Con la muerte de Fidel Castro, he vuelto a pensar en esta figura polémica y haciendo un poco de memoria, volví atrás y recordé la historia del viaje del Granma con sus rebeldes que nunca llegó a su destino, la gesta de la Sierra Maestra, el avance hacia la Habana, la caída del dictador de turno y los primeros años de la revolución cubana. Con el pasar del tiempo, con las presiones y amenazas, la política de los guerrilleros cambió y lentamente perdió el carisma de los primeros años. La dinámica del proceso, las vicisitudes vividas son aún parte de un secreto que no conocemos en detalles, pero los rebeldes del Granma se convirtieron en los administradores del poder político y militar, en los profetas de una nueva fe, de un marxismo en versión tropical, vestido de verde oliva con la utopía de liberar el continente de todos los tiranos y males que lo afligían.

Una de las radiografías más interesantes sobre la “revolución cubana” la hizo K.S. Karol, en su libro Los guerrilleros en el poder. El escritor conocía la Unión Soviética desde adentro, conocía el estalinismo personalmente y fue, además, un destacado periodista, nacido en Polonia y radicado en Francia y con estrechos contactos con la “izquierda intelectual”. Un políglota que estudiaba los movimientos sociales en Europa y el mundo junto a su compañera, Rosanna Rosanda, fundadora del periódico Il Manifesto, que se alejó del partido comunista italiano, uno de los pilares del “eurocomunismo”, que buscaba un socialismo con el rostro humano. Ambos, Rosanda y Karol, siguieron de cerca el “proceso cubano”, entrevistando a todo los personajes claves de la “revolución”.

Ninguno de los dos puede ser calificado de “contrarrevolucionario”, una etiqueta fácil de obtener y que implicaba la excomunión y, sin embargo, nos dieron una imagen concreta de la incapacidad del Gobierno cubano de administrar la economía del país y de sus tendencias autoritarias y militaristas, que no permitían ni toleraban ninguna forma de oposición interna o externa. El Gobierno cubano no aceptó estas críticas por parte de los “compañeros” Karol y Rosanda, ya que se consideraban o pretendían ser “intocables”, y una de las historias del libro fue sobre la calidad del dentífrico que se usaba en la isla. Apenas abierto el tubo, el contenido se endurecía rápidamente, impidiendo su uso. La imagen que quedó a los lectores fue un cóctel explosivo de arrogancia e ineptitud, de poder todo y no poder nada.

El libro fue publicado en el 1972 y las tendencias negativas descritas entonces se agravaron con la pérdida del apoyo soviético y la incapacidad administrativa aumentó desproporcionadamente hasta llevar la economía del país a una parálisis casi total, con un colapso de la infraestructura y la reducción del precio del azúcar. Leí el libro en el 1974, una copia autografiada por Rosanna Rosanda, y desde entonces, por este y otros motivos, comencé a percibir la realidad cubana con otros ojos y con una cierta distancia.

En el año 1971, el mes de noviembre, durante el gobierno de Salvador Allende, Fidel Castro visitó Chile y recorrió el país de norte a sur. Habló a los estudiantes en la Universidad de Concepción, paseó por la plaza de la ciudad de noche y se bañó en las frías aguas del estrecho de Magallanes para demostrar que él podía resistir las bajas temperaturas sin peligro ni riesgos. Aún recuerdo sus palabras antes de dejar el país, que en ese entonces experimentaba los ataques de una oposición, que bloqueaba el transporte y la distribución de productos de primera necesidad para crear el caos. Fidel Castro afirmaba que volvía a Cuba más radical y más convencido de la necesidad de la revolución y más intransigente en relación a sus opositores.

Años después, en Bilbao, España, tuve la ocasión de hablar con un grupo de personas que volvían desde Cuba y ellos describían la situación alarmarte del país. La escasez, la destrucción paulatina de las ciudades por la falta de mantención, los pocos recursos disponibles, el control paranoico por parte del régimen que no permitía ninguna oposición en un mundo donde todos eran potenciales opositores, el cambio en negro de dólares, la prostitución y el desgaste moral. La población estaba desesperada y muchos eran capaces de venderse a sí mismos por unos pocos billetes verdes.

El barco de la revolución estaba ya haciendo agua por todos lados. Atrás había quedado el romanticismo del Che Guevara, Bahía Cochinos, la crisis de los misiles, los comités de defensa de la revolución, la zafra de 10 millones de toneladas, mientras la sociedad cubana caía en el colapso. El embargo, la falta de productos, la intolerancia política, que costó años de prisión a opositores e intelectuales y el “socialismo real a son de guitarra” comenzaba a hundirse lentamente en el marasmo.

La necesidad de divisa, el turismo y el sueño que la isla reentrara a ser parte de la comunidad internacional y su economía se abriera macizamente al mercado, cambiando la situación del país, no fue más que una ilusión. Ahora queda siempre menos de ese sueño, que ya es pesadilla. Sólo espero que el fin no sea violento y que se siga, en la medida del posible, el ejemplo de transición de Gorbachov, que fue desconocido por Fidel Castro, cuando el primero hablaba de cambios y apertura y el segundo conservaba toda su exaltación.

El fin de semana pasado falleció Fidel Castro y su muerte creará un clima mayor de inestabilidad, aumentando las expectativas de un cambio. Muchos se preguntan si Fidel Castro fue un revolucionario o un dictador y una respuesta clara a esta pregunta no resulta fácil. Para responder hay que reflexionar sobre la historia reciente de Cuba.

Uno de los mitos que hay que erradicar es que Fidel Castro odiaba desde siempre a los EEUU. En realidad, visitó el país en su viaje de luna de miel y se compró un coche que se llevó a la isla. Otro mito es el que fuese marxista desde los inicios. Seguramente era pragmático y ambicioso y su “antiimperialismo” surgió después de una serie errores cometidos por los EEUU y por el mismo “castrismo”. Uno de estos errores fue el apoyo a Fulgencio Batista. Otro, el intento de invasión de Bahía Cochinos. Otro más, el embargo comercial, que aisló completamente la isla y todos estos convirtieron al “comandante” en un exégeta y defensor defendido por la Unión Soviética.

Fidel Castro se opuso a las reformas de Gorbachov y siguió fielmente una línea dura y ortodoxa. Después de la caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética, Cuba se vio completamente aislada, sin protección ni ayuda económica en un mundo que había cambiado radicalmente y además, prisionera de la ideología de su comandante.

Con la muerte de Fidel Castro muere un siglo, donde Cuba y Corea del Norte eran los últimos bastiones de una ideología ya superada. Las corrientes progresistas han volcado su atención hacia las libertades civiles, los derechos humanos, la protección del ambiente y proyectos económicos que reduzcan las mayores desigualdades sociales y garanticen condiciones aceptables de vidas y desarrollo personal para todos. Fidel Castro y sus dilemas ideológicos son parte de un pasado superado y nuestro deber es pensar al presente y sobre todo al futuro.

Seguramente Fidel Castro creó condiciones mejores a nivel educacional y de salud para los cubanos, eliminando la miseria extrema que conocemos en muchas partes del continente. Él fue también el estandarte de la lucha antiimperialista de los años 60 y 70 especialmente, cuando la mano dura del imperio no aceptaba divergencias. Pero la realidad cambio y Fidel Castro no supo ni pudo adaptarse.

Por otro lado, la fuerza de un líder político se refleja en el espacio que deja a sus opositores sin temer ni reprimir opiniones adversas. Negar la oposición o eliminarla no es coraje, sino, al contrario, miedo a perder y ser contradicho, y mientras más se reprime, más miedo se tiene hasta que todos se transforman en opositores ficticios o reales. Fidel Castro no usó guantes de seda contra sus opositores ni los homosexuales, y la historia de la revolución está manchada de persecuciones, encarcelaciones y otras atrocidades, que la defensa de las libertades individuales y de los derechos humanos tiene que rechazar y denunciar con fuerza y fue así que el “líder máximo” se convirtió en un dictador. Quizás no tan sanguinario como otros dictadores del continente, pero siempre un dictador, que nos obliga a repensar la política, la moral, los cambios y la importancia de la participación directa de las mayorías y el respeto de las minorías.

Para mí, que fui un sostenedor del régimen cubano en mi juventud, es difícil pronunciar estas palabras, pero no tengo alternativa y, como todas las personas, tengo que cambiar y revisar críticamente mis posiciones, La muerte de Fidel Castro cierra una era y una visión política del mundo basada en bloques y luchas, que ya no tienen sentido. Hoy, después de la muerte del último guerrillero, me pregunto en qué medida la historia de Cuba fue determinada por acontecimientos y presiones externas y percibo la dificultad imposible de vencer la resistencia interna, el descontento, la búsqueda de apoyo internacional y las consecuencias del embargo, todo esto con la rigidez ideológica de un predicador en el desierto.