Ser mujer y afroamericana sin duda coloca frente a una de las experiencias de discriminación más difíciles, pues se articulan la discriminación por razones de género -ejercida por parte de los hombres en una sociedad patriarcal y androcéntrica- y la discriminación por motivos raciales, la cual es ejercida sin distingo por hombres y mujeres en una sociedad tradicionalmente racista. En este contexto, la experiencia de racialización y diferenciación de las mujeres afroamericanas pasa por la reducción de su condición como mujer, la cual se realiza principalmente a través de lo estético.

En una sociedad donde la belleza ha sido erigida como el criterio primigenio y por excelencia definitorio de la feminidad, la mujer afroamericana es despojada de ella, por lo cual se le atribuye el carácter de no atractiva, no apetecible, no deseable, pero sobre todo, no lucible. Esta reducción de la condición de feminidad de la mujer a través de su estética se concreta mediante la crítica y permanente bombardeo esgrimido contra su imagen y, por tanto, de su herencia africana; por ello, de la mujer afroamericana se rechaza y descalifica su ancha nariz, sus gruesos labios, sus facciones, pero principalmente su cabello.

Este hecho no es novedoso y menos aún casual, durante la colonización europea en América el cabello afro estuvo sujeto al control social formal y en algunas regiones se instauró la Ley de Tignon. Esta ley prohibía a las mujeres africanas y sus descendientes nacidas en las Américas llevar el cabello de forma natural o los tradicionales peinados étnicos, por lo cual fueron obligadas a cubrir su cabello con velos o paños de tela a fin de minimizar su atractivo, evitar que llamaran la atención entre los hombres blancos y minimizar las relaciones interraciales. En la actualidad, el cabello afro continúa siendo «prohibido» y sancionado a través de mecanismos ideológicos, es decir, reprimido, rechazado y colonializado mediante la imposición del desriz, el alisado, las extensiones y el cabello postizo.

El cabello afro natural continúa siendo considerado y catalogado como feo, sucio, inadecuado, descuidado, irreverente, poco profesional, asociado a la pobreza y la marginalidad; concepciones que exponen a las mujeres que deciden llevar el cabello natural a la burla, miradas de desaprobación, críticas explícitas, el rechazo por parte de los hombres al considerarlo poco atractivo, pero también por parte de otras mujeres al no responder a las expectativas de belleza socialmente demandadas. Muchas niñas son objeto de bullying en los colegios y sanciones por parte de las autoridades por portar el cabello de forma natural o peinados étnicos; mientras que las mujeres son exhortadas e incluso obligadas a someterse a tratamientos y procedimientos estéticos de alisado del cabello para poder ser contratadas o mantener sus trabajos, obtener documentos de identidad, así como, acudir a determinados espacios, reuniones, fiestas y eventos.

No obstante, cuando las mujeres reproducen estas concepciones, cuando aceptan la idea de que su cabello no es atractivo, que es inapropiado, cuando rechazan la idea de aparecer en público con su cabello natural, cuando se someten a las presiones de una sociedad racista, cuando deciden invisibilizar su herencia étnica, su historia e identidad a cambio de la aceptación y el reconocimiento de quienes le desprecian, estamos ante un claro ejemplo de endorracismo; el cual supone la autodiscriminación de su pertenencia étnico-racial como consecuencia de la coacción racista.

Un ejemplo de ello es el caso de la exprimera dama Michelle Obama, quien durante los dos mandatos de su esposo Barack Obama siempre lució un cabello extremadamente liso, brillante, sin ningún rastro de frizz, con el que apareció en galas, eventos de caridad, entrevistas e incluso durante sus vacaciones; Michelle solo se permitió lucir unas sutiles ondas meticulosamente realizadas por la mano de sus estilistas, pero nunca fue posible ver a la primera dama mostrar el cabello afro al natural. No fue sino hasta la salida de la pareja presidencial de la casa blanca que la ex primera dama fue capturada por los paparazzi llevando disimuladamente el cabello afro natural, recogido con una cola y “controlado” con una banda para ejercicios.

Esta aparición ha sido celebrada por las mujeres, principalmente por las pertenecientes a la comunidad afroamericana. Sin embargo, ¿por qué Michelle Obama no apareció antes con el cabello afro natural? ¿Qué se lo impedía? ¿Lo consideraba inapropiado, poco elegante y profesional? ¿Es el cabello afro antagónico al poder? ¿No hubiese sido una iniciativa vindicativa que la primera mujer afroamericana en la casa blanca llevase el cabello afro al natural como un reconocimiento a su identidad, a una herencia sistemáticamente excluida e invisibilizada en los Estados Unidos? ¿Llevar el cabello al natural no habría sido un ejemplo para la aceptación y el autorreconocimiento de millones de niñas y mujeres negras? ¿No habría contribuido a erradicar los estereotipos y formas de discriminación que aún existen contra el cabello afro?

No, Michelle Obama no es la heroína negra que han querido promocionar, Michelle Obama no es un referente de identidad y reconocimiento étnico para las niñas y mujeres afroamericanas, Michelle Obama no está luchando contra el racismo, ni visibilizando y enalteciendo el cabello afro. Michelle Obama solo es una endorracista.