Dos de las óperas de Wagner más conocidas que tratan de los Caballeros Templarios son Parsifal y Lohengrin, y no solo eso, se trata de padre e hijo respectivamente. Mientras que en Lohengrin se trata la fidelidad, el honor, el secretismo, en Parsifal todo gira alrededor del santo Grial. Ahora hablaremos de Parsifal, recordando en este primer artículo dónde surge el interés de Wagner, pero desde una perspectiva que pocos mencionan, por no llamar secreta, y con ello vamos a tratar de recontextualizar lo (supuestamente) consabido y con ello intentaremos asimismo descubrir al menos una chispa de lo que la historia en verdad nos dice.

El Parsifal wagneriano nos podría parecer el paradigma del sincretismo, al reunir en sí elementos de muy diversas religiones, desde la historia de que el Grial, por más que se hable de un cáliz, no es más que ese cáliz (simbólicamente hablando) que los ángeles crearon de la esmeralda caída de la frente de Lucifer. ¿Y por qué esculpieron un cáliz en una esmeralda? ¿Por qué en una esmeralda?

Pues bien, la esmeralda está relacionada en ciertos círculos esotéricos con el conocimiento (la Tabla de Esmeralda, por ejemplo, pertenece a esta serie de escuelas esotérica). La esmeralda simboliza, entre otras cosas, el conocimiento de lo oculto, se relaciona con el subconsciente y la clarividencia: es el material justo para construir una vasija de recepción, un sexto sentido, para poder percibir el mundo espiritual. Y al decirse que dicha esmeralda se cayó de la frente de Lucifer, la afirmación es más bien cristiana, pues en el budismo (la otra influencia que aparece en la ópera) no existe tal cosa.

Lucifer, sin embargo, se asocia con Prometeo, que robó el fuego de los dioses griegos y se lo dio a los hombres, por toque los griegos de algún modo sí están presentes.

La opera está llena de connotaciones esotéricas y simbólicas propias del misticismo tradicional, que en la época wagneriana estaba en boga y acaso alcanzó su cumbre con personajes como Helena Blavatsky y que desafortunadamente sirvió de materia prima al nacional socialismo.

Wagner, al parecer, se inspiró inicialmente en el poema Parzival de Wolfram von Eschenbach, que leyó en Marienbad en 1845. La primera ópera que resultó de su lectura era Lohengrin, más tarde Parzival. De las muchas versiones del mito de Parsifal, por lo menos tres estaban disponibles para Wagner: Parzival de Wolfram, Perceval de Chrétien de Troyes y el Peredur anónimo.

Durante su estancia en París en 1860 leyó el Percebal de Chrétien (o Li Contes del Graal o Perceval le Gallois), en una versión francesa moderna. Sin embargo, Wagner se mantuvo callado en relación a sus fuentes. Algunos autores han querido ver una influencia budista en las fuente del Parsifal, pues pensó titularla Las tribulaciones del Buddha para lograr la suprema liberación, Wagner había mostrado un interés en el pensamiento y literatura orientales influido por de Schopenhauer.

Regresaremos a la premisa budista más adelante.

Primeramente procuraremos acercarnos a lo que Wagner mismo pensaba de Parsifal, y para ello disponemos de un valioso documento, una carta que le escribiera a Mathilde Wesendonck el 30 de mayo de 1859, de la que aquí les transcribo la exquisita traducción del Dr. Carlos J. Duverges (1897-1979):

«Me he dispuesto de nuevo desfavorablemente con respecto al poema de Parzival. Considerando bien las cosas, tengo la convicción de que se trata de un trabajo difícil en alto grado [...]. Amfortas es el centro sobre el que gira el asunto principal. Meditando sobre él, se me hizo de pronto muy claro, cayendo en la cuenta que es semejante a mi Tristán del tercer acto, pero con una progresión de intensidad no imaginada aún. La herida ocasionada por la lanza y la otra que tortura su corazón, le causan tales sufrimientos que sólo aspira a lograr la muerte. En vano ha esperado la cura por medio de la adoración del Gral, mas el Gral no sólo no remedia sus torturas, sino que las aumenta, porque la contemplación le recuerda la inmortalidad. A mi juicio el Gral es el cáliz de la Cena, en el cual José de Arimatea recogió la sangre del Salvador crucificado. ¡Qué terrible significación adquiere así la situación de Amfortas con respecto a ese cáliz milagroso! Él sufre una herida, ocasionada por la divina lanza en una pecadora aventura y debe seguir consagrando la sangre que manó un día del costado del Salvador al morir en la cruz, renunciando y sufriendo por la salvación del mundo. ¡Qué abismo entre un sufrimiento y otro!»

«En éxtasis ante el maravilloso cáliz que enrojece con sublime y dulce resplandor, Amfortas siente renovarse en él la vida y alejarse la muerte anhelada. El vive y se reanima en su vitalidad, aunque la herida fatal le abrasa más que nunca. La adoración misma se ha convertido en dolor. ¿Cómo lograr el fin? ¿Cómo conseguir la liberación? En esa forma lleva sobre sí, como una carga, los sufrimientos de la humanidad entera por toda una eternidad. Es por eso que desea alejarse del Gral, desentenderse de él, en la locura de su desesperación. El lo desea para poder morir, mas, ha sido elegido para guardar el Gral. Y esta elección no la ha realizado un poder ciego, sino que recayó en él porque era digno. Nadie como él, reconocía la fuerza milagrosa del cáliz y su alma anhelaba como la de ninguna, contemplar el Gral, que le sobrecogía de admiración, proporcionándole el poder de vivir, al mismo tiempo que el sufrimiento eterno [...]. ¿Deberé escribir todo esto y la música correspondiente? ¡Ah! no, gracias. Que otro intente tal empresa. Yo no llevaré sobre mis espaldas carga tan pesada. Quien pueda realizarlo, lo hará seguramente al gusto de Wolfram. Es posible que pueda tener así alguna apariencias y hasta buena forma. Mas yo tomo estos asuntos más en serio. Y os referiré cómo el amigo Wolfram lo realizó a su manera, sin llegar a entender su verdadero sentido. El reúne un suceso con otro, encadenando aventura tras aventura. Asocia al asunto del Gral, hechos e imágenes curiosas y extravagantes, avanza por tanteos dejando a oscuras a quien quiere profundizar. Si alguien tratara de interrogarle seguramente hubiera contestado: Si yo mismo no lo sé. Se asemejaría a un sacerdote que celebrara su cristianismo en el altar mayor sin saber de qué se trata. Wolfram hizo su prematura aparición en una época bárbara y confusa, que oscilaba entre las antiguas creencias y las nuevas. En esa época nada podía madurar; cuando el poeta pretende ahondar se pierde en fantasmagorías desprovistas de sentido.»

«Yo estoy completamente de acuerdo con Federico el Grande que al recibir la edición de Wolfram dijo al editor que no debía importunarle con semejantes futilidades. Es cierto que para ello es necesario haber vivido el verdadero sentido de la leyenda del Gral y estudiar luego la forma como la concebía un poeta como Wolfram. Esto es lo que yo he hecho hojeando vuestro libro, para llegar a indignarme de la incapacidad del poeta (yo hice la misma experiencia con Godofredo de Strassburgo, para Tristán). En todas las fuentes primitivas de la leyenda, el cáliz maravilloso es una piedra preciosa, particularmente en las narraciones árabes de España. Desgraciadamente hay que convenir que todas nuestras tradiciones cristianas tienen un origen exótico derivado del paganismo. Los cristianos supieron con gran sorpresa que los moros veneraban en la Kaaba de la Meca una piedra milagrosa (un cuerpo solar, caldo del cielo, un meteorito). Las leyendas de estos objetos misteriosos, fueron bien pronto interpretadas por los cristianos a su manera, relacionándolas con el viejo relato extendido en la zona meridional de Francia, según la cual, José de Arimatea había huido allí llevando el sagrado cáliz de la Cena. Esta tradición concordaba perfectamente con el entusiasmo por las reliquias de las primeras edades del cristianismo. Desde entonces, la leyenda adquirió su significado. Yo admiro mucho este bello rasgo de la tradición cristiana, de ideas así, el símbolo más hermoso de la esencia representativa de una religión. ¡Quién no se encontraría invadido de los sentimientos más intensos y sublimes, al conocer la existencia de ese cáliz, en el cual el Salvador, bebió al despedirse de sus discípulos y en el que no sólo se sentirá reconfortado sabiendo que él existía, sino que estaba destinado a que los justos pudieran contemplarlo y adorarlo. Por eso, la leyenda de que el Gral (corrupción de Sangre Real) sustentaba únicamente a los caballeros piadosos, proporcionándoles bebida y alimento, es de una belleza incomparable, por el doble significado que adquiere ese sublime receptáculo de ser, además del cáliz de la Santa Cena, el emblema del sacramento más sublime del culto cristiano.»

«Todo esto resulta incomprensible para nuestro poeta, cuya narración estaba influenciada por los mediocres romances de caballería franceses que eran imitados servilmente. Saque Vd. ahora conclusiones para el resto. Tan sólo existen algunas descripciones bellas, en las que sobresalen los poetas de la Edad Media, y tan sólo allí se encuentra una atmósfera de contemplación bien sentida. Pero el conjunto, a pesar de ello, es siempre confuso y estúpido. ¿Qué hacer ahora con Parzival? Porque Wolfram tampoco lo supo... Su alejamiento de Dios es tonto y mal justificado y su conversión satisface aún menos. La idea de la interrogación está presentada con muy poco gusto y carece de significado. Aquí, yo tendría que inventar todo. Y aún se presenta otra dificultad para Parzival; él resulta indispensable para desempeñar el papel de redentor en la salvación anhelada por Amfortas. Pero si el personaje de Amfortas es presentado bajo la nueva forma, adquiere un interés trágico muy grande, hasta tal punto, que se vuelve imposible colocar a su lado una segunda figura de interés principal. A pesar de ello debe encarnarla Parzival, si no se quiere estar obligado a hacerle aparecer, exclusivamente en la escena, como una especie de “deux ex machina” indiferente. De modo que es necesario colocar en primer plano el desenvolvimiento de Parzival, su sublime purificación, su espíritu predestinado por su naturaleza contemplativa y profundamente compasiva. Y como no imagino un plan tan extenso como Wolfram, debo concentrar todo en tres situaciones principales, de un contenido profundo, de tal suerte, que el complejo personaje sea tratado clara y distintamente, porque tal es la característica de mi arte. ¿Y yo emprenderé un trabajo semejante? ¡Dios me guarde!»

«Por ahora renuncio a tan insensato proyecto. Que Geibel lo versifique y que Liszt escriba la música. Cuando mi antigua amiga Brunilda se precipite en el fuego, yo haré lo mismo, con la esperanza de un fin feliz. He ahí todo y amén.»

«El Graal no me hará emprender un camino tan intrincado. Considere esto como una conferencia para lo cual no ha tenido necesidad de acercarse a la ciudad de Zurich»