Es una realidad, hablar de cáncer es sinónimo de muerte. Como si no fuera suficiente con luchar contra la enfermedad, la sociedad incluye una palabra tan fuerte que se inclina a la definición de final. Existe un miedo interno que se despierta cuando hablamos del cáncer, un miedo que tapa toda esperanza porque no han enseñado otra cosa que tenerle miedo a una enfermedad que tiene cura. Y más en estos días. En eso tú estarás de acuerdo, que te enfrentas a él todos los días, siempre por un motivo, para abrazar a tus hijos e hijas, darle un beso a tu pareja, salir a bailar en el cumpleaños de alguna amiga, oler la comida de tu madre, conversar con tu mejor amigo, recogerle el café a tu padre que te espera mayor sentado en la mesa o, simplemente, seguir viviendo porque crees en las segundas oportunidad. Porque existen. Y están ahí. Muy dentro de ti.

Hoy en día, se sabe todo del cáncer, o casi todo. Se sabe lo biológico, lo teórico. Se sabe que el cuerpo son células y qué de estas células nace el desarrollo de la vida. Nuestro cuerpo está formado por tejidos que, a su vez, están creados por millones de células que se reproducen y mueren para dar espacio a la división de otras y, así, seguir organizando el normal ciclo de la vida de cada órgano. El problema surge cuando una célula se descontrola, pierde su manual de instrucciones y se divide sin un control. Sin pedir permiso. Rebelándose contra la línea de su misión. Esto hace que se cree un grupo de células (tumor), con una forma muy diferente, y vayan ocasionando la eliminación de las otras células sanas. Y, a veces, se trasladan a la corriente sanguínea para contagiar a los otros órganos (Metástasis). Y ahí, justo entre el tumor y la metástasis, no sé aplica bien la parte práctica. Se ha dejado de lado esta parte. La más importante, una de las mitades que te salva. O, al menos, que te ayuda a salvarte porque quién completa este circulo entre la teórica y la práctica eres tú. Tú eliges. Tú decides. Es tu vida. Tú eres la súper heroína rosa.

El cáncer se cura, se cura. Lo sé. Y rompiendo formalidades, vamos a tratarnos de tú a tú. Yo he perdido a muchos seres amados por culpa del cáncer. Mi bisabuela, mi abuelo y la mejor amiga de mi madre, Begoña. Es cierto, los perdí, y aún no me lo creo. ¿Pero sabes lo que me hace estar más cerca de ellos? Las personas como tú. Y sé a lo que me refiero porque, aunque nunca te haya tenido delante mía, sé que luchas más que nadie y que vas a sobrevivir para darles un lugar en el mundo, a darnos esperanzas, a darnos ilusión de que todo es posible porque tú lo haces así. Porque eres una líder en medio de un obstáculo que no puede contigo porque tú tienes más poderes que esa banda de células malignas que recorren perdidas tu cuerpo. Porque tú no estás perdida como ellas, ni estás sola. Nunca estarás sola. Estás viva, y mientras hay vida hay esperanza, leí una vez.

María José Domenech es una de tu equipo. Ella es también una súper heroína que me salvo la vida. La conocí cuando el centro de Madrid estaba conquistado por miles de corredoras que daban sus gotas de sudor y su entusiasmo en demostrar que no estás sola. Que todas te acompañamos a la meta. Cuando me fije en María José me llamó muchísimo la atención su pañuelo violeta en su cabeza. Y luego, la luz y su perfil. La forma en que tomaba café sentada en la cafetería mientras esperaba a su hermana. Yo nunca había creído en ese famoso dicho de “hay situaciones en que la vida nos lleva al lugar justo y en el momento justo”. Pues bien, ella era y es el lugar justo y el momento justo. A partir de la pequeña entrevista que le hice, encontré a mi mentora. A mi ejemplo a seguir a pesar de todo. A la superviviente que corría también por tus sueños.

María José es profesora, pero nunca de tierra firme, siempre ha usado sus alas para volar donde su intuición le señalaba nuevas experiencias. Cuando ya aprendió para poder enseñar a los demás volvió a Madrid, donde fue mama. Donde llevaba cualquier problema diario como todas y todos. Hasta que un día, el cáncer y ella se vieron las caras.

“No me lo creía. No me lo creía. Descubrí que tenía cáncer de mama por medio de los análisis que te hacía la Asociación Española Contra El Cáncer, por los camiones que colocan en algunos lugares. Esos análisis pasaron a mi centro de salud. Tardaron un mes en avisarme, imagínate. Me llamaron para hacerme unas pruebas e identificar la zona del posible cáncer. Pero es que, en esa época, me habían llamado también para trabajar por fin de profesora en un colegio de la Sierra de Madrid. Imagínate, por fin iba a despegar en un trabajo fijo y con muchos proyectos que me venían a la mente. Estaba tan ilusionada que cuando le dije a la chica de administración del hospital que ya me haría la prueba, y está me contesto "es que te vas a morir si no te la haces" no tuve miedo. Solo le conteste que el cáncer iba a tener que esperar porque yo tenía que trabajar”. Así me hablaba María José en esta charla. Con naturalidad, sin miedo. Dándome la oportunidad de ver que lo importante no es tan importante y que la vida depende de nosotros.

“Estoy segura de que no deberían llamarle cáncer. No sé exactamente cómo, pero no llamarle de esa manera. Pensamos muchas veces que cáncer es sinónimo de muerte. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Quién lo dice? Yo estaba bien cuando me lo diagnosticaron, por eso tampoco me lo creía cuando me lo afirmaron. Pero, sin embargo, era el control de mi enfermedad o el poder de mis emociones sobre mí, así que aunque tenía miedo, quería enfrentarme a ella con todas las ganas del mundo de superar este obstáculo que se había puesto en mi camino para cambiarme, quizás para hacerme ver un camino que ignoraba. Un nuevo nacimiento. Por muy raro que suene, negué el hecho de morir. El día que me operaron, yo contaba con la compañía de mi profesor de Chi Kun que me ayudaba con mis ejercicios. Yo no se lo dije ni a mi familia ni a mis amigos cuando me confirmaron que tenía cáncer. Pero ellos estaban también el día de la operación, siempre acompañándome. Y aun así, antes de entrar en el quirófano, pensé mientras me llamaban a operaciones: quiero recuperarme para ver a mi hijo tocar el piano, quiero vivir para trabajar de lo que me gusta, quiero hacer muchas cosas. Está no es mi hora”.

María José sostiene que hoy hay muchísimas herramientas y buenas profesionales que nos acompañan en este tratamiento para curarnos, el avance de la ciencia es importante, pero también la ciencias de las emociones. Que la actitud que tomemos ante todas las cosas que nos pasan en la vida es fundamental. Ella se reía de todo, como también afirma que lloraba por todo, porque es normal sentir polos opuestos. Pero, por eso mismo, hay que llorar cuando se tienen ganas para descargar el cuerpo y seguir riendo para luchar por lo que vendrá.

“Sigo aprendiendo otras formas de ver la vida. Estoy dando un cambio tanto por dentro como por fuera. Los palos los veo de otra manera. De superarse, de no limitar nuestro poder o actitud. Somos mágicos. Tenemos la solución a todo lo que nos venga. Para eso vivimos. Es un viaje misterioso y fuerte que nos llena. Una oportunidad de valorar más la vida. Seguir ilusionándonos. A mi me paso que estaba tan ilusionada con asistir a una clase de Iniciación de la descodificación que, aunque esa misma mañana se me caía por primera vez el pelo, no le di importancia. No me deprimí. Era una situación extraña, como si se me cayeran cachos de una vida anterior. Y fuera naciendo otra persona. Me veía rara. No había vivido nada igual pero, sin embargo, en lugar de pasarlo mal quise ir a clase, pasarlo bien, conocer gente y aprender más. Así que, ya que no tenía ningún pañuelo a mano, me puse la funda de la almohada y salí hacía una nueva aventura que se me presentaba esa mañana”. Como dice ella, su embalse estaba cambiando, estaba entrando en una nueva etapa. Iba por delante del cáncer en ese momento. Su actitud la salvo. Cómo a ti. Que ahora vas a dedicarte a tus sueños y a planear muchos planes con los tuyos y contigo misma.

“Fíjate que, cuando decidí hacer el camino de Santiago junto a mi amigo Gustavo, los médicos me decían que no, que aún estaba frágil por el tratamiento de radio. Y aún así, el último día del tratamiento cogí mi riñonera, mi abrigo y nos fuimos. Claro que me sentía mal, pero me daban ataques de risas. Claro que a veces me encontraba cansada, pero como todo el mundo. No paraba de reírme, estaba haciendo lo que quería desde otra María José más luchadora y soñadora. Yo reía porque me quitaba peso, me descargaba. Y aunque sacamos siempre cosas malas de una enfermedad, podemos sacarle el lado bueno de las cosas. No todo es solo blanco y negro, ¿no crees? A mi me gustaba verme con mi peluca. Era una estética diferente. El secreto es seleccionar lo bueno y lo malo. Porque es cierto, no pude terminar el camino, no llegue a Santiago, pero es que Santiago no era mi meta. Mi meta era el camino. Porque es ahí donde disfrutaba, donde planeaba, conocía nuevos amigos ¿por qué hace falta llegar cuando lo importante es aprender del camino?".

María José está muy guapa y nunca ha querido quedarse en casa. Siempre ha animado a su madre a estar feliz frente al cáncer, para que su madre siguiera viéndola como la soñadora, luchadora y creativa que siempre ha sido y es. Incluso se ha tomado la vida con humor, a pesar de que siempre le toca malos ratos como a todas y a todos, ella no se rindió para seguir viendo a su hijo crecer, para seguir ayudando y aprender cuando la ayudase. No se angustio por el futuro, vivió el presente para captar cada momento que le cambiaría un futuro cercano, un futuro lleno de vida con los suyos, con sus alegrías y problemas. Una vida plena. Con sus cosas buenas y malas.

Ella me enseño, como le enseño una amiga suya, que cuando una ventana se nos cierra, se nos abre un ventanal ante nosotras, un ventanal que nos ofrece rayos de sol que debemos ir aprovechando para ir en el camino correcto. María José me asegura que sus rayitos de sol fueron siempre el amor de su hijo, el de su familia y amigos. Y sobre todo, los pequeños ángeles que fueron apareciendo para afirmarle que estaba yendo por el camino correcto, a decirle cómo se superaba cada día más: desde la mujer que encontró en la planta de quimioterapia que le dijo que "tú saldrás de está, porque tienes luz" a su amiga Elena, que vio como María José conducía con su pañuelo rojo: "Te vi conduciendo tan guapa con tu pañuelo rojo y me fije que te brillaba los ojos·. Y sí. Le brillaba los ojos como a ti, como a ti que estás luchando contra el cáncer. Una fuerza que proviene de ti y puedes vencerla. Porque es algo tuyo, porque nadie salvo tú puedes plantarle cara. No estás sola. Yo estoy contigo también, mujer valiente, mujer heroína. Mujer de mis ejemplos.

Vendrán muchos abrazos después de esto, vendrán todos tus proyectos después de esto, vendrán tantas cosas que tú quieras desde ya. Solo cree que todo es posible porque estás viva, dando ejemplo a mi generación de que la lucha existe y que solo se perderá si te rindes. Porque los obstáculos están ahí para vencerlos. Y tú que lees esto, eres una maravilla. Si no me crees, te diré que María José tiene una melena hermosa. Está más guapa que nunca, le brillan los ojos con el mismo brillo de tu lucha. Sigue sonriendo y riendo de lo bueno y aprendiendo de lo malo. Su hijo ha empezado teatro y sigue viéndolo crecer tocando el piano. También tiene más proyectos que sueños rotos, porque cree que todo es posible. Está salvando la vida a muchas personas después de salvarse a sí misma. Y pudo llevar a su hijo a la cabalgata de Reyes cuando ella quiso, no se lo impidió nadie. Y sigue corriendo porque no quiere estar quieta. A día de hoy, su padre y su madre son muy especiales para ella por todo el amor, esfuerzo y seguridad que le ofrecieron a cambio de nada cuando pasaba la enfermedad, que de alguna forma también el cáncer estrechó con más fuerza el vínculo que tiene con su hermana, un vínculo más autentico. Su familia es su fuerza, pero el mayor motor: su hijo Andrés.

María José quiere dar gracias de corazón a todos los ángeles que fue encontrando cuando vivía su etapa con el cáncer:

  • Eloisa, amiga que conoció en Castellón.
  • A Marcelo, que aunque ya no esté, sigue en el eterno agradecimiento de María José.
  • A Gustavo, el hombre con una fe increíble.
  • A Elisa, del grupo de Renate.
  • A sus alumnos y alumnas.
  • A José Luis, su profesor de Chikung.
  • A Óscar, por su apoyo logístico.
  • A su compañera de trabajo Lucía.
  • Y por último, a todas las personas que con su sonrisa y buen hacer le dieron esperanza tanto en los momentos duros en el hospital como en otros.

Yo sé que te vas a curar. Yo sé que después de esto serás otra mujer. Una mujer cambiada hacía su ser más intenso, más libre. Yo sé que no te quedarás quieta porque sabrás aprovechar esos rayos de sol que entran por tu gran ventanal. Yo sé que confío en ti y que te veré correr, viajar y ver crecer a tus hijos. Yo lo sé, porque también creo que me das fuerzas con tu lucha cuando pienso en Begoña, en mi bisabuela y también en mi abuelo. Porque como le dijo el hijo de María José a ella: “Tú nunca te vas a morir”.

Dedicado a nuestra amiga Begoña, madre y trabajadora que nunca paró de luchar. Y a todas vosotras que nos dais ejemplo de vida.