La literatura moderna expresa su versión más perversa en el mercado mundial de los alimentos. Lo que parece ser leche resulta que no es leche y sorprendentemente los huevos tampoco son huevos, pese que vacas y gallinas lucen en las etiquetas que monopolizan las estanterías de los centros de abastecimiento.

La publicidad es el arma literaria que empuñan los mercaderes y con sus mensajes nos engañan desde la cuna hasta la tumba. Las palabras han sido maltratadas y desprovistas de su significado original. Donde dice saludable debería decir enfermable y la famosa proclama por la sustentabilidad en realidad esconde la preocupante degradación de los ambientes naturales.

El lenguaje, fuente de sabiduría humana durante milenios, ahora nos traiciona ante la indiferencia de los eruditos, incapaces de advertir el ocaso de la palabra como generador de conocimiento. Nosotros, los millones de consumidores en el planeta, perdimos la libertad para tomar decisiones y estamos condenados a vivir en situación de engaño.

A escala global las comunidades se someten a los delirios de este mercado dominado por anónimos depredadores, que en febril búsqueda de lucro, maquillan los tóxicos con colorantes y saborizantes. Los alimentos industriales son más baratos al momento de la compra pero terminan siendo más caros cuando se manifiesta la enfermedad, muchas veces incurable.

Considerada la pandemia del siglo XXI, la obesidad afecta principalmente a las nuevas generaciones. Esta enfermedad mortal se nutre con la creciente ignorancia de las masas que absorben diariamente las falacias de los mercaderes, en cuyos mensajes el alimento y el veneno se presentan como sinónimos.

Esta manipulación de los tecnócratas, que divorcian la palabra de su significado, es servil a la gran industria, destruyendo las pequeñas economías de subsistencia en favor de las multinacionales. El objetivo apunta al sometimiento de la humanidad a una dieta uniforme con proveedor único, donde todos comen lo mismo y se enferman de lo mismo.

La única vía para salir de este oscuro panorama es arrebatar el monopolio del mensaje de los alimentos a la industria publicitaria. Son muchas las voces que pueden aportar al conocimiento del entorno alimenticio donde pequeños emprendedores ofrecen una alternativa saludable, fresca y que representa la diversidad cultural de las comunidades del mundo.

Es hora que los literatos asuman que el campo de la información ha sido arrebatado por los mercaderes, quienes han relegado la expresión literaria a una posición secundaria y accesoria, relacionada con los pasatiempos. Pero esta batalla recién comienza y somos muchos los que queremos recuperar la condición social de la literatura, manifestación humana que permite modelar la realidad en beneficio de los comunes.