Stari most significa literalmente puente viejo y este es el símbolo de la ciudad, que surgió en el siglo XV a la orilla del rio Neretva. La ciudad es Mostar, su nombre proviene de puente y era el límite del imperio otomano al poniente. La ciudad con su puente era la única conexión entre las dos orillas del profundo valle del Neretva. En ella se encontraban y convivían culturas diversas, cada una con sus tradiciones, costumbres, vestidos y rituales. La aldea se convirtió en una prospera ciudad que unía el este con el oeste.

Por un lado del río, el mundo musulmán con sus mezquitas y, por el otro, los católicos y ortodoxos con sus iglesias. Los separaba la religión, el odio, la rivalidad, la historia y también el río. Pero eran parte del mismo pueblo y sus hijos se casaban entre ellos, hasta que un día los del lado occidental lanzaron toda su furia contra el lado oriental, destruyendo la ciudad, sus lugares de culto y el puente para separar completamente los dos mundos y aniquilar a los de la orilla opuesta sin que nadie interviniera.

Mostar, como Sarajevo, son símbolos precoces de una guerra que aún no termina entre las dos religiones, entre los dos mundos, ya separados y que cada día se hace más violenta, buscando otras ciudades, otras tierras, otras fronteras y otras víctimas, siempre inocentes, que pierden la vida por una puñado de prejuicios y falsas ideas y en vez de crear o construir un puente, crean un muro, una barrera, excluyendo en vez de incluyendo el otro en su realidad cotidiana.

Después de 20 años del fin de las hostilidades, Mostar resurge de las ruinas y en sus calles se mezclan nuevamente personas de ambos credos, como en el cementerio del centro de la ciudad con todas las víctimas inocentes de la guerra. Musulmanes y católicos, compartiendo el mismo destino oscuro bajo la tierra. Niños de pocos años, adolecentes de edad tierna, mujeres que eran madres y mujeres que eran abuelas. Hombres que se levantaban cada día a sudar bajo el sol a trabajar duramente y a cultivar la tierra. Pero la muerte se impuso y cayeron en silencio, bajo las bombas y las balas como una tormenta que caía de una enorme nube negra.

Paseando por Mostar, respirando el aire quemado, después de la guerra. Observando los muros picoteados por balas, las casas bombardeadas y las paredes pintadas de miedo y de horrores, grito un no potente a todas las guerras y temo ser minoría, temo estar solo en esta lucha sin banderas. Yo estoy por los puentes y no por las barreras, porque la humanidad crece incorporando sus enemigos y ampliando el consenso en un lugar donde todos conviven civilmente y donde todos respetan la vida, la integridad personal, la libertad de credo, la tolerancia y las reglas.

Pero el peligro está al acecho y la muerte cabalga vestida de negro, apagando la luna y las estrellas, porque pocos tienen el coraje de jurar ante todos un no rotundo a toda forma de violencia. Un no sin dioses, un no por la vida, un no contra el odio y un no a todas las posibles guerras. Un no que sea un sí a todos los puentes, que superan todas las diferencias y todas las fronteras. Por Mostar, por Sarajevo, por todos los Mostar de hoy y de mañana y por la paz en esta, nuestra tierra.