Había oído hablar de Cuenca cientos de veces. Es el destino favorito de todos en vacaciones o días festivos, pero hasta ahora no había tenido la oportunidad de visitarla. Gracias a un evento de cata de vinos, me permití conocer esta linda ciudad que se llevó un pedazo de mi corazón.

Cuenca se encuentra a escasas cuatro horas de Guayaquil. Viajamos en una cómoda camioneta, lo cual fue mucho mejor que ir en un bus normal. A cierta distancia, ya saliendo de la ciudad y adentrándonos en la sierra, empezaron a asomar varias hosterías, una más linda que otra. La mayoría ofrecía actividades como pesca deportiva de truchas.

Aún no pierdo la costumbre de crear historias en mi cabeza. Pero, en mi defensa, puedo decir que al ver una de las hosterías —con aspecto de castillo— me transporté a una escena de película norteamericana. Entonces le agregué un galán: la imagen era él y yo pescando truchas, tomando chocolate caliente y otras cosas más.

No crean que solo ando pensando en chicos. También pensé en mi mamá y mi hermana. Nos imaginé en ese lugar riéndonos, conversando, muertas de frío y arropadas hasta los dientes mientras vemos una película. Pero bueno, todas estas historias duraron poco, porque de inmediato el paisaje cambió: mucha vegetación, montañas gigantes y curvas en el camino.

Llegar a Cuenca fue pensar: por fin estoy aquí. No importaba cuántas actividades hiciera; el solo hecho de pasear por el centro ya era un buen plan para mí. A pesar de tener suficiente espacio en mi teléfono, me había prometido que, a diferencia de otros viajes, en este quería disfrutar lo más que pudiera sin tantas fotos ni tantos videos.

La promesa casi quedó de lado, porque en cuanto nos subimos a un taxi para dirigirnos al departamento donde nos íbamos a hospedar, apareció el tranvía de Cuenca, el transporte público más usado. Literal, parecía un tren de esos de películas europeas. Entonces fue inevitable grabar mientras este increíble transporte se deslizaba por la calle sin hacer ruido, con una majestuosidad que nunca antes había visto en tiempo real.

Llegar al departamento y encontrar que el piso era de madera fue otra experiencia sobrenatural. También grabé todos los espacios del lugar para mostrar en mis historias de Instagram cómo era. Abrí mi laptop, puse algo de música y revisé algo del trabajo, porque vaya donde vaya, mis obligaciones van conmigo. Ser freelance incluye trabajar en feriados, vacaciones, a tiempo y a destiempo.

Recorrimos Cuenca por la noche. Éramos cinco en un taxi, así nos movimos durante los tres días del viaje. Me tomé un canelazo, una bebida a base de aguardiente con canela. Sinceramente, no sentí que me mareara. Pude contemplar la ciudad desde un mirador: todo se veía muy pequeño, eran solo puntos de luz, excepto por la catedral, donde incluso de lejos se notaban fuegos artificiales.

Esa vez solo pensé en mi mamá y en cuánto quería que ella estuviera conmigo en ese momento. Recordé que ella sí conocía Cuenca, que junto a mi hermana ya habían hecho ese viaje, pero yo no pude acompañarlas. Tomé muchas fotos. Veía tantos rostros, todos alegres. A nadie parecía afectarle el frío; lo único que importaba era estar ahí.

Un café con amaretto que se enfrió en cuestión de minutos fue nuestro acompañante, junto con una pizza. Reíamos por todo. Todo nos parecía gracioso. Yo siempre hago reír a mis amigos, ya sea adrede o por mi forma peculiar de ser. Hubo un momento en que no pude disimular mi cara cuando me sirvieron pizza y el jamón se iba quedando a un lado. Puse una cara de “oígame, me están estafando” y todos se rieron a carcajadas. Era como si mi mirada regresara con el tenedor que se llevaba el jamón. LOL.

Este restaurante tenía la decoración perfecta y los meseros eran muy amables. No nos queríamos ir, o mejor dicho, queríamos pedir otra pizza, pero ya iba a ser gula. Así que solo conversábamos de diferentes temas, haciendo un poco incómoda la estancia al preguntar a los chicos del grupo: ¿en cuánto tiempo superan a una ex pareja? A decir verdad, este tema duró poco. Entre risas y argumentos vanos, dejamos eso de lado, porque todos estábamos en plan de disfrutar y no de lamentarnos por el pasado.

Caminamos por la Calle Larga, un lugar en el centro de Cuenca con decenas de bares y restaurantes. Esta ciudad es muy diferente a la mía, es decir, a Guayaquil. Todo se veía muy seguro. Sentía tranquilidad de andar con el celular en la mano sin temor a que me roben.

Al día siguiente recorrimos nuevamente el centro histórico, y mis ojos no sabían hacia dónde mirar. Todo parecía salido de un cuento de Studio Ghibli al estilo ecuatoriano: los abrigos, gorros, dulces, cafeterías, iglesias y el paisaje que mezclaba modernidad e historia. Hacían de esta ciudad un lugar que no te cansas de recorrer. Al menos, eso fue lo que yo sentí.

Traté de no entristecerme con nada, porque por más que describa lo lindo que era Cuenca, yo suelo deprimirme incluso por eso. Sí, porque mi mente me crea escenarios: “debería estar aquí con alguien” o “no debería estar aquí porque debí haberme quedado trabajando”, etc. Mi mente puede ser mi peor enemigo de vez en cuando.

Pero esta vez, creo que ningún pensamiento intrusivo me ganó. Siempre pienso en los demás y no me gusta contagiarles mi tristeza o malestar. Si alguna vez lo hice, sepan que no fue con intención. Trato de guardar todas mis emociones solo para mí, pero cuando la vida se pone muy pesada y estoy lidiando con mucho, sé que no puedo disimular y se me nota en la cara.

Una de mis actividades favoritas no podía faltar: correr. Afortunadamente, no era la única del grupo que tenía la loca idea de levantarse a correr y comprobar si la altura nos iba a afectar. En efecto, no nos ahogamos. Sí pudimos. Corrimos un kilómetro y paramos justo en un lugar donde vendían desayunos. Muy conveniente, la verdad. Fue divertido, porque era como si la meta fuera un desayuno típico de la ciudad. Confieso que me quedé con ganas de correr más.

Ya en el evento de cata de vinos, puedo decir que a las pocas copas yo ya estaba un poco mareada y lo único que quería era regresar a casa. De ese lugar me llevo la idea de que, más que una experiencia, fue como asistir a una feria de vinos donde cada expositor te daba un resumen de la historia de su producto y cuánto costaba llevártelo esa noche. Algunos habían preparado promociones especiales.

No sé mucho —o mejor dicho, no sé nada— de vinos, pero en general me gustan los dulces. Nada amargo puede gustarme (ejemplo: la cerveza). Pero como decía antes, este evento fue más bien una cátedra de marketing y ventas, la cual aprendí bien.

No podía irme de Cuenca sin visitar el mercado y comer hornado de cerdo, un plato típico en muchas ciudades de la sierra. Un camino de calles empedradas nos llevó hasta este lugar, que para mi sorpresa tenía ascensor y escaleras eléctricas. Toda una sorpresa para mí, porque en mi ciudad los mercados suelen ser lugares que preferirías evitar. Pero aquí, era todo lo contrario.

Una canción de Juanes me acompañaba en los auriculares mientras compraba panes y pulseras artesanales en una plaza del centro. Miraba con nostalgia los tejados antiguos, las puertas de madera de las casas. Pensaba en una frase que solía decir mi abuelo: “¿De esta cuándo vienes?”. Traducido quiere decir: después de esta vez, ¿cuándo vuelves? Mi respuesta no siempre era lo que cumplía, no porque no quisiera, sino porque no se me daban las cosas. E igual ahora, no sé cuándo será la siguiente vez. Pero me fui sabiendo algo: no tienes que esperar que sea perfecto para disfrutar de un lugar, a veces solo basta con estar.

Estoy segura de que sí habrá una próxima. No sé quién me acompañará, pero al igual que ahora, quiero disfrutar cada momento, apreciar mi vida, aceptar que no todo puede ser como ocurre en mi imaginación. Qué tal, si lo que viene es mucho mejor que esas historias efímeras.

Viajar te deja muchos recuerdos, risas, anécdotas, historias que contar. La tristeza o la melancolía no deberían tener lugar. Te animo a viajar a esos lugares de los que todos hablan, pero tú aún no has podido ir. En mi caso, ya estoy del lado del grupo que puede decir lo linda que es la ciudad de Cuenca.

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