Al igual que el gobierno actual y la oposición utilizan los medios de comunicación como si fueran un Goebbels desquiciado, he querido inundar este texto con frases subliminales (que ni siquiera notaréis…, de eso se trata) de un genio del humor cuya lucidez, por suerte o desgracia, sigue vigente. Si El Perich levantara la cabeza, se moriría voluntariamente.

España no vive momentos luminosos –“En España mucha gente se ha enriquecido por arte de mafia”-. El sol parece una lámpara lejana a medio gas, pero los políticos siguen haciéndose de oro vendiendo crema solar –“Un político es el tío que tiene soluciones cuando está en la oposición y problemas cuando está en el gobierno”-.

Los obispos se reinstalan con fuerza en las escuelas –“La iglesia, firme en su postura: la homosexualidad es cosa de maricones”-, un gran número de embarazadas son declaradas ilegales –“El mejor control de natalidad sería que las mujeres pusieran huevos. Que quieres tener un hijo, se incuba; que no se quiere tener, te haces un huevo frito”-, las nuevas leyes del código penal nos convierten a todos en sospechosos –“El invento de la aspirina se llama progreso. El de la libertad, subversión”-, las políticas medioambientales dificultan nuestra respiración –“El único producto de la naturaleza totalmente incoloro, inodoro e insípido es el pensamiento de mucha gente”-, la cultura se convierte en un bien vilipendiado –“La izquierda es partidaria de la cultura de masas. La derecha de la cultura de misas”- y la educación en un lujo para las élites –“Los locos y los niños dicen siempre la verdad. Por ello se han creado los manicomios y los colegios”-. Como la sombra que salía de Mordor, la oscuridad está anegando este país donde los referentes de nuestros niños y jóvenes son futbolistas que gastan al mes en gomina el valor de mi sueldo –“El dinero sí da la felicidad, lo que no la da es tener que ganarlo”- y enfermos mentales que se encierran en una casa repleta de cámaras –“Tener muchos estudios muchas veces no sirve para nada útil. Vean si no los estudios de televisión”- para competir en miseria moral.

Circula una frase por internet que dice: “¿Cómo le explico yo a mi hija que el modelo a seguir no es la choni que se forra en la tele, sino el ingeniero que atiende en el McDonalds?”. Triste y lúcida reflexión, pero el ser humano no ha avanzado (y no me atrevo a llamar avance al lugar adonde ha llegado nuestra especie) sentándose a esperar cómo caía la tarde mientras se secaba las lágrimas, sino rebelándose contra el destino mal trazado por unos pocos que, en esencia, siempre son los mismos, los de arriba –“Cuando el monte se quema, algo suyo se quema... señor conde”-, independientemente de su color.

Todo el mundo, a lo largo de la historia, piensa que le ha tocado vivir la peor de las épocas posibles, que el universo se desmorona a su alrededor. A mí –“Un optimista es el que cree que todo tiene arreglo. Un pesimista es el que piensa lo mismo, pero sabe que nadie va a intentarlo”- solo me basta mirar las cifras ofrecidas por CEGAL, la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, según la cual los ingresos por facturación en el mundo del libro han retrocedido veinte dolorosos años, casi tanto como el estado de los derechos sociales –“Hay mucha gente que opina que libertad sí, pero libertinaje tampoco”- en esta legislatura. Esto significa que la principal industria cultural de nuestro país se está maltratando hasta límites canallescos, por lo que ha saltado la alarma y ha obligado al gremio de los editores a reclamar un Plan Integral de Fomento del Libro y de la Lectura –“El Quijote no es solo uno de los libros más leídos del mundo, sino uno de los menos leídos si contamos la gente que no lo ha leído”- que ayude a paliar la sangría por la que actualmente se cierran al menos dos librerías al día en España. Lo que todos los agentes implicados solicitan una y otra vez a los diferentes gobiernos –“En muchas empresas el silencio no es oro, el silencio es un sobre”- es que estos adopten unas políticas de protección cultural parecidas a las que aplican nuestros vecinos franceses. Y a mí me sigue resultando curioso que la gente se escandalice cada vez que afirmo sin sombra de duda que uno de los capítulos más fatalmente determinantes de nuestra historia fue vencer a Bonaparte –“Gracias a la guerra uno no solo puede morir por sus ideales, sino que incluso puede morir por los ideales de otro”-. Dos siglos después, queremos ser ilustrados y damos mayorías absolutas a personas que el único libro que han leído es la Biblia –“Un hombre sin religión es como un pez sin bicicleta”- y a trozos.

Hablando de peligrosas mayorías –“Cuando nos peguen una bofetada, es mejor ofrecer la otra mejilla, porque si repiten en el mismo lugar, vamos listos”-, no sería de extrañar que, viendo la deriva totalitaria del mundo a causa de la crisis, el año próximo aumentara la facturación editorial en Europa gracias a la prevista reedición, a cargo de un equipo de historiadores alemanes, del Mein Kampf de Hitler –“De los alemanes se puede esperar lo peor desde el momento en que para dar las gracias dicen "`tanque´”-, el libro que el pintor sádico y acomplejado escribió desde la cárcel y que años después se convertiría en un superventas debido, básicamente, a que su adquisición era obligatoria por parte de organismos públicos como juzgados, escuelas o bibliotecas, y a que se impuso la tradición de convertirlo en regalo de boda.

En España, de momento, no se imponen los libros que hay que regalar, pero quizás sea indicativo del nivel de la cultura de nuestro país, y de muchos otros, que durante esta legislatura el libro más vendido haya sido 50 sombras de Grey (cualquiera de su trilogía) –“Los sadomasoquistas feos tienen su casa llena de espejos”- y que su versión cinematográfica vaya camino de convertirse en una de las películas más taquilleras de 2015.

Necesitamos un cambio radical que se traduzca en un pacto de Estado (no me refiero a paripés como la foto tras el acuerdo por la instauración de la cadena perpetua, contraria al principio de reinserción social) por la Educación, que permita que dentro de unos años la obra más leída no tenga la calidad de la novela de E. L. James (confieso que hablo por boca de los críticos, en los que no creo, ya que no he transitado por las páginas de este fenómeno editorial, no vaya a ser que me guste…) ni que el programa más visto en televisión –“La televisión es a la cultura lo que el microondas a la gastronomía”- sea un partido de fútbol ni que el disco más vendido sea una machacona pieza de reggaeton generada por ordenador. Ya, por soñar, imagino un país donde la cultura genere millones de nuevos puestos de trabajo –“La esclavitud no se ha abolido, se ha puesto en nómina”- y donde los presentadores de Sálvame, ese programa de referencia en la familia socialista –“La familia es la única institución que permite que vivan en común personas que no tienen nada en común”-, no tengan cabida en el imaginario colectivo.

Gracias por tomaros vuestro tiempo en leer estas líneas que, como dicen en la revista Mongolia, carecen de mensaje alguno –“Yo sólo quisiera que me respetaran mi derecho a no respetar nada”-.

Y gracias a esa persona que se ha convertido en las manos sobre el teclado de este impedido servidor.

P.D.: -“Dios hizo el mundo en seis días. Hasta el momento nadie se ha podido explicar a qué venía tanta prisa. Así ha quedado como ha quedado”-.

Enlaces de interés:

Despedida de Vázquez Montalbán a Jaume Perich: http://elpais.com/diario/1995/02/02/cultura/791679616_850215.html
Revista Mongolia: http://www.revistamongolia.com/
CEGAL: http://www.cegal.es/