Hoy, y no sé muy bien por qué, o sí, me he permitido reflexionar sobre el Éxito.

El Éxito para cada uno de nosotros puede tener un significado distinto; para unos puede ser una cosa y para otros, otra. Unos buscan el éxito en lo profesional, en lo material; otros lo hacen en su interior, en su vida personal o, simplemente, en su caminar diario. Pero lo que sí es cierto es que para tener éxito en lo que sea, en el nivel que sea y que se desea, hay que trabajarlo diariamente y arriesgar.

El éxito va acompañado de decisiones. Lo más importante en ciertas etapas de la vida, y nunca es tarde, es decidir cuanto antes qué es lo más importante para nosotros e ir a por ello sin mirar atrás; con prudencia, con paciencia, con perseverancia. Marcarnos metas y objetivos. Arriesgar y caminar pase lo que pase.

No todo se hace por dinero o por llegar a más. Hay que hacer las cosas porque nos apasionan de verdad.

¿Qué deseas ser?

¿Qué quieres lograr?

¿Cómo quieres vivir el resto de tu vida?

Saber lo que quieres y a por ello.

A veces pensamos que las personas de éxito, en el ámbito profesional o vital, no han hecho nada para obtenerlo, les ha llegado como caído del cielo. No conozco a nadie al que no le haya costado conseguir aquello que desea. Pero para ello debemos tener bien definidos nuestros objetivos, nuestros deseos.

Está comprobado, escrito en cientos de estudios, de esos que aparecen por ahí en internet, que las personas que escriben y definen sus objetivos tienen un 33 por ciento más de probabilidades de conseguirlos que los que no lo hacen.

¿Por qué no lo haces tú? ¿Por qué no coges ahora mismo un papel y escribes, en primer lugar, cuál es tu definición de éxito, respondes a las tres preguntas anteriores y anotas tus objetivos a corto y medio plazo? Pelear, trabajar, perseverar, por unos objetivos a corto y medio plazo va a generar tu éxito a largo plazo.

Andamos siempre envueltos en intenciones, pero si no hay acción de nada sirve.

Y para conseguir lo que se quiere, sea lo que sea, hay que arriesgarlo todo. Para ganar en un juego hay que jugar; para ganar una carrera, hay que correr; para obtener beneficios en un negocio, hay que arriesgar.

Admiro a todos aquellos que intentan, una y otra vez, las cosas y no se dan nunca por vencidos. No intentar algo es fracasar. Y aquél que arriesga sin duda que puede perder, pero lo habrá intentado y a otra cosa.

Todas las metas se consiguen, aunque pueda parecer imposible, primero focalizándolas en nuestros pensamientos, con motivación, y pasando a la acción sin parar hasta que se consiga o se 'muera en el intento'.

Hay una historia que me fascina y siempre suelo contar en mis sesiones de éxito, motivación y liderazgo (liderandoT). Seguro que todos la conocéis o habéis oído en alguna ocasión. A mi me encanta porque es la esencia misma de aquel que quiere conseguir sus objetivos a toda costa, renunciando a dar marcha atrás ante un eventual fracaso. Porque no hay fracaso si hay valor y valentía de llegar hasta el final en nuestro objetivo, en lo que creemos.

Hace muchos cientos de años, Alejandro III de Macedonia, nuestro conocido Alejandro Magno, al llegar a las costas de Fenicia en una expedición, allá por el año 335 A.C. se dio cuenta que sus enemigos le triplicaban en número y que su tropa se veía derrotada incluso antes de pisar el campo de batalla.

Pero Alejandro Magno desembarcó e inmediatamente mandó quemar todas las naves. Mientras los barcos, su flota, ardían, el líder macedonio reunió a todos sus hombres y les dijo:

«Observad cómo se queman los barcos... Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, ya que solo hay un camino de vuelta y es por el mar. Caballeros, cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos».

Esta es la esencia del éxito: insistir, perseverar, no retroceder ni abandonar jamás, echar ‘palante’ pase lo que pase o encontremos lo que nos encontremos en el camino o enfrente. Quemar las naves, ir a por todas. Nada es fácil.

Alejandro Magno venció en aquella batalla y regresó a su tierra con las naves conquistadas.

La seguridad de poseer algo, muchas veces, nos hace renunciar a la posibilidad de conseguir algo mejor.

Lo que tenemos fácilmente a nuestro alcance nos impide crecer, haciendo que la seguridad se convierta en mediocridad, en fracaso y monotonía.

Compromiso y valentía, no una valentía arrogante, una valentía humilde. Tomar decisiones, caminar hacia un objetivo no es fácil. Nos puede dar miedo, nos puede intentar paralizar el miedo, pero la entrega total y la fe es lo que marca la diferencia entre los que llegan y los que se quedan por el camino envueltos en el desánimo o la pereza.

Todos tenemos opciones, todos podemos ir a buscar ese éxito que queremos, que deseamos. Solo hay que saltar a la orilla, quemar las naves, no mirar atrás y tirar hacia delante pase lo que pase.

Hay que salir a buscar las oportunidades. No quedarnos en la seguridad.

Asumir riesgos, soñar, construir, caer, levantar... tener Éxito.

Muchos de nosotros hemos quemado naves muchas veces, y nos quedan muchas por quemar. Pero también muchos de nosotros, en los retos a los que nos enfrentamos, hemos dejado un camino de salida, una posibilidad de marcha atrás. No hay que dejar una puerta de salida, hay que quemar las naves y que sea lo que Dios quiera.

Christopher Gardner, millonario emprendedor, conferencista y filántropo estadounidense, en cuya vida se basó la película En búsqueda de la felicidad, nos enseña que cuando uno tiene realmente un objetivo y quiere comprometerse con él, nunca debes tener un Plan B. Cuando de verdad tomas una decisión y escoges tu Plan A, el tener un Plan B lo único que va a hacer es distraerte.

El Éxito es saber trabajar en nuestra superación cada día. Sea en lo que sea: en nuestra empresa, en nuestra vida, en un proyecto concreto, un reto, en nuestro crecimiento espiritual o personal.

Por cierto, y para terminar, sé que alguien puede decir que existe una versión en la que se le atribuye el nacimiento de esta expresión a los tiempos de Hernán Cortes y la conquista de México (1521). Cuentan que, durante esta operación se produjo un motín y que el caudillo, tras el correspondiente consejo de guerra, mandó hundir (que no quemar) la mayor parte de sus barcos. Todo para que nadie tuviera la tentación de recular por la dificultad de la misión. Les diré que la versión más consistente sobre el nacimiento de la expresión «quemar las naves» tiene su origen mucho antes. Concretamente en el siglo III antes de Cristo, tal y como refleja Manuel Campuzano en su libro Alejandro Magno. La excelencia desde el liderazgo.

Feliz noche amigos.