En el mundo hay muchas clases de personas. Más que clases, diría estilos de vivir la vida. Por un lado, aquellos que optan por adaptarse a lo incómodo, aprender y superase; y por otro lado, los que se anclan pasivamente en lo que les molesta y usan como recurso equilibrador la queja, más comúnmente conocidos como los quejicosos.

*Quejicoso: dícese de aquel que se queja demasiado, y la mayoría de las veces sin causa (RAE).

La definición está muy acertada, pero la pregunta del millón es: quejarnos, ¿nos conduce a algún sitio? ¿Obtenemos o cambiamos algo?... La respuesta según la psicología cognitiva es un rotundo y claro no.

Y es que en nuestra cotidianeidad somos testigos de enfermedades, accidentes, egoísmos, alto costo de vida, enemistades y cambios inesperados. Situaciones que no entraban en nuestros planes y nos alejan de nuestra zona de confort. Ante ello parece que quejarse es una forma sana de desahogo anti estrés. Pero el asunto es que nos convertimos en personas pesimistas en vez de afrontar los eventos desde una actitud creativa, confiada y entusiasta. Nuestro deporte nacional últimamente parece ser el de rumiar nuestras penas.

Además, esta clase de personas repelen a gente interesante e inteligente, porque ¿quién quiere estar con una persona quejosa que se muestra débil y frustrada? Recuerdo un episodio en el que llamé a un amigo para saludarlo y en menos de diez minutos de conversación se quejó de su madre, de su padre, de su hermana, de su situación económica, de su falta de pareja, del precio de los libros, sus vecinos ruidosos y el Gobierno. Puedo asegurar que no lo voy a volver a llamar, nunca mais.

Unos días después, como anillo al dedo, me encontré con el libro El arte de no amargarse la vida de Rafael Santandreu, lectura obligatoria para todos aquellos que creen que el mundo está en contra de ellos. Pues bien, el autor se basa en la psicología cognitiva para aprender a no quejarse y a combatir las “necesititis” y la “terribilitis” y asumir que podemos tener muchos objetivos y metas en la vida que no van a salir como esperábamos y no va a pasar absolutamente nada, ya que tendremos otras muchas posibilidades para ser felices. Es importante aprender a tomarnos las cosas con ligereza y sin presión.

De hecho, cuando nos quejamos nos surgen emociones que a la larga se convierten en miedo. Y si algo me han enseñado desde pequeña es que en esta vida no hay que tener miedo de nada, ya que si tenemos la convicción de que necesitamos muy poco para ser felices, no temeremos a perder las cosas. Si nos quejamos nos aparecerán los miedos más frecuentes como a la soledad, al aburrimiento o al fracaso. Y, señores, ¿por qué tener miedo o quejarnos del aburrimiento si puede ser una situación idónea para descubrir nuevas cosas? Un claro ejemplo de ello es el de Cervantes, el cual no hubiera escrito El Quijote si no hubiera estado aburrido. Así que no temáis, de todo puede salir algo grande.

Y en cuanto a las adversidades, hazte las siguientes preguntas: ¿es realmente un problema tan grave? ¿Tengo, por tanto, razón para estar tan triste y tan preocupada? Pienso en otras conductas alternativas y novedosas tales como reírme, buscar solución a lo que no resultó como esperaba, tratar de encontrar la causa de la situación o compararlo con situaciones mucho más desventajosas.

También tengo que decir que las creencias sociales no nos ponen las cosas fáciles. Si enciendes la radio en cualquier momento del día, escucharás una canción de amor que dice algo así como: “Sin ti yo muero”. Yo me pregunto: “¿Por qué te mueres?” ¿Acaso te estás desangrando?” Esas ideas te hacen muy débil, porque si pierdes a esa pareja te vas a deprimir. Y si la conservas… habrá demasiada presión entre vosotros porque, en realidad, le estarás exigiendo que te haga feliz. Nadie necesita de nadie, podemos ser felices con muy poco.

Las quejas y necesidades más comunes en la sociedad son aquellas relacionadas con tener a alguien a nuestro lado -de lo contrario, ¡qué vida tan triste y solitaria!-, tener un piso en propiedad y en general tener más, más y más… Pues, ante estas creencias, siento decirles que nuestra felicidad no depende de ello. Exageramos y lo convertimos en sucesos terribles, pero en realidad son solo preferencias y cosas que nos gustaría que sucedieran, pero no es el fin del mundo, no los necesitamos para ser felices. Tenemos que adaptarnos, no tener miedo y, sobre todo, ¡no quejarnos! Porque con este coctel lo único que vamos a conseguir es desaprovechar las cosas buenas que la vida nos ofrece y esto sí sería una pena, ¿verdad? Recuerda, no se trata de ser perfecto, se trata de ser feliz.