Llega septiembre y quedan lejos los días de despreocupación –“desconexión”, millenials dixit –de las vacaciones. Desde hace algunos años, en los medios de comunicación y en las conversaciones se ha introducido un nuevo concepto: la depresión post-vacacional, producida por el hecho de pasar del descanso absoluto a la actividad frenética que normalmente llevamos.

En los últimos años desde el inicio de la mayor crisis económica que ha vivido el mundo en las últimas siete décadas con un fuerte impacto en el ámbito laboral y social hemos vuelto a apreciar el mes de septiembre como un momento clave. Un punto de inflexión no solo para dar las gracias por tener un trabajo –de esperanza y oportunidades para aquellos que aún no lo tengan– sino un momento mágico casi similar al final del año, en el que hacer balance de lo vivido, de lo hecho. De la posición en la que nos encontramos en el camino y la consecuente toma de decisiones para seguir en ella o tomar acciones para cambiarla.

Vivimos tan deprisa que, en general, no somos conscientes de que el bien más preciado que poseemos es el tiempo y la libertad de decisión la mejor herramienta para gestionarlo. Para ello, hay que ejercitar el pensamiento crítico y también lo que el psicólogo maltés Edward de Bono llamó “pensamiento lateral” o lateral thinking. Este modelo de pensamiento se aleja del pensamiento lógico en el hecho de enriquecerlo a través de proposiciones nuevas, dejando de utilizar supuestos o soluciones que conocemos y utilizamos constantemente por nuevos conceptos que nos pueden llevar a construir nuevas realidades y soluciones alternativas, completas y flexibles para los problemas a los que nos enfrentamos.

De este modo, la generación de los milennials (los nacidos entre principios de los 80 y los 90) ha sido la primera en poner en práctica esta línea de pensamiento encontrándose también con nuevas realidades y pocas seguridades. En el ámbito laboral ya no existe el trabajo seguro “para toda la vida” como lo concebían nuestros padres, algo que impacta directamente en nuestra concepción de la vida y cómo debemos enfrentarnos a ella: siendo más flexibles, adaptándonos rápidamente a las circunstancias y obteniendo experiencias enriquecedoras que nos hagan crecer emocionalmente. Hemos sido los primeros en hacernos preguntas como “¿Realmente este trabajo me está ayudando a mejorar mis capacidades profesionales?” o "¿Es lo que quiero seguir haciendo?” arriesgando para conseguir los objetivos que tenemos en mente.

No se trata de ser ilusos o soñadores sin fundamento. Se trata de ser conscientes de las propias capacidades y talento, orientándolas hacia la consecución de nuestro desarrollo personal y emocional.

Por eso, septiembre es un mes de transición, una oportunidad fundamental de revisar de forma consciente y crítica en qué punto estamos del camino para seguir avanzando con la misma ilusión que cuando en nuestra infancia volvíamos al “cole” a reencontrarnos con nuestros amigos con el olor maravilloso de los libros nuevos, los nuevos lápices, estuches...En este momento nuestra mejor herramienta es precisamente nuestra mente y experiencia, que nos darán las claves de cómo será el año venidero.

Una rentrée que en ningún caso debe ser problemática o preocupante –la ansiedad o la tristeza por volver serían signos inequívocos de que algo no va bien– sino enriquecedora y orientadora. Suerte a todos en la vuelta a la normalidad.