Son estos días veraniegos aptos, ideales para la reflexión. Tanto que a veces uno reflexiona en demasía lo que debería quedarse como meros pensamientos o divagaciones mentales.

Escudriñas en tu interior y te vienen imágenes, pensamientos sobre el cómo hemos llegado dónde hemos llegado y para qué.

Sin duda los compases de la vida son aquellos que van marcando nuestro destino. El ritmo lo ponemos nosotros: más rápido o más lento, con mayor o menos frecuencia. El destino también.

Llegar a asumir que prácticamente todo en la vida es una equivocación, es lo más difícil con lo que te puedes encontrar cuando crees haber llegado a ese destino. Pero peor sería no llegar a darte nunca cuenta de ello.

No creo en la perfección, tal vez porque sea el más imperfecto de los seres que pisan la tierra; tampoco creo en aquellos que la están buscando contantemente en los demás sin mirarse a sí mismos nunca.

Por qué queremos ser alguien en la vida si posiblemente lo mejor sea no ser nadie.

Krishnamurti decía que «todos queremos ser famosos, pero en el momento en el que queremos ser algo ya no somos libres».

Vivimos en un mundo en el que parece estamos obligados a ser alguien. Incluso nosotros obligamos a los demás a que sean alguien, a ser reconocidos, a que destaquen.

Queremos ser y queremos tener. Si llegamos a ser, seremos reconocidos; si tenemos más que el otro aparentaremos ser más que el otro.

No pensamos nunca que en cualquier momento dejamos de ser y dejamos de tener. Porque nada se tiene por completo ni nadie es por siempre.

Tal vez la felicidad consista, única y exclusivamente, en llegar a ser quién tú quieres ser.

Tu mejor proyecto
siempre serás tú mismo.
Saberte encontrado
por ti.
Haberte vivido
a ti.
Sentirte desde dentro
contigo. Aprender a amarte
a ti.
No buscar fuera
sin haberte buscado
dentro.
Tu proyecto
simplemente tú. Con tus idas y venidas
con tus cosas
y carencias. Egoístamente tú.

¿Quién no ha pensado alguna vez que va por la vida equivocado? Que su trabajo no le gusta. Que no está a gusto con su pareja. Que debería comer menos, adelgazar, dejar de fumar o beber, hacer más deporte.

Quién no ha pensado que, a cierta edad, no ha hecho del todo bien los deberes.

Estamos inmersos en una comodidad aparente, porque realmente no estamos a gusto. Es como estar sentado en un sillón sin muelles o tumbados en una cama sin colchón.

No queremos dar el paso de cambiar, aunque nos sepamos equivocados, porque siempre hay más peros que… esos posibles resultados.

«Y ahora, a mis años, ¿para qué?», nos decimos constantemente dejándonos llevar.

Y yo digo: «¿Por qué no?»

Una persona de 45/50 años de edad, lo normal es que viva, por estadística, como mínimo otros 35 años más.

Por qué no decidir vivir para ti, sin necesidad de olvidar al resto, esos 20, 30 o 40 años que te queden de la única vida que vivirás. ¿Por qué no vivir hoy como si no hubiera mañana? ¿Qué te lo impide?

Por qué no colocarte ese paracaídas de ilusión y lanzarte a ese vacío que no lo es porque la vida está llena de apasionantes momentos, de esa belleza inmensa y poética que si no quieres ver lo vas a perder.

¿Qué te impide vivir?

¿Tú trabajo? ¿Tu pareja? ¿Tus hijos?

¿Qué podré vivir más si no lo estropeo antes? ¿30 años? Posiblemente, nadie lo sabe.

30 años puede ser menos de lo que uno lleva vivido, pero suficiente como para demostrar que lo hemos hecho bien y dejar ese poso suficiente como para que se note que has pasado por este camino que es la vida.

¿Qué me inspira?
¿Qué tengo y a dónde voy?
¿Cómo voy?
¿Para qué?
¿Qué necesito?
¿Qué vivo y me hace vivir?
¿Cómo siento?
¿Cómo siento?
¿Qué me hace sentir?
¿A dónde vas?
¿Qué precio pagamos por hacer lo que hacemos?

Trabaja para ti. Trabaja por conseguir el equilibrio, la paz, tu espiritualidad, tu vida. Nada ni nadie te lo puede impedir.

¿Sabemos alguien si nuestra vida puede acabar en este preciso instante? Pues no. No sabemos si estas serán mis últimas líneas escritas, si será tu última copa de vino, tu última sonrisa o tus últimos pasos. ¿Por qué no disfrutas cada momento que la vida te regale de más?

Paremos un instante, meditemos y reflexionemos sobre nosotros, sobre nuestras vidas.

La experiencia nos hace llegar mensajes y señales que en la mayoría de los casos no escuchamos.

Vamos tan deprisa que no nos paramos a atender lo urgente y lo importante, lo que nos puede estar indicando si caminamos o no correctamente.

Solo cuando la señal se convierte en una sirena de alarma, entonces es cuando nos preguntamos por qué no hicimos caso antes.

En fin, al final es lo que tiene uno cuando se pone a escribir y no sabe muy bien de qué hacerlo. Termina por indagar en ese más allá de nuestros pensamientos y se da cuenta que, a lo mejor, de vez en cuando, al igual que algunos hablan demasiado, otros escribimos demasiado.