perfecto, la sociedad sin clases, el Estado mínimo, los fundamentalismos religiosos, todos estos hechos o proyectos ideológicos han pretendido erigirse sobre la base de supuestos conocimientos "científicos" o revelados y han postulado, sin excepción, un absoluto deseable y posible de alcanzar, en nombre del cual han derramado la sangre de los inocentes.

En la época moderna, el culto a un ego individualista (egolatría) que hace de sí mismo su propio dios y pretende violentar los vínculos de la solidaridad, parece constituir, al menos en el Occidente democrático y liberal, el principal extravío de la libertad y de la capacidad de trascender.

Así se cierra la posibilidad de fundamentar la experiencia histórica y personal en la capacidad de trascender. Formalmente, no se rechaza, pero se sugiere que el ego individual trasciende por sí y ante sí, con menoscabo de la comunicación intersubjetiva y de los valores frente a los cuales debe responder. De esta manera, en el fondo, se postula una antitrascendencia, no la evolución hacia la realización de valores superiores, sino la involución hacia la violencia generalizada y la exclusión de los demás.

Nunca se insistirá bastante en un hecho cardinal: para trascender, sin dañar la dignidad propia y la libertad de los otros, es esencial hacerlo en compañía. Recuerdo un hermoso verso de Antonio Machado, «Poned atención» decía el poeta, «un corazón solitario no es un corazón». Trascender, en sentido propio, es solo posible conviviendo, coexistiendo y compartiendo. Lo demás es un retorno al salvajismo.

Abandono de las certidumbres

Hasta principios del siglo XVI el ser humano se consideraba el centro del universo físico. Con Nicolás de Cusa, Bruno, Galileo, Kepler y Copérnico, se comprendió que el nuestro es un pequeño punto en la inmensidad del espacio. Cuando Galileo Galilei falleció, el 8 de enero de 1642, este nuevo enfoque resultaba irrebatible. Pasaron los años. Con Charles Darwin y Alfred Russel Wallace surgió la teoría de la evolución. Al morir el primero, en 1882, la cultura europea había abandonado la opinión que sostenía la creación directa e inmediata de las especies.

El tiempo siguió su curso inexorable. Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, Freud postuló la existencia de una dimensión inconsciente del psiquismo individual, dentro del cual se agitarían atavismos animales y fuerzas mutuamente excluyentes: el impulso al placer y el impulso de muerte. Al fallecer el creador del psicoanálisis, en 1939, la idea de una mente sin niveles era insostenible.

Contemporáneos a Darwin y Wallace; Augusto Comte, Karl Marx y otros intelectuales europeos postularon la existencia de leyes objetivas en la historia, independientes de la voluntad personal o colectiva -lo que Popper denominó naturalismo historicista-. Hacia finales de la primera mitad del siglo XX, las ideas de Comte y Marx habían sido rebatidas en su totalidad. El naturalismo historicista fue rechazado, mejor que por cualquier teoría, por los hechos del siglo XX. La idea de una historia predeterminada con independencia de las personas fue sustituida por la hipótesis acerca del carácter incierto y probable de los sucesos históricos.

Los delirios del Ego

Las cuatro tesis reseñadas no implicaban ni implican un abandono o debilitamiento de la capacidad de trascender. Al desecharse antiguas y erróneas certezas, el ser humano avanzó en su libertad y se dispuso a desarrollar su capacidad de ir más allá de sí mismo. Pero en la historia nada ocurre en estado puro. El modo como se interpreten los hechos y el contenido de esas interpretaciones, la atribución subjetiva de sentido, define los horizontes culturales y las prácticas sociales.

La tesis cosmológica, la idea evolucionista, el descubrimiento del inconsciente y el énfasis en el carácter probable de la historia, se han interpretado -de modo dominante-, sobre la base del individualismo utilitarista que sostiene la completa autosuficiencia de la persona, erigiendo a esta en la única medida de sus actos.

En ese marco egocéntrico, el nuevo enfoque cosmológico se entiende como la afirmación de una soledad radical, el evolucionismo conduce a concebir al individuo como un animal altamente desarrollado, el descubrimiento del inconsciente legitima la tesis del autoengaño como condición permanente de la biografía personal y colectiva, el énfasis en la naturaleza probable de la historia propicia el fortalecimiento de los egoísmos individuales o grupales. Así, el individualismo ha tergiversado el sentido positivo y el alcance histórico de las propuestas científicas, psicológicas y sociales que han venido transformando el imaginario colectivo.

Desde la óptica individualista, el ser humano, solo, empequeñecido, en permanente estado de autoengaño e ilusión, centrado en un sentido utilitario de las cosas y de los otros, parece condenado a la nada, al vacío más completo y dramático. ¿Qué hacer? ¿Qué caminos nos han propuesto? El superhombre nietzscheano, el comunismo de Marx, la sociedad positiva de Comte, el mercado perfecto, la mano invisible seudorreligiosa del ultraliberalismo, el Estado sabio, el Estado mínimo, la anarquía. En los inicios del siglo XXI estas opciones han revelado su naturaleza falaz y delirante.

Síntesis multidimensional

En efecto, las propuestas referidas adolecen de una visión integral. Usando un vocablo que recuerda la kantiana "unidad sintética de apercepción", puede afirmarse que la persona es una unidad sintética multidimensional, esto es, no solo biología, ni solo psiquismo, ni solo espíritu; ni solo ser social, ni solo economía, sino la unidad sintética de estas dimensiones. Es unitas multiplex.

Esa unitas multiplex no es experimentada por el individualismo, porque en todas las alternativas nacidas de su seno, el reduccionismo impide conocerla o considerarla siquiera como el horizonte de una búsqueda. El ser humano ha permanecido oculto al individualismo ciego para la mismidad de la persona y atrapado como Narciso en la contemplación de sí mismo.

No extraña, entonces, que un siglo donde se habla con profusión de los derechos humanos sea uno de los más atroces y violentos. La barbarie ha llegado a niveles envolventes. Los civiles atrapados en conflictos bélicos se transforman fácilmente en objetivos militares y policiacos. La sociedad se acostumbra, en la cima de la decadencia, al asesinato masivo de seres inocentes y a la violación cotidiana del derecho ajeno.

Libres para liberarnos

¿Puede esperarse algo distinto en un mundo prisionero de sus egoísmos? ¿Es siquiera pensable una solidaridad auténtica en favor de las víctimas del delirio y la locura de la guerra? No olvidemos la capacidad de trascender, la posibilidad superarnos a nosotros mismos, no olvidemos que somos libres para liberarnos de la barbarie y la decadencia. Nómadas en el tiempo y en el espacio, sin otra brújula que la libertad, sin otra meta que la verdad, sin otra trama que la ética, dispongámonos a vivir el siglo XXI en la seguridad de que nuestra vocación de trascender apunta al infinito.

En el pasado el ser humano supo levantarse de las cenizas, de las muchas heridas ha brotado la luz, en los rostros sufrientes ha sabido dibujarse una sonrisa, en la tierra enrojecida por el dolor, han brotado, una y otra vez, las realidades de la esperanza y, sobre todo, hemos evolucionado hacia niveles superiores de ciencia, tecnología, cultura y humanidad. ¿Acaso ahora debe ser distinto?

Por la capacidad de trascender puedo afirmar que este mundo no es definitivo, que lo bárbaro y decadente no permanecerán para siempre. Aún en la desagradable hipótesis de una sociedad moribunda, saciada de cosas, pero vacía, la capacidad de trascender aseguraría el advenimiento de lo nuevo y constructivo.

Por la capacidad de trascender, mantengo abierta la posibilidad de la liberación integral, incluso de la misma muerte. Nietzsche supo verlo con claridad, «...toda alegría», escribió, «quiere eternidad, profunda, profunda eternidad...». Por la capacidad de trascender reconozco que el universo y el mundo no son ajenos a mis anhelos más íntimos, que todo -como pensaba nuestro Jorge Debravo-, "a pesar del odio y de la muerte", todo trabaja y conspira para el amor, la libertad y la trascendencia.