Hace unas semanas que despedimos la Navidad con la Noche de Reyes, una noche en la que todos esperamos nuestros regalos. Aún estamos con la resaca de las compras de última hora en centros comerciales abarrotados de gente que busca qué regalar. Me pregunto entonces si todos esos regalos que compramos y recibimos nos han hecho felices o es algo simplemente efímero de un día porque ya tenemos demasiado de todo.

¿Qué necesitamos realmente de todo eso para ser felices? ¿Otro reloj, un ordenador, el último modelo de móvil que ha salido al mercado, más ropa, otro bolso, juguetes y más juguetes para los niños?

¿Estamos intentando llenar nuestros vacíos a base de cosas materiales? ¿Por qué mucha gente cuando está baja de moral se va de compras? ¿En qué momento nos perdimos entre cosas materiales?

Buscando respuestas para esas preguntas, una buena opción es recurrir a la ciencia. El psiquiatra Robert Waldinger ha realizado durante 75 años un estudio para la Universidad de Harward rastreando la vida de 724 personas, de las cuales 60 aún siguen con vida. A cada una de estas personas se les preguntó durante todos estos años acerca de lo que realmente les había hecho felices a lo largo de su vida. Para resumir el resultado del estudio, concluye explicando que lo que verdaderamente les hizo felices no fue el dinero, el trabajo o el reconocimiento profesional, sino las relaciones verdaderas, estrechas y auténticas que tuvieron a lo largo de su vida. Una buena relación afectiva nos hace vivir más años y con una mayor calidad de vida. La felicidad no la da por tanto nada que pueda comprarse. Con los años terminamos por comprender que son las cosas inmateriales las que verdaderamente nos han dado los momentos más felices. En definitiva, no dar dinero envuelto en papel de regalo, sino empezar a regalar tiempo y amor.

Eso mismo es lo que me transmite el Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz y Premio Príncipe de Asturias a la Concordia, con el que he quedado en su Iglesia de San Antón, en la madrileña calle de Hortaleza. Una Iglesia muy diferente al resto en la que según entras te llaman la atención muchas cosas: en una de las paredes hay enchufes para recargar los móviles, un cartel nos indica que tienen conexión wifi, también hay máquina de café, incluso un desfibrilador, puedes entrar con tu perro, coger del cepillo el dinero que necesites si te hace falta y está abierta las 24 horas. En los bancos, arrodillados, en lugar de señoras beatas hay chicos jóvenes con rastas rezando, moteros que con una mano sujetan el casco y con la otra se santiguan, transeúntes que al pasar por la calle se asoman a curiosear. Y es que no deja de sorprender una iglesia así, con las puertas de verdad tan abiertas. Y allí, en medio de esta amalgama de curiosidades, está el padre Ángel, yendo y viniendo, hablando con la gente, ocupándose de todo y de todos en primera persona. Me dice que me siente y pienso que será curioso hacer una entrevista a oscuras sentados en un banco de la Iglesia junto al altar. Parece que fuera a confesarme, algo que, por cierto, no hago desde hace años. Y así sentados simplemente empezamos a conversar sobre el amor.

¿Cual hubiera sido el mejor regalo de Navidad?

El mejor regalo es poder tener un niño a quien besar, pero un niño de carne y hueso, no un niño de escayola al que adorar. El mejor regalo es concienciar a la gente de lo que está ocurriendo y que empiecen a compartir. En Navidad, aquí en la Iglesia de San Antón, el niño Jesús no ha sido un niño de escayola, era Aylán el niño que se ahogó en la playa. Cuando ves un niño como Aylán en el portal de Belén te conciencias de que no podemos seguir ni un minuto más mirando hacia otro lado sin pensar en los refugiados y sin poner rojos a los políticos, diciéndoles que no lo están haciendo bien que están dando la talla. Pero esto no lo dice un cura, el mismo Rajoy o el mismo ministro de interior han dicho: "no me gusta lo que estamos haciendo con los refugiados". Bueno, pues entonces hagan algo que les guste. Eso les digo yo.

¿Qué le mueve, el amor a Dios o el amor a las personas?

Primero el amor a las personas, porque Dios a veces está más lejos. Algunos dicen que hay que ver en las personas a Dios, pero yo no estoy muy de acuerdo con eso.

¿Cuándo decidió que quería ser sacerdote y dedicarse a los demás?

Cuando somos niños, con 10 o 12 años a veces me preguntaban ¿qué quieres ser de mayor? Y unos dicen futbolista otros médico y yo pues... Había un cura en mi pueblo, don Dimas, y era muy bueno, ayudaba a las viudas que quedaban de las minas o de la guerra y él las iba a ayudar. Y yo veía aquel hombre tan grande y tan bueno y pensé "yo, cuando sea mayor, quiero ser cura". Y no sabía realmente lo que era ser cura, pero sabía que valía para ayudar a los demás.

¿Esta Nochebuena el Palacio de Cibeles ha tenido unos inquilinos diferentes?

El Papa Francisco en estos dos últimos años hacía siempre una cena con los más pobres, con los presos, con los mendigos en Roma, y cenaba con ellos y queríamos imitar esa iniciativa de este Papa que decía "cuanto me gustaría una Iglesia pobre para los pobres" y quisimos hacer una cena muy similar a la que hace él. Y hemos llamado a todos los sin techo, nos hemos puesto en contacto con el Ayuntamiento para saber si nos podían ceder ese espacio para estos, como dices, inquilinos especiales. Y hemos compartido esa cena con manteles blancos, centros de flores, camareros atendiéndoles y con todas las galas posibles para que pudieran cenar ese día tan dignamente como los demás lo hicieron en sus casas.

Qué mal repartido está el mundo Padre Ángel, unos tanto y otros tan poco...

Por eso tenemos la obligación de hacer un mundo más justo y compartir. En el mundo hay la suficiente riqueza y los suficientes alimentos para que no se muera la gente de hambre. Por eso hay que luchar, pero sin armas y sin bombas, que los políticos a veces parece que solo saben resolver los problemas así. Nosotros tenemos que resolver los problemas con diálogo. Convenciendo, no venciendo. Convenciendo a la gente de que hay que compartir con los demás lo mucho o lo poco que tengamos.

El Papa Francisco dijo de la Navidad que “era una fiesta ruinosa y que nos vendría bien un poco de silencio para oír la voz del amor”. ¿Hemos dejado de oír el amor?

Hemos dejado de oír el amor porque hemos oído demasiadas campanas. En las iglesias todavía suenan demasiadas campanas donde tendría que sonar mucho más amor, y esto es a lo que se refiere el Papa. Que suene el amor en aquellos que llevan tanto tiempo sin que nadie les quiera, sin que nadie les haga una caricia. A veces les echamos una limosna, pero ni les miramos a los ojos y mucho menos ni les tocamos, ni les rozamos porque a veces tenemos miedo de contagiarnos de alguna de sus enfermedades.

Esta Iglesia de San Antón es muy distinta al resto de las iglesias: aquí hay wifi, máquina de bebidas, pueden entrar animales. ¿Hacía falta una iglesia así para atraer a la gente?

Yo creo que la Iglesia ha sido siempre así. En realidad es una iglesia retrógrada, porque es una iglesia de hace dos mil años, es la misma iglesia de Jesús en la que Él dice "abrid las puertas y que los preferidos sean los pobres, las prostitutas, los que no tienen papeles". En el libro de reflexiones que tenemos a la entrada hay mucha gente que ha escrito: yo no creo, soy ateo pero una iglesia como esta, donde uno siente el acogimiento y la paz y llega a la gente, te hace sentir algo diferente. Si algún día vienes por la noche encontrarás aquí a más de 50 personas durmiendo encima de estos bancos en los que estamos nosotros ahora. ¿Qué le paso entonces a la Iglesia? El Papa dice que la Iglesia tendría que ser un hospital de campaña donde se curen las heridas y no un hotel. Y por desgracia hay muchas iglesias que en lugar de ser hospitales son hoteles.

En las sociedades occidentales cada vez tenemos más y sin embargo da la impresión de que la gente cada vez está más insatisfecha y no es feliz con nada.

Ahí no estoy de acuerdo contigo. Pienso que la gente cada vez es un poco más feliz, ahora se vive mejor. Aunque sigue habiendo guerras, lo cierto es que antes aún había más. Hace quinientos años todo eran guerrillas, en los pueblos se peleaban por todo, cualquier cosa era motivo de disputas: por dónde podía pasar el agua, por las herencias, por las tierras.

Mi impresión es que hemos alcanzado un estado de bienestar en la sociedad actual y antes con menos la gente era más feliz. Ahora, teniendo prácticamente todo, siempre nos falta algo...

Creo que hoy la gente sonríe más, ven que pueden vivir más años, que muchas de las enfermedades tienen cura y por ejemplo ya no te mueres de una gripe como pasaba antes. Si que creo que el mundo de hoy es mucho mejor que el mundo de hace cien años. Incluso los gobernantes, los políticos, los papas, los obispos creo que son también mejores hoy que lo eran hace doscientos años. Antes eran unos patriarcas que casi tenían esclavos.

¿Qué tal se llevaba con la Iglesia de antes, con Benedicto XVI y los papas anteriores? Me da la sensación que para la Iglesia usted debía ser una espina un tanto incómoda...

Algunos somos incómodos para la Iglesia, incluso para este Papa podemos llegar a ser incómodos. Yo puedo ser incómodo, pero no soy opositor ni enemigo de ellos. Para mi, el Papa primero ha sido Pablo VI, un Papa que decían que era de izquierdas, que no se entendía muy bien con Franco y al que yo quería. Y el primero que me recibió y me animó a seguir con la obra de Mensajeros de la Paz. Uno no tiene que decir "si, señor" a todo lo que diga el jefe, el obispo o el Papa y se le puede decir "yo también sé pensar", que no siempre se tienen que barrer las escaleras de abajo arriba también se pueden barrer de arriba abajo.

Ahora que ya ha terminado... ¿Hemos hecho de la Navidad un negocio?

Si entendemos como negocio sacar un dinero de todas las compras de cosas que hacemos o un rendimiento material, pues sí, claro que sí. Pero si usamos la Navidad para acercarnos, entonces es el mejor momento y el mejor negocio para eso y sonreír más a la gente.

¿Dónde ha pasado su Navidad?

Esta es la primera que he pasado en España desde hace muchos años. Siempre la he pasado en Irak, o con los refugiados y este año al haber estado la Nochebuena con los sintecho pues me quedé en Madrid. Hay que decir al mundo entero que hay que querer a la gente y que todos necesitamos de las tres T que habla el Papa: ternura, techo y trabajo. Y muchas de las personas que cenaron en Cibeles el día 24 no tenían ninguna, ni techo, ni trabajo y ternura poca.

¿Qué le falta Padre?

Tiempo para querer a la gente y llegar a tanta gente. Me siento feliz y privilegiado por ejemplo hoy al estar con tanta gente, al estar aquí contigo y ver vuestra cara, vuestra sonrisa, uno se siente feliz. No hay mayor felicidad que ver a la gente feliz y me siento feliz, aunque a veces se me encoja el corazón al ver a gente que no tiene ni lo más imprescindible, como es un colchón. Los que tenemos un colchón o un grifo de agua fría no sabemos el privilegio que tenemos. Aquí en nuestro Madrid vienen a la Iglesia y la única sábana blanca que han visto es la que les damos, una sábana blanca desechable que quieren guardar para aprovecharla y les decimos "tranquilos que mañana te damos otra".

¿Y qué le sobra?

Me sobran muchas cosas. A veces me sobra tener que decirle a la gente que comparta más, o que muchas de las leyes que tenemos son demasiado burocráticas y están estorbando demasiado para dejar a la gente vivir un poco mejor.

Me emociona hablar con él y esa calma que transmite, se lo digo y contesta "A mi me emociona también ver como a los dos en alguna ocasión casi nos afloran las lágrimas pensando qué es posible hacer un mundo mejor y sabes...lo vamos a conseguir. Quizá con esta entrevista lleguemos al corazón de alguien y si todos ponemos algo de verdad será posible un mundo mejor. La felicidad consiste en algo tan sencillo como querer y dejarse querer. Quienes tienen alguien que les quiera y alguien a quien querer, son más felices, aunque a veces haya que recurrir a un perro o un gato que cuando llegues a casa te esté esperando, porque hay gente que no tiene más que eso".

Cuando el próximo año estemos a punto de decir adiós al 2016, haciendo, como dice la canción de Mecano, el balance de lo bueno y malo...y un año más volvamos a colocar nuestros zapatos en la ventana, esperando impacientes el regalo deseado, hagámoslo manteniendo la emoción de un niño pero parándonos un minuto a reflexionar como adultos sobre los regalos que realmente llenan nuestras vidas. Quizá encontremos la clave en las palabras del Papa Francisco, buscando navidades con menos ruido, porque aunque el tiempo y el amor no pueden envolverse... si pueden empezar a regalarse.