Leones y Toros de la Antigua Persia es el nombre de la muestra que desde fines de junio hasta el 30 de septiembre se expondrá en el Museo arqueológico de Aquileia, una pequeña ciudad del noreste de Italia, desde 1998 Patrimonio de la Humanidad.

Como se deduce del nombre, el hilo conductor de la exposición es la representación del león y del toro en el período que va desde la dinastía aqueménide al imperio sasánida en un arco de tiempo que abarca desde el siglo IV a.C. hasta el año 651 d.C. Se trata de un tema iconográfico que se remonta a más de cinco mil años como lo demuestran numerosos objetos, sellos y bajorrelieves en alabastro o bronce descubiertos en diversas ciudades del actual Irán.

En la muestra de Aquileia se expone un conjunto de piezas en oro, plata, bronce, terracota, lapislázuli y diversos tipos de piedra calcárea. Todos estos objetos fueron creados entre los siglos VI y IV a.C. en diversas zonas del actual Irán, entre ellas Persépolis, que era el conglomerado urbano más importante, poblado y rico del mundo conocido, hasta que llegó Alejandro Magno el año 330 a.C., cercó la ciudad y después de tres meses de asedio la incendió para obligar a sus habitantes a rendirse.

Se fundieron las murallas, las estatuas, las columnas, las láminas de oro que recubrían las estatuas y el trono, sus habitantes se calcinaron: de Persépolis quedaron solamente las ruinas que todavía hoy resisten, y se encuentran a 50 kilómetros de la ciudad de Shiraz.

También Aquileia fue uno de los más importantes centros políticos, administrativos y comerciales del Imperio Romano. Fundada el año 181 a.C. con el objetivo de establecer una colonia al noreste de la península, que serviría como bastión contra las excursiones bárbaras, gracias a su posición estratégica, la ciudad se convirtió rápidamente en un importante centro comercial, una confluencia de pueblos y culturas, puerta de Oriente, capital de la X región Augusta y sede episcopal de la iglesia cristiana: la puerta de unión entre el mar Mediterráneo y la Europa centro-oriental.

Aquileia, mientras fue capaz de resistir a las incursiones de Alarico, no soportó la avanzada de Atila que logró entrar a la ciudad, tras derrumbar sus murallas. Era el 18 de julio del año 452 d.C. y la leyenda cuenta que, tras devastarla, el “flagelo de Dios”, como era denominado el rey de los hunos, esparció sal sobre las ruinas.

Habían pasado ocho siglos entre la destrucción de Perépolis y Aquileia y hoy idealmente ambas ciudades se unen en la segunda etapa de este itinerario que se llama Arqueología Herida, un proyecto cuyo fin es exponer obras de arte provenientes de museos o sitios heridos por el terrorismo, que empezara a fines del año pasado con una exposición de un conjunto de obras del museo tunecino del Bardo.

“La muestra, dedicada al arte durante la dinastía aqueménide y el imperio sasánida, en realidad no tiene nada que ver con los trágicos eventos de nuestros días en el Mediterráneo y en el Oriente Medio, pero siempre de Arqueología Herida se trata, aunque para conocer al autor de estas heridas haya que remontarse a más de 2.400 años atrás, es decir a Alejandro Magno”, escribió en el catálogo de la muestra el Presidente de la Fundación Aquileia, Antonio Zanardi Landi.

Es interesante notar que gran parte del patrimonio arqueológico del mundo nace de una herida, de una destrucción, de devastaciones, de la obsesión por eliminar la identidad del enemigo, que a veces ni siquiera es tal, sino es solamente otro ser “diferente” del dominador.

Gracias a los libros de historia, se ha conocido la riqueza y esplendor persa en un arco de tiempo de más de un milenio: un ejemplo de tal fastuosidad son los objetos de esta exposición que ilustran el origen, el desarrollo y la madurez del arte en este enorme imperio.

Los toros y leones del titulo de la exposición no se refieren solamente a la tradición mesopotámica o elamita, sino que se remontan a la Edad de Hierro donde era frecuente la presencia de animales, hecho que se relacionaba con la estructura nómada de estas sociedades.

El visitante se quedará encantado, por ejemplo, ante al ritón de oro, del siglo V a.C.: un cáliz semi-cónico, decorado con estrías concéntricas, y adornado en el ápice por un friso con botones y flores de loto. El ritón, que descansa en la parte posterior de un león alado, es uno de esos vasos que se usaban en la Antigüedad no solamente para beber, sino también para verter el líquido en algunas ceremonias especiales, como era la “libación”, que consistía en derramar parte del líquido sobre el altar o en el suelo, mientras se pronunciaba una oración.

Los detalles del ritón de la muestra revelan la maestría de los orfebres de la época: el hocico del león con las fauces abiertas que dejan ver los dientes y la lengua, los ojos prominentes, las garras muy realistas, los músculos lineares, las grandes alas curvas, decoradas con tres hileras de plumas.

También llama especialmente la atención un puñal, también de oro de la misma época (siglo V a.C,) decorado con leones amenazantes provistos de una melena espectacular, con decoraciones a escamas, el mismo tema que se repite en la cerradura de otro objeto, un estupendo brazalete que había sido realizado un siglo antes.

Ciertamente no podemos imaginar lo que sintió Alejandro Magno en Persépolis ante las 72 columnas de la gran sala para las audiencias del palacio real, pero sí podemos tener una idea de su magnificencia observando los dos fragmentos de un colosal capitel; como también podemos adentrarnos en una caza al león mirando con atención los finísimos relieves de un plato de plata del siglo IV d.C., que todavía conserva trazas del oro que lo decoraba.

Y más todavía: quedarnos estupefactos ante el friso decorado con leones de una pesa cilíndrica que probablemente ha pesado gran parte de los innumerables dones que llegaban de los cuatro puntos cardinales del imperio, que en ese momento era el centro del mundo conocido, cono también son notables los tres leones de bronce, que giran a la derecha en una base cilíndrica, también de bronce.

Del mismo modo, las figuras taurinas son de gran realismo, como el ritón de terracota cuya base es una cabeza de toro, o las orejas taurinas del fragmento de un capitel en piedra calcárea negra, ambos realizados entre los siglos IV y VI a.C.

No es casual el hecho de que justamente de Aquileia parta la iniciativa “Arqueología Herida”, que quiere ser un puente de unión y paz entre diversas culturas. Porque esta ciudad es fiel memoria de una feliz convivencia entre romanos, judíos, griegos y alejandrinos, por lo tanto el lugar idóneo para demostrar la validez universal de la idea de convivencia y de diálogo, que refleje la necesidad de ideas concretas para la defensa del patrimonio cultural como baluarte contra el obscurantismo y la barbarie.