Se atribuye a Epicuro (en griego, Επίκουρος, Epikouros, «aliado» o «camarada»), también conocido como Epicuro de Samos, filósofo griego fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo), el ser el primer exponente en analizar filosóficamente el denominado problema del mal.

El cómo conciliar la existencia del mal y del sufrimiento humano en el mundo con la existencia de Dios, una deidad en ese entonces; o sea un dios. Que, bajo el concepto actual de la religión, es Dios: omnisciente, omnipresente, omnipotente y omnibenevolente. He aquí la paradoja original.

¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.

¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.

¿Es capaz y desea hacerlo?

¿De dónde surge entonces el mal? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

La paradoja de Epicuro desde la perspectiva lógica

Y el análisis del problema del mal que usualmente se hace desde el punto de vista lógico y cognitivo:

Si una deidad omnipotente, omnisciente y omnibenevolente existe, entonces el mal no existe.

Hay maldad en el mundo.

Por lo tanto, una deidad omnipotente, omnisciente y omnibenevolente no existe.

Pero entonces, se presenta el problema lógico de cómo comprobar, es decir, cómo darle validez lógica a la afirmación de que «una deidad omnipotente, omnisciente y omnibenevolente» implica necesariamente la inexistencia del mal.

Simple y sencillamente no se puede. ¿Por qué?

Porque ni siquiera desde el punto de vista humano, potencia (potente) significa oposición (al mal, en este caso). Significa que se tiene la expedita facultad o potencia de hacer algo. Y ese algo, no necesariamente significa, oponerse al mal. De nuevo ¿Por qué?

Porque benevolencia literalmente significa que ‘se tiene buena voluntad o simpatía hacia las personas o sus obras’. En otras palabras, hacia la humanidad.

Y ¿quiénes tienen la expedita facultad o potencia de hacer «el mal»? ¿La humanidad? ¿O Dios? Ciertamente, la humanidad. Entonces, ¿De dónde surge entonces el mal? ¡De la humanidad!

Ergo, el mal existe y es producto de la humanidad, No de Dios. Lo que nos lleva al segundo punto lógico cognitivo. ¿Querría Dios prevenir el mal ocasionado por el hombre?

Podría, pero no es su función, ni su responsabilidad, sino la nuestra. Para eso nos dio el libre albedrío y junto con él, la capacidad para razonar y distinguir entre el bien y el mal.

Aunque el antropocentrismo humano así lo considere, Dios no existe para estar al pendiente de nosotros, una más de sus creaciones. La humanidad no es el centro de su creación sino tan sólo una más.

Así las cosas, nos toca a nosotros mismos, no a Dios, el gobernarnos y prevenir el mal que nosotros mismos nos causamos.

Ergo, Dios es capaz de prevenir el mal que la humanidad se causa sí misma, pero no le corresponde hacerlo, sino a nosotros. Entonces no es malévolo.

Conclusión lógica: Dios es capaz de prevenir el mal, pero no es su función hacerlo, sino la nuestra. Entonces no debemos culpar a Dios, sino a nosotros mismos.

¡La verdad no peca pero incomoda!