El empleo de pirotecnia viene asociado a la celebración de diferentes acontecimientos: desde bodas y bautizos hasta fiestas patronales, pasando por el fin de año y los éxitos deportivos. Tanto los petardos como los fuegos artificiales son, en multitud de culturas, una forma de expresar el júbilo, la satisfacción o el entusiasmo; sin embargo, el otro lado de la moneda ante el alborozo humano es el terrible malestar animal de nuestras mascotas, especialmente de los perros.

Alrededor de la mitad de los perros urbanos, según el estudio Fireworks fears and phobias in the domestic dog publicado en 2005 por la Universidad de Bristol, sufren algún tipo de trastorno derivado del uso de petardos y fuegos artificiales. Los síntomas más comunes, aunque no se exteriorizan en todos los canes a la vez o por igual, son: náuseas, sensación de irrealidad, miedo a morir, taquicardias, aturdimiento, temblores y falta de aire. La causa que provoca este miedo irracional en los perros es el desconocimiento que tienen acerca del origen de los ruidos y, por lo general, el pánico suele ir en aumento a lo largo de sus vidas.

Lo más común es que los canes engloben estas manifestaciones en dos comportamientos diferentes: esconderse o huir, siendo la segunda pauta mucho más peligrosa que la primera.

La movilización en pos del bienestar de los animales en países como España es una tendencia en aumento, y cuestiones como el sufrimiento canino a causa de la pirotecnia están cobrando relevancia –y, lo que es más importante, visibilidad- en los últimos años. En concreto, estas navidades se creó el hashtag #NoSeasPetardo para denunciar los diferentes trances que han padecido algunos perros cuya causa han sido los petardos y fuegos artificiales. Los atropellos propiciados por la huida repentina de los animales, llegando muchos a causar la muerte, han sido los casos más repetidos, aunque se han podido ver otro tipo incidentes que también ponen los pelos de punta: la historia de una perrita que intentó escapar por el balcón y no sobrevivió a la caída, la de otra que tratando de esconderse se quedó enganchada en la salida de gatos y estuvo a punto de degollarse a sí misma o la de canes que murieron a causa de infarto.

Desde luego, la labor de denuncia que se logra en las redes sociales, así como el intento de visibilidad de determinados problemas que resultan ajenos para gran parte de la población, son un avance muy importante en la consecución de objetivos que nos permitan alcanzar el bienestar de familias y mascotas.

No se trata de prohibir el uso de fuegos artificiales o petardos, pero sí deberíamos tratar de fomentar su uso responsable, ya que nuestra diversión puede evolucionar en el sufrimiento de otros (y no sólo el sufrimiento de los perros a causa del pánico, sino el de las familias que se ven abocadas a lidiar con el malestar de su mascota y, en el peor de los casos, su fallecimiento). Tratar de consumir petardos cuya detonación produzca un estruendo menor, o su empleo en zonas no residenciales son comportamientos que ayudarían a reducir algunos males endémicos de la pirotecnia. Sin embargo, hay ocasiones en las que la concienciación no es suficiente –o está escasamente extendida- y resultan necesarias determinadas decisiones institucionales que apoyen ese respaldo a la causa animalista. Y cabe destacar que el apoyo institucional es algo perfectamente factible.

Por ejemplo, Collecchio, un pueblo italiano de la provincia de Parma, innovó el pasado septiembre con el anuncio de fuegos artificiales silenciosos en los festejos de la localidad. El truco consistió en emplear pirotecnia sin barriles, lo que permitió disfrutar de un espectáculo visual similar al de los fuegos artificiales tradicionales sin su aparejado estruendo. El patrocinio económico de algunos comerciantes del pueblo fue fundamental para que el consistorio pudiese materializar unas fiestas con unos fuegos artificiales silenciosos, por lo que Collecchio es claro ejemplo de que unir la concienciación ciudadana con el respaldo institucional otorga resultados beneficiosos sin restringir el disfrute de los demás. Esperemos que este caso no sea meramente anecdótico y entre todos logremos una diversión más respetuosa con los demás y sus mascotas.