La globalización ha reducido los sueldos, sobre todo de los sectores económicos menos calificados. Además, un número considerable de empleos han desaparecido, pues las fábricas se han trasladado a áreas geográficas, donde la mano de obra es más barata. Esto ha producido en Europa y en los EEUU una pauperización de vastos sectores sociales con bajo nivel educacional. Al mismo tiempo, especialmente en Europa, las olas migratorias se han intensificado, trayendo a estas costas millones de emigrantes desde zonas en crisis y del África subsahariana.

En el Reino Unido, como resultado de una manipulación ideológica, ha ganado el brexit con un margen insignificante de votos y en los EEUU, como todos sabemos, Donald Trump es el presidente. Los grupos sociales más expuestos y las clases medias, que ven disiparse sus sueños y ambiciones, son tierra fértil de un fenómeno que podemos denominar los huraños, que hacen sentir su rabia sin poder articularla como alternativa política, tendiente a mejorar sus condiciones de vida.

Al mismo tiempo, se ha fortalecido una tendencia marcada y en firme aumento hacia la desigualdad económica. Los ricos son siempre más ricos y los pobres más pobres. Esta tendencia implica transferencias de recursos desde los más necesitados a los más habientes. En este contexto, la derecha neoliberal con políticas «anti-establishment y racistas» ha sabido apoderarse de la rabia social y lleva a los huraños, a través del populismo, a posiciones completamente ajenas a sus intereses, que implican una desigualdad mayor y más pobreza para las mayorías y los pseudo-protagonistaS de su propio engaño.

Una de las políticas por excelencia de los neoliberales es la reducción de los impuestos a las ganancias de capital y a las utilidades de las empresas. Esta implica una caída de los recursos estatales y, por ende, una disminución de las transferencias sociales desde el estado hacia los desposeídos como subsidios económicos, asistencia social, salud y educación, creando una situación paradojal y a la vez explosiva. Los pobres reciben menos por un lado, sea como sueldo y transferencias estatales, es decir, subsidios y, por el otro, un porcentaje de sus escasos recursos van a enriquecer aún más a los ricos, sea por una reducción de los salarios o un aumento de los precios y es la dinámica socioeconómica detrás de la creciente desigualdad social y su causa principal es la redistribución asocial de los ingresos.

Las redes sociales han permitido «democratizar» el acceso a los canales de comunicación y aquí, sin filtros ni barreras, los huraños ventilan toda su rabia e indignación. Al mismo tiempo, un ejército de manipuladores profesionales bombardea la opinión pública con falsas noticias, usando un lenguaje directo, emocional y también vulgar, que apela a los prejuicios, principalmente al racismo y la exclusión, que a su vez, sirve como puente de identificación política entre los huraños y los neoliberales en salsa populista.

En este cuadro, todo es posible hasta la manipulación de datos estadísticos, proveniente de fuentes aparentemente «serias» como el banco mundial y sus informes sobre la competitividad global y esta alianza entre neoliberales y huraños, sólo beneficia a los primeros y perjudica a los segundos, creando un nuevo ciclo de desesperación social, que lleva nuevamente a más prejuicios y a nuevas posibilidades para los lobos disfrazados de corderos.

Los sectores más conscientes socialmente, como los partidos de la llamada izquierda, han perdido completamente la posibilidad de comunicar racionalmente con un amplio sector social, que hasta hace unos pocos años era su base social y electoral. El mundo ha cambiado rápida y despiadadamente, fortaleciendo el tribalismo y debilitando la razón.

Victor Hugo nos describía estos mecanismos y personajes en su libro Los Miserables, distinguiendo entre motín y revolución, entendiendo esta última como un cambio de valores, de realidad y perspectiva bajo el paradigma de la revolución francesa. El motín en vez, era y es una expresión de violencia ciega por parte de los “huraños”, que no lleva a ninguna parte, salvo a una inestabilidad mayor. Ortega y Gasset, un personaje que no podríamos denominar de izquierda, todo el contrario, en su ensayo La rebelión de las masas, nos decía, que las masas eran las únicas capaces de pedir pan y quemar la panadería al mismo tiempo y esta seguramente es una de las mejores descripciones del tribalismo de los huraños.

Los vientos que soplan desde oriente y poniente no son los mejores y en los próximos años, por falta de lenguaje común y razón, seremos testigos de nuevas atrocidades y lo que conocemos como humanidad será reducida a su negación. La causa no será la rabia e ignorancia de los huraños, ni la avidez sin límites de los neoliberales, sino de las mayorías pasivas, que han elegido apáticamente de no participar, no oponerse, ni votar.