La búsqueda de la felicidad no ha sido siempre un objetivo real de la existencia humana. Más bien, el principal objetivo como primates evolucionados que somos, era y es sobrevivir a un entorno complejo y cambiante de guerras, revoluciones, terremotos, invasiones, etc.

Sin embargo, en los años 30 del siglo XX hubo un conde inglés nacido en Gales que se convirtió en Premio Nobel por adelantarse en el tiempo y prever la importancia de la felicidad en la vida humana y en el progreso de la sociedad. Ese visionario es Bertrand Russell.

Matemático, filósofo y sociólogo formado en Cambridge, pero con un entusiasmo arrollador y espíritu aventurero que le permitió vivir en China o ir a la URSS para entrevistarse con Lenin, aprovechó al máximo su larga e interesante vida – murió con 97 años – para dejar una impronta imborrable en la sociedad a favor de la belleza, de la paz, del conocimiento frente a la ignorancia y la brutalidad.

Aunque, como todo humano, imperfecto y errático, Bertrand Russell es un ejemplo no sólo de superación, sino de aprovechamiento máximo de unas capacidades intelectuales envidiables. Un talento que aplicó para explicar a sus coetáneos y generaciones futuras desde los principios fundamentales de la geometría en Principia Mathematica hasta una valoración a modo de apunte personal de todo aquello que nos hace más felices y, por ende, ayuda al progreso en la Historia.

En La conquista de la felicidad, Russell expone tanto las principales causas de la infelicidad – la fatiga, la falta de entusiasmo, la envidia, el miedo – como algunas actitudes para frenar estas causas, disfrutar de las pequeñas cosas, abrir el pensamiento hacia el mundo y conseguir la preciada unión entre la mente consciente y el inconsciente, entre el yo y la comunidad. Eso tan etéreo que llamamos felicidad.

En un relato breve, directo y ameno nos descubre su esquema de pensamiento que apoya la emancipación femenina, que se compromete en el librepensamiento sin ataduras para el desarrollo completo de un ser humano y que incluso ataca la meditación o “autoexamen” exhaustivo porque fomenta la introspección y no el contacto con el mundo. Y es que una personalidad armoniosa y feliz se desarrolla siempre hacia el exterior.

También alertó contra la excesiva crueldad y peligro de la desinformación en los medios de comunicación como una causa flagrante de coacción al libre desarrollo de la personalidad.

Por haber hecho con su vida un monumento a los ideales humanitarios y a la libertad de pensamiento – incluso pagando en la cárcel su libertad de opinión – merece un homenaje un héroe intelectual comprometido, que supo ver antes que ningún hípster que la felicidad no es ninguna quimera sin importancia, ni un negocio, sino algo clave para construir una vida plena, con sentido. Os invito a conocerlo.