Ha llegado el momento tanto tiempo esperado. El 21-D empieza. Hoy más que nunca está en juego quién somos y qué país queremos ser. Barcelona tiene un leve niebla por la mañana, hace frío. El único ruido por la calle es el camión de la basura que pasa sin parar. Todo empieza a despertarse poco a poco. En casa de miles de catalanes, la gente se prepara para ir a votar. Tienen todo listo, el DNI, la tarjeta electoral, pero, sobre todo, su voto.

Las casas huelen a café para paliar el cansancio de los días anteriores, larga conversaciones hasta la saciedad con la familia y con los amigos, hasta arrancarse la voz sobre los motivos de votar a uno u otro partido.

Todos nos hemos dejado la piel por convencer el lado contrario de que nuestra idea es mejor y más justa para el país usando datos o sentimientos, intentando casi una misión de conversión casi religiosa.

Hemos llorado, nos hemos enfadado y hemos reído, porque la política es también esto: pasión.

Con su voto, los catalanes van a elegir fundamentalmente dos bloques: uno independentista y otro llamado constitucionalista en un clima de máxima excepcionalidad, unas elecciones impuestas y varios altibajos jurídicos y políticos que afectan mucho los ánimos.

En estos días vi con mucho interés los varios debates entre los candidatos a la Generalitat en varias cadenas de televisión y me ha surgido una duda: ¿es tan difícil ponerse de acuerdo sobre medidas básicas como las inversiones en sanidad o educación? ¿Qué partido está en contra de estos sectores tan básicos para la ciudadanía? ¿Tan difícil es aprobar unas ley donde todos estamos de acuerdo? A lo mejor hay partidos que tienen una doble cara o doble moral que en campaña van de misioneros y héroes y en parlamento no votan las leyes que pueden ayudar a la gente.

Durante los debates cada partido reprochaba al otro que no habían invertido en los colegios públicos, y otros replicaban que no era así. No habría ni que plantearse o acusar si se hizo o no. Hay que hacerlo y con el respaldo de todas las fuerzas políticas. Eso va más allá del color del partido.

En esta elección más que ver quién gana, hay que ver quién gobierna.

Espero que si ganan las izquierdas, estas puedan dejar aparte las criticas, el pasado y las diferencias para formar un frente reformista. Aunque viendo el debate, no sé yo.

Lo que espero es que el resultado se acepte, y lo digo porque todo apunta a que los partidos independentista obtendrán un buen resultado y, pactando, aún más. ¿Esto lo aceptarán los partidos constitucionalista? ¿Esto lo aceptará Moncloa? ¿Volveremos a un 155 hasta que no salga lo que le gusta a Mariano Rajoy?

Y si ganan los partidos constitucionalistas, ¿los independentistas aceptaran la derrota? ¿Volverá Puigdemont?

Llega la noche Barcelona, poco a poco se encienden las farolas en las avenidas. En las calles se oyen la gente hablar y finalmente las plazas se llenan de gente en fiesta. Los partidos están dando las gracias a su electorado, los candidatos hacen balance de los resultados.

Han ganado. ¿Cuidaran de la gente? ¿Amarán Cataluña? ¿La respetaran? ¿Ahora irá mejor? ¿Seremos más libres?