¿Es “La tradición es la personalidad de los imbéciles” [Maurice Ravel, compositor 1875- 1937] o “Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir [Alberto Llegas Camargo, periodista y político 1903-1990]?

Estamos viviendo un momento de cambio. Aquello que se me enseñó cuando era pequeña, las bases de mi educación, están siendo desmontadas a derecha e izquierda. Primero con la crisis económica y luego con la crisis social. En España, tradiciones milenarias se ponen en duda y se rebaten. Los activistas sociales se llevan las manos a la cabeza y poco a poco las tradiciones también se van desmontando.

¿Qué es una tradición? ¿Por qué seguimos llevando a cabo espectáculos que, al parecer, han quedado obsoletos?

Personalmente, vengo de una familia católica. He recibido una educación católica y he ido a misa. No soy fanática, ni practicante, ni siquiera considero que la Biblia deba ser interpretada literalmente, ni que todo lo que dice deba ser cumplido a pies juntillas. No obstante, si tuviese hijos, querría que aprendieran sobre religión en el colegio y fuera. No creo que las creencias religiosas atonten o confundan a los niños. Personalmente pienso que es no solo importante, sino necesario creer en algo más grande que uno mismo.

El discurso actual es que la religión está obsoleta, es una herramienta de lavado de cerebro que debe ser erradicada. Ahí donde hay ciencia, al parecer, no tiene cabida la religión. Nuestro país es laico. Según el artículo 16 de la constitución “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Tenemos libertad ideológica, así que podemos ser fieles al Monstruo del Espagueti Volador o al Unicornio Invisible y está bien.

Pero esto es lo que pone sobre el papel. En realidad España es un país marcado por una poderosa tradición católica. Si miramos nuestro calendario de fiestas y puentes, la gran mayoría son dados por motivos religiosos (Semana Santa, el patrón de la región X, Navidad, los domingos, etcétera). En este punto se llega a una extraña encrucijada.

Actualmente, todas las reformas, los nuevos gobiernos que están saliendo, nuevas ideologías etcétera, quieren quitar el elemento religioso de las fiestas. Nuestra sociedad se compone cada vez de más religiones y de gente laica o agnóstica.

En Alemania se ha dado el caso de que en las procesiones escolares de San Martín, cada vez asisten menos niños, porque la mayoría no son cristianos - es el caso de una escuela a la que van en su mayoría niños de ascendencia turca. Así pues, la escuela decidió cancelar el evento. Y la gente puso el grito en el cielo.

En la cabalgata de Reyes Magos de Madrid, el ayuntamiento decidió que este año debía representar la diversidad. Y la gente puso el grito en el cielo.

Y yo me pregunto: ¿no sería mucho más práctico cancelar los eventos? Si somos laicos, si el estado no debe apoyar a la iglesia, si lo que se quiere fomentar son la diversidad de religiones, eliminar las barreras que crean las creencias y enterrar en lo más profundo de nuestra memoria histórica el -aparentemente- bochornoso hecho de que España ha sido un país católico, ¿no sería el primer paso cancelar la Navidad?

¿Qué sentido tiene aferrarnos a una fiesta obsoleta? Ninguno.

Breve lección de historia, si se me permite: la Navidad se celebra durante el solsticio de invierno: el momento en el que los días empiezan a hacerse más largos. Antiguamente - antes de que el cristianismo se extendiera - se celebraba durante esta noche el solsticio, dando gracias al regreso de la luz. La Batalla de la Luz contra la Oscuridad se había vencido. Cuando se impuso el cristianismo, se puso el momento del nacimiento de Cristo en el Solsticio de Invierno para que los paganos no tuvieran opción de celebrar su fiesta pagana a escondidas. Asimismo, se hizo coincidir la muerte de Cristo - Semana Santa - con la ya existentes celebraciones de la vida: Ostara, por ejemplo, en la que se celebra el (re)nacimiento de las plantas, los animales, etc.

Las celebraciones paganas coincidían con los ciclos de la naturaleza (Solsticios y Equinoccios) y se hicieron coincidir luego, porque la sociedad la constituían principalmente agricultores y ganaderos.

Ahora la sociedad ha cambiado. No tenemos necesidad de aferrarnos a la tradición, porque nuestra ilustración y nuestra ciencia nos eximen de ello. Así que, si queremos ser lógicos, deberíamos cancelar todas estas fiestas retrógradas. Ya no las necesitamos.

¿Qué es eso que oigo? ¿Exclamaciones de incredulidad? Eso es solo porque deshacerse de las cadenas de la tradición es difícil. Extraordinariamente difícil. Las tradiciones son transmitidas de generación en generación hasta convertirse prácticamente en una doctrina que explica cómo somos. Son las paredes de la casa de nuestros padres, algo en lo que apoyarnos. Su carácter repetitivo provoca tranquilidad, pero es una tranquilidad conseguida a través de mentiras y de pensamientos retrógrados que degradan al ser humano.

Por eso hay que erradicarlas como quien se arranca una tirita: un momento de dolor y luego ya ha pasado.

Yo propongo empezar por las paredes de las fiestas y la religión, y ya de ahí seguimos, recortando todo aquello que nos convierte en “humanidad sin civilizar”, limando las asperezas que nos separan del resto de nuestros hermanos humanos hasta que podamos entrar en uno de estos maravillosos mundos de utopía en los que todos los seres humanos viven felices, iguales y en armonía.

Yo soy la primera que no quiere ver este cambio. Considero que las tradiciones de mi país forman parte - como quien dice - de mi ADN. En un mundo en el que mis tradiciones, no solo las religiosas sino todas ellas, me hubiesen sido arrancadas, me sentiría como una hoja a la deriva, arrastrada por el viento, sin lugar ni opinión. Pero eso probablemente es porque he recibido clases de religión y no de filosofía. Porque, aunque escuche con cierta exasperación las canciones de mi tierra, las echo de menos cuando paso mucho tiempo fuera. Y porque no sé concebir un mundo en el que, al regresar de un viaje, mi madre no me prepare una tortilla de patatas.

Pero si ese es el precio que hay que pagar para formar parte de esta sociedad esclarecida a la que se quiere llegar… Ya si acaso me quedo como estoy.