Nace en París el 14 de marzo de 1905. Sociólogo, historiador y filósofo judío francés. Uno de los más influyentes intelectuales, socialista en su juventud y liberal en su madurez, humanista, antitotalitario y experto en Relaciones Internacionales. En su ideario se define a sí mismo como reformista en vez de revolucionario.

Doctor en Letras por la Universidad de París, profesor en la Escuela Normal Superior, en la Sorbona y en el Colegio de Francia. Combina su labor docente con el periodismo y escribió en Le Figaro y el semanario L'Express, entre otros medios.

Agnóstico y dedicado a las Ciencias Sociales. Desde el punto de vista metodológico recibe la influencia de Descartes y Max Weber. Defiende la razón y la libertad frente a los totalitarismos y fundamentalismos. Presencia en Berlín la crisis de la República de Weimar y el ascenso de Adolfo Hitler al poder, lo cual le marca en su carrera intelectual como muy sensible ante los peligros de las ideologías totalitarias.

Durante la Segunda Guerra Mundial se traslada a Londres y desde allí se convierte en director de la Francia Libre, un periódico crítico del nazismo y creado bajo el impulso del general Charles de Gaulle. Regresa a París tras la liberación y durante el resto de su vida mantiene una posición a favor de las democracias y adversa a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En 1948 se afilia a la Agrupación del Pueblo Francés, fundada y conducida por De Gaulle.

Conserva su independencia en el análisis y la investigación de los más variados temas de su tiempo. Es un librepensador en medio de un mundo universitario dominado ampliamente por el marxismo, tanto el soviético como el chino y el cubano.

Destaca su amistad con el filósofo Jean-Paul Sartre, pero luego ambos se distancian por sus evidentes diferencias en los temas de la actitud hacia la Unión Soviética. Sartre fue amigo de la URSS y Aron un crítico inclaudicable.

Algunos han hablado de «disraelismo francés» para referirse a la obra de Aron y otros le han visto como neoconservador liberal.

Su estilo de escribir fue el de un profesor universitario de muy alto relieve, analítico, objetivo, independiente, no atado a ninguna ideología. Sobresale en su ideario el haber huido de los fanatismos y de haber promovido cierto escepticismo:

«Hagamos fervientes votos por la llegada de los escépticos, si ellos han de extinguir los fanatismos».

(Prélot, M.,1971, «Historia de las Ideas Políticas». Buenos Aires, Argentina: 'La Ley'. Pág. 776)

Como escribe Marcel Prelot, «allí donde Jean-Paul Sartre y Emanuel Mounier desbordan de pasión y muestran una furiosa voluntad de compromiso anticapitalista, Raymond Aron desea un desprendimiento» (obra citada, pág. 776). Aun así, no es indiferente a los asuntos cruciales de su época y toma partido a favor de la libertad y la democracia.

Señala la decadencia de las ideologías, especialmente las totalitarias, y las limitaciones del sectarismo que llega a ser visto como ridículo en un mundo cada vez más instruido e informado.

Pero concentra sus ataques en lo que denomina el totalitarismo soviético. Sobre el comunismo dijo:

«El comunismo es una versión degradada del mensaje occidental. Retiene su ambición de conquistar la naturaleza y mejorar el destino de los humildes, pero sacrifica lo que fue y tiene que seguir siendo el corazón mismo de la aventura humana: la libertad de investigación, la libertad de controversia, la libertad de crítica, y el voto».

(Raymond Aron, recuperado el 26 de enero del 2017 de wikipedia)

Es decir, las libertades más esenciales para un intelectual universitario.

Sobre el marxismo dice: «Es un elemento esencial del opio de los intelectuales porque su doctrina de la inevitabilidad histórica lo aísla de poder ser rectificado por algo tan trivial como la realidad de los hechos» (referencia citada).

Sobre los fanatismos y fundamentalismos expresa: «Nadie dice nunca la última palabra», insistía, «y no podemos juzgar a nuestros adversarios como si nuestra propia causa estuviera identificada con la verdad absoluta» (referencia citada).

Sobre la Revolución de mayo 68 escribe: «No conozco ningún episodio de la historia de Francia con semejante grado de sentimentalismo irracional» (recuperado el 26 de enero del 2017 de rebelion.org). Y la percibe como un factor de desencadenamiento de la liberación de la mujer, del movimiento gay y del debilitamiento de la autoridad académica, política y religiosa y de la familia tradicional. Da la impresión de que en estos temas Aron es más bien conservador.

Escribe de casi todo y entre su vasta obra destacan libros como los siguientes:

Paz y guerra entre las naciones (1962), la cumbre de su pensamiento sobre relaciones internacionales; El opio de los intelectuales (1955), célebre por su revelación del dogmatismo reinante entre las élites culturales durante la era de Stalin; Las etapas del pensamiento sociológico (1967); Democracia y totalitarismo (1965); Pensar la guerra: Clausewitz (1976); Memorias (1983) y Los últimos años del siglo (1984), obra póstuma.

Al igual que Maquiavelo y Max Weber, Raymond Aron entiende a la política como lucha por el poder y a la Ciencia Política como ciencia del poder. Clasifica los sistemas políticos según el número de partidos. Hoy día eso parece muy común, pero en su momento representó una novedad. Señala que existían regímenes de pluripartidismo con varios partidos políticos en los que el poder y la oposición operan con una base legal, la lucha política se desarrolla de manera pacífica y rige el principio del compromiso.

Por otra parte, existen los regímenes de partido único en los que un solo partido político tiene el monopolio de la actividad política legítima. Allí el Estado es del partido, sólo se acepta su ideología oficial, el poder es ilegal, la lucha política es violenta y rige el principio de la fe y el temor. Es decir que o se tiene fe en el régimen, en el partido único y en su ideología o se vive en el temor.

Existen, sin embargo, dos tipos de regímenes de partido único, el de ideología política total, como en la Unión Soviética, o el que deja aspectos de la vida social fuera del programa político dominante, como fue el caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano durante la mayor parte del siglo XX.

Desde 1947 asevera que durante la Guerra Fría que comenzaba la «paz era imposible y la guerra improbable» (Aron, R.,1984, Los Últimos Años del Siglo. Madrid, España: Espasa Calpe, pág. 149) prediciendo que las dos superpotencias (Estados Unidos y la Unión Soviética) evitarían el enfrentamiento directo, pero lucharían por la hegemonía mundial a través de terceros países.

Es muy interesante la visión de Aron sobre la sociedad internacional, el enfrentamiento bipolar y la Unión Soviética en su obra póstuma titulada Los últimos años del siglo.

En dicho libro caracteriza a la sociedad internacional de 1983 en los siguientes términos:

  • Sigue viviendo en estado de naturaleza, entendido como estado de guerra potencial al estilo de Thomas Hobbes. Es decir que no existe ni un poder central ni un imperio de la ley, ni prevalece el derecho internacional.

  • A diferencia de Marx, que veía en la sociedad internacional una superestructura determinada en última instancia por la base económica mundial, Aron dice que la esencia de la realidad mundial es un sistema interestatal y las principales unidades de análisis son los estados nacionales (influencia tal vez de Nicolás Maquiavelo).

  • Dice que la sociedad internacional incluye además de un sistema político interestatal, un sistema económico mundial y fenómenos transnacionales y supranacionales como las empresas, las iglesias y los organismos internacionales. El sistema interestatal y el sistema económico están mutuamente relacionados por vínculos múltiples. Aquí se nota una influencia de la teoría de sistemas.

  • Y finalmente considera que dicha sociedad es bipolar con la URSS militarmente arriba, los Estados Unidos perdiendo resolución o capacidad imperial y tanto Europa como Japón cerrando distancias económicas con los Estados Unidos.

Sobre tal tema dice textualmente lo siguiente:

«Hoy la situación puede compararse a la de 1961 porque es, por así decir, reconocible: el sistema sigue siendo bipolar; las fronteras entre las dos partes de Europa no se han movido una pulgada, los estadistas y los comentaristas continúan discutiendo sobre el papel de las armas nucleares en la defensa de Europa y el riesgo de guerra nuclear; las relaciones militares entre las dos grandes potencias han cambiado en provecho de la Unión Soviética. Los europeos, más todavía Japón, han recuperado el atraso económico en relación con los Estados Unidos. Estos últimos han perdido la capacidad o la resolución de asumir el fardo imperial.

(Obra citada, pág. 27-28)

La interpretación de Aron era correcta para el momento que se vivía en los Estados Unidos y en el ámbito mundial.

Después de la administración de Jimmy Carter (1977-1981), en 1983 los Estados Unidos se encontraban en la primera Administración de Ronald Reagan, quien el 23 de marzo de 1983 anuncia su visión de la Guerra de las Galaxias, un programa que más tarde incidiría en la caída de la Unión Soviética.

Es también interesante resumir la caracterización que hizo entonces Aron de la Unión Soviética:

  • Asevera que tiene un sistema totalitario e ideocrático, basado en el poder de la ideología oficial, sustraída de la libre discusión. La sociedad civil ha sido absorbida por el estado y prevalecía un sistema de estado-partido único.

  • Señala que era una superpotencia planetaria con presencia en todos los mares y en guerra no declarada con Occidente.

  • Y sostiene que cuenta con una economía de guerra con bajo nivel de vida para su pueblo, pero en ascenso militar.

  • Nota que dicho totalitarismo avanzaba por medio de revoluciones nacionales (por ejemplo, en Nicaragua) pero que también se le empiezan a reducir las tasas de crecimiento económico.

Según Aron, la Unión Soviética es incluso más típicamente totalitaria que el régimen nacional socialista de Hitler. Esto porque «en punto a ideología, el nacional-socialismo no adoptó nunca la forma sistemática, dogmática del marxismo-leninismo. No existió catecismo hitleriano comparable con la historia del Partido Comunista de la Unión Soviética de Stalin… Hitler no tuvo tiempo de crear una universidad adicta a su verdad; depuró las universidades alemanas; expulsó de ellas a los judíos, a los socialistas o a los liberales; si hubiera querido expulsar a todos los no nacional-socialistas, no habría encontrado suficientes profesores ni sabios capaces de llenar los huecos» (obra citada, pág. 97-98).

El último capítulo de su libro se titula: «¿Hacia el hegemonismo soviético?» Y en su texto se pregunta si la sociedad internacional estará transitando desde el imperialismo americano hacia el hegemonismo soviético. Incluso un artículo suyo de 1980 fue titulado: «Del hegemonismo soviético: año I». Pero en su capítulo precisa que dicha hegemonía se refería al sistema interestatal y no a la economía.

También es destacable su pronóstico sobre lo que según su criterio sería el sistema internacional al final del siglo:

«que, de aquí a final de siglo, los Estados Unidos y la Unión Soviética seguirán siendo efectivamente los dos, los Grandes, me parece tan seguro como puede serlo cualquier proposición relativa al futuro (descartando la hipótesis de una gran guerra en la que los dos estuvieran implicados)».

(Obra citada, pág. 204)

En fin, que con todo su baje intelectual e informativo, Aron hace dos pronósticos sobre lo que sería la sociedad internacional a finales del siglo XX:

Seguiría existiendo un sistema bipolar de dos grandes potencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética.

La tendencia principal sería hacia el hegemonismo soviético, particularmente en el sistema interestatal, y el debilitamiento de la hegemonía estadounidense.

A pesar de toda su capacidad analítica y su información sobre el sistema internacional y el socialismo real, no logra prever ni pronosticar nada parecido a la caída del Muro de Berlín o a la disolución de la URSS. Más bien cree que la tendencia predominante es de ascenso y con perspectivas de convertirse en hegemonía de la Unión Soviética. No pudo prever los efectos de la diplomacia de Reagan ni los resultados del programa de la Guerra de las Galaxias y otros factores que incidieron en el derrumbamiento y desaparición de una de las superpotencias: la Unión Soviética.

Tampoco alcanza a disfrutar de la caída de la ideocracia totalitaria que tantos desvelos le produjo a lo largo de toda su trayectoria vital. Fallece en París el 17 de octubre de 1983, está sepultado en el cementerio de Montparnasse.