No corren buenos tiempos para el ciudadano Pedro Almodóvar. Su aparición en los papeles de Panamá ha dañado una imagen pública identificada con la crítica de la corrupción, las desigualdades y las injusticias. Hubo disculpas, pero la mancha no desaparece con facilidad. Además, su última película no ha contado con el favor del público en su discreto estreno español. Sin embargo, Julieta es su mejor trabajo en una década, la que ha pasado desde la presentación de la genial Volver. El director manchego ha entregado ahora una obra muy madura, repleta de vida, personalidad y emociones.

Candidata a la Palma de Oro en el próximo Festival de Cannes, Almodóvar narra la historia de una mujer, Julieta, en dos tiempos. Durante la década de los ochenta, esta profesora de Cultura Clásica vive feliz con su pareja, un pescador gallego. Treinta años después, es una mujer destrozada por el dolor y la culpa. Un encuentro fortuito en las calles de Madrid con una antigua amiga de su hija le conducirá a revisar el pasado e intentar cerrar unas heridas que no han cicatrizado.

El título original de Julieta era Silencio, pero se modificó para no coincidir con la próxima película de Martin Scorsese. Aun así, el primer nombre resulta mucho más representativo del contenido del filme. El director español más internacional continúa por la senda de la contención iniciada en sus últimos trabajos y entrega una obra seca e introspectiva en la que los personajes rara vez verbalizan sus sentimientos y conflictos. Viven atormentados, pero no comparten su pesar. Si bien esta aridez puede resultar difícil de digerir y hasta frustrante en un primer visionado por la aparente falta de un conflicto no expuesto en toda su dimensión hasta el desenlace de la película, cuando se desvela la realidad de la vida de Julieta y encajan todas las piezas en este drama duro y devastador, la recompensa es inmensa. Si hay una cinta a la que haría justicia un segundo visionado esa es Julieta. De todas formas, una primera proyección basta para confirmar que Almodóvar domina la representación en la pantalla del dolor, la culpa, la depresión, la soledad y la incomunicación.

Pero, como es habitual en el cine de este director, las imperfecciones son evidentes. El principal problema de la cinta es la introducción ocasional de diálogos artificiales que subrayan con palabras el contenido de ciertas imágenes, como si el director dudara de su capacidad para transmitir la idea escogida o de la del espectador para comprenderla. Tampoco parece del todo pertinente la inclusión de una subtrama sobre los padres de la protagonista, que poco aporta a la principal línea argumental y nunca llega a evolucionar más allá de un planteamiento vago. Asimismo, falta verosimilitud a la inserción de Julieta y su entorno en un mundo burgués, artístico y lujoso, demasiado alejado de la realidad social en que se desenvolverían si existieran fuera del cine.

En cuanto a las interpretaciones, Emma Suárez es la auténtica protagonista y alma de la película con un trabajo incluso más minimalista y contenido que la narración de la película. La tristeza, incomprensión y desesperación se reflejan en su rostro con gran cantidad de matices y recursos. Es un trabajo magistral. Desde luego, debería figurar entre las favoritas al premio de mejor actriz del Festival de Cannes. Tampoco se quedan atrás Inma Cuesta con un papel tan trágico como el de Julieta ni Rossy de Palma como un ama de llaves entrometida y de apariencia siniestra. Aunque la película podría sobrevivir sin este último personaje, aporta unas dosis de costumbrismo realista y evidencian la capacidad de la intérprete mallorquina para afrontar papeles más allá de la caricatura cómica. Por lo que se refiere a Adriana Ugarte, su labor como la joven Julieta resulta irregular y en sus primeras apariciones se muestra incómoda. O no ha comprendido a esa mujer o el director no ha logrado transmitirle las órdenes adecuadas para darle vida. El resto de actores se limita a superar el desafío con corrección.

Los demás aspectos técnicos y artísticos, incluidos el diseño de vestuario, fotografía y banda sonora de Alberto Iglesias con toques de jazz y cine de suspense son intachables.

En última instancia, Almodóvar deja hueco para la esperanza en una cinta que advierte de los riesgos del silencio e introspección extremos. Él mismo ha asegurado en entrevistas durante los últimos años que se ha aislado de sus amistades y que ha quedado inmerso en la soledad. Julieta no es solo una mujer perdida. También es Pedro Almodóvar.