En 1922 Max Weber, en su conocida obra Economía y Sociedad, describía la emergente forma organizativa del trabajo en correspondencia con la estructura capitalista de la sociedad, a la que denominaría burocracia, y que de acuerdo a su perspectiva se encontraba conformada por cuadros administrativos y funcionarios individuales. No obstante, esta burocracia habría de caracterizarse por:

  • La presencia de funcionarios personalmente libres, los cuales se deben solo a los deberes objetivos de su cargo.
  • La consolidación de una jerarquía administrativa rigurosa.
  • La definición y atribución rigurosa de competencias.
  • La libre selección en virtud de un contrato.
  • La calificación profesional fundamenta su nombramiento por medio de ciertas pruebas o del diploma que certifica su calificación.
  • La retribución en dinero con sueldos fijos, con derecho a pensión las más de las veces, son revocados siempre a instancia del propio funcionario y en ciertas circunstancias (particularmente en los establecimientos privados); pueden también ser revocados por parte del que manda; su retribución está graduada primeramente en relación con el rango jerárquico, luego según la responsabilidad del cargo.
  • El ejercicio del cargo como su única o principal profesión.
  • La tenencia de una “perspectiva” de ascensos y avances por años de ejercicio, por servicios o por ambas cosas, según juicio de sus superiores.
  • El trabajo con completa separación de los medios administrativos y sin apropiación del cargo.
  • El sometimiento a una rigurosa disciplina y vigilancia administrativa.

Sin embargo, en la sociedad actual la burocracia como estructura administrativa del ámbito público-gubernamental pero también privado-empresarial a nivel mundial –además de las ya descritas- también ha cobrado otras características. Por una parte, como bien describe la autora francesa Corinne Maier en su obra Buenos días pereza. Estrategias para sobrevivir en el trabajo publicada en 2004, una proporción importante de trabajadores se encuentra sujetos a “las órdenes de jefecillos mediocres y serviles, obligados a ir disfrazados toda la semana y a perder el tiempo en reuniones inútiles y seminarios absurdos”; pero por otra parte, una proporción significativa de trabajadores padecen el síndrome Smithers.

Este síndrome Smithers puede definirse como la actitud de adulación, supeditación y servilismo absoluto del trabajador frente a sus empleadores, con el objetivo de mantener el cargo detentado no solo mediante el desempeño de las actividades solicitadas y funciones de su competencia, -las cuales pueden ser fácilmente sustituidas y realizadas por otro burócrata-.

Este trabajador apuesta por el establecimiento de vínculos afectivos y relaciones de dependencia con su empleador, mediante prácticas concretas como el reforzamiento de su ego y autoestima, el consuelo frente a sus fracasos, la realización de actividades personales del empleador, así como de toda actividad que otros trabajadores no están dispuestos a realizar al no formar parte de sus responsabilidades o atentar contra su dignidad, emulando la conducta de Waylon Smithers, quien en la serie animada Los Simpsons es capaz de hacer todo lo que su jefe Charles Montgomery Burns no puede o no desea realizar, desde matar una hormiga, cocinar, usar el teléfono, cepillarse la dentadura o recordar los nombres de los trabajadores.

Frente a este hecho, se hace necesario redefinir las estructuras organizativas y relacionales del trabajo en la sociedad contemporánea, el rescate del profesionalismo y la ética por parte de trabajadores y empleadores, así como el tránsito hacia prácticas laborales más productivas, eficientes y dignificadoras.