El ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Shlomo Bem Ami, escucha con paciencia el alegato de un joven entre el público que aprovecha su tiempo con el micrófono para responsabilizar a Israel de un genocidio continuado en el tiempo por más de seis décadas contra el pueblo palestino. El conferenciante, que parece haber escuchado esa argumentación en infinidad de ocasiones, se muestra educado y respetuoso, a pesar de los continuos ataques individualizados al pueblo que él representó oficialmente durante tres años, y que en ese día simboliza con su presencia. Su respuesta, entre vaguedades y rodeos, no acaba por tapar el caudal de acusaciones cimentadas en hechos históricos que el alegador le espeta. Pero el Señor Bem Ami acaba aseverando una idea que acabará retumbando en el coqueto salón de actos: “Israel nunca será libre en tanto Palestina no lo sea”.

Mientras tanto, el político y médico palestino Mustafa Barghouti escucha la discusión justo al lado del representante israelí. Su cabeza porta unos auriculares que le traducen al inglés la conversación que se produce en español. Una de las orejas que utiliza para escuchar esa traducción fue dañada y diezmada en el año 2012 por un disparo de gas lacrimógeno proyectado por soldados israelíes durante una protesta en el llamado Día de la Tierra en la ciudad de Belén. Antes del turno de preguntas, en su tiempo de conferencia, el Señor Barghouti ha mostrado una serie de mapas para explicar y detallar cómo Israel ha ido absorbiendo al pueblo palestino desde la primera guerra entre los dos pueblos en 1949. Con un semblante mucho más pesimista, el político palestino acaba lamentando “su pesimismo con la resolución de la Comunidad Internacional”.

Los hechos se producen el pasado martes 12 de abril de 2016 en la ciudad española de Córdoba en el marco del congreso Córdoba: ciudad de encuentro y diálogo, organizado por el Foro del Mediterráneo con el apoyo de diversas instituciones públicas. Este formato se realiza por primera vez y ha aglutinado a presencias públicas de gran importancia. Una oportunidad para mirarse a la cara, tirarse los trastos a la cabeza y levantarse aturdido por el dolor de la historia, de las maldades. También con el difícil objetivo de erguirse esperanzado por soluciones a las cargas pesadas que los conflictos acarrean. Pero ante todo con la necesidad de dialogar, de no escurrir el bulto y de tratar de llegar soluciones.

El Congreso se inició con el propósito de mirar hacia el Mediterráneo. El Mediterráneo es una gran alberca donde se bañan ricos y pobres. Una especie de vecindario que carece de fronteras. Unos ven el agua como un disfrute. Otros como una escapatoria. Acaba siendo un cementerio. En su fondo han perecido miles de personas en los últimos lustros. Ahora la guerra de Siria y la tragedia de los refugiados focalizan la mirada en sus olas. Pero la catástrofe ha sido continua desde que las diferencias entre Europa y África se han hecho palpables debido al enriquecimiento del norte en gran parte gracias al empobrecimiento del sur y del saqueo de sus riquezas naturales. Este hecho es algo que ya nadie discute. Pero hubo un tiempo, no tan lejano en el calendario, en el que la aspiración de las grandes potencias mundiales era ocupar el terreno del continente africano, o de Asia para apropiarse de su riqueza. Hoy son otros problemas pero herederos de los anteriores, y en parte es debido al continuo maquillaje que la Comunidad Internacional ha realizado en su actuación, sin entrar de forma profunda en las raíces de los mismos. Las flores se caen en los otoños. Sin embargo, los troncos se perpetúan a no ser que un viento feroz los levante.

La conversación, la asunción de culpa y las palabras sin rodeos son ese viento feroz. Al comienzo del Congreso sentí algo de pesimismo por el hecho de que las palabras distan mucho de convertirse en actos. Durante la tediosa presentación, que si no es tediosa no es presentación, reflexioné acerca de cómo habían cambiado las cosas desde nuestra prehistoria. Al comienzo de nuestros días, el asesinato no era hasta que se producía. El nombre siempre llegaba después. La palabra era impuntual. García Márquez lo representa en su Cien años de soledad donde los gitanos sorprenden a los habitantes del pueblo presentándoles objetos que no saben ni cómo se llaman. Pues bien, aquí ocurre lo contrario: los actos ante las masacres que se producen diariamente en las aguas del Mare Nostrum no llegan. Por eso aparecen las palabras vacías, a las que le faltan acciones, que tanto pronuncian los políticos con cargo hoy en día. Frente a esta circunstancia, el diálogo concreto se convierte en un mecanismo fundamental para propulsar las acciones.

Para ponerse en marcha hacen falta ejemplos. Para ello en Córdoba se citó también un galardonado con el Premio Nobel de la Paz, el tunecino Bem Moussa que colaboró en el Cuarteto por la Paz de Túnez. Tal bagaje debería ser su mejor valedor. Pero es su experiencia la que enriquece el Congreso. Porque, a través del diálogo, este cuarteto consiguió armar los cimientos para el establecimiento de la democracia en el país norteafricano. Aun con problemas posteriores a esta convención, Túnez ha sido el país árabe que más ha avanzado socialmente desde los movimientos sociales que comenzaron justamente en este mismo país en 2011. El Señor Bem Moussa representó en esas conversaciones a la Liga Tunecina por los Derechos Humanos. Ahora, con la experiencia del camino andado, exige el pragmatismo que siempre escapa a las palabras vacías. “La democracia necesita dinero” asegura, mientras lanza una alarma afirmando que “si la democracia fracasa, el terrorismo se potenciará”. No hay fatuidad, existe realidad.

La escritora egipcia Nawal al Saadawi, de 85 años, acude a su lugar para convencernos de que la mujer no puede liberarse bajo ninguna religión. Con arrugas en la cara y un cuerpo envejecido, es la más joven de todos los que estamos en la sala. Intelectualmente es fresca, rápida, viva. Cuenta que esperó 70 años a que la Revolución tomase las calles de El Cairo y que, a pesar de que no desencadenó en el país el cambio que ella esperaba, mostró el camino a las mujeres árabes. “La religión es política”, afirma con vehemencia contagiosa.

Las olas llegan a las orillas del Mediterráneo a la vez que salgo del Congreso. Y tengo la sensación de que las palabras no sirven para cruzar los mares. Que para eso hacen falta barcas. Que entendernos no otorga una mayor esperanza de vida a quienes están a punto de arriesgarla. Pero estoy sacudido y algo aturdido. Entonces recuerdo las palabras que escuché una vez a un político que trataba de argumentar su transgresión: “estamos aquí para disturbar, para agitar, para plantear”. Yo me sentía agitado. Las palabras comenzaban a tener efecto.

Dijo el escritor español Miguel de Unamuno que el racismo es una enfermedad que se cura viajando. El diálogo debe ser un atenuante de esa dolencia. Y el congreso es un enorme medicamento para ese propósito. Para resolver el problema que existe en el Mediterráneo solo puede existir un camino que se base en mirarse a los ojos. Con arrepentimiento y sin rencor. Y para evitar que este proceso sea hueco, hace falta que se reúnan personas que sean capaces de mirar a los ojos de sus vilipendiados o a su verdugo. Solo entonces podremos darnos cuenta de que las acciones han precedido con tanta antelación a las palabras, que estas han acabado por sonar vacías, manipuladas por la historia y zarandeadas por las decisiones de unos hombres, y de hecho, solo hombres, que han visto a lo largo de la historia el Mediterráneo como un manto de sangre cuyo provecho es mayor que su desgracia.