He propuesto que el mando se ejerce a través del poder amenazante y violento y también en nombre del prestigio de “la ley y el orden” y de los ideales morales y religiosos; y he subrayado además la omnipresencia del engaño, de la corrupción y de la astucia en la vida económica; pero nada he dicho aun de la fe de las personas hacia quienes mandan, que corre a parejas con su fe en el “orden establecido”; es decir, de la susceptibilidad al engaño, que tampoco parece haber interesado a los economistas, por más que esta fe milenaria patriarcal bien podría quebrantarse ante la crisis multifacética que hoy comienza a aquejarnos.

Son roles recíprocos los de aquellos que mandan y los de los mandados. Y no serían tan bienvenidos los lideres políticos que se ofrecen como padres protectores si no fuese porque en la mente de la mayor parte de las gentes vive uno que se siente como un niño angustiado ante los problemas del vivir y que acepta de buen grado una autoridad benévola que lo guíe y proteja.

Así nos lo hizo ver Erich Fromm en su libro El miedo a la libertad—escrito en las postrimerías del Nazismo— y seguramente continúa siendo válida su tesis de que muchos prefieren la condición de seguidores obedientes de algún régimen autoritario o de alguna ideología dogmática a la condición de seres libres, que requiere de la confianza en uno mismo.

Traducido a nuestro tiempo y a nuestro orden económico, seguramente es la fe de la comunidad en aquellos que representan el orden establecido de mucho tiempo atrás—es decir, los conservadores— la que a través del proceso electoral decide que siga imperando el régimen político y económico habitual; pero ya parece el público estar cansándose del mismo tipo de candidatos y es notable que en los EEUU se haya elegido a uno de origen africano, en Bolivia a un indígena y en Chile a una mujer. Ello no quiere necesariamente decir que tales individuos logren introducir cambios revolucionarios en un sistema político y burocrático en que solo aparentemente son los jefes de Estado quienes gobiernan, pues un ejecutivo debe tener muy en consideración su relación con quienes lo llevaron al triunfo electoral y también con los líderes de la oposición.

Pero consideremos la diferencia entre la relación del buen padre con el buen hijo, en que el hijo se siente biológicamente predispuesto a seguir al padre de manera semejante a como los pollitos siguen a la gallina, y al de la relación del hijo hacia el mal padre, que se hace pasar por un padre bueno para gozar del privilegio de ser seguido y mandar.

Es ésta la situación de muchísima gente en nuestra sociedad enferma: la de haber solo tenido el privilegio del amor materno, habiendo sufrido por parte de su padre una combinación de ausentismo y autoritarismo. La confusión a la que puede llevar la aberración de la mala autoridad en la familia se hace visible en ciertos esquizofrénicos que sufren de delirios en que se ven antagonizados por extraños perseguidores—como los Jesuitas o los marcianos y otros extraterrestres. ¿Cómo pueden explicarse delirios tan rebuscados?

Simplemente por el hecho de que a través de la infancia tuvieron la experiencia de ser malqueridos y dañados por alguien que en su falta de cuidado y en su agresión se comportó como un enemigo, pero que nunca quisieron identificar como su propio padre. Y es que, tan programados venimos por la naturaleza a comportarnos como hijos confiados ante un buen padre que, cuando el destino nos depara el accidente de una mala autoridad, preferimos creer que el agresor o enemigo sea otro y así nos deparamos la consolación de continuar creyendo en un padre bueno.

Seguramente fue en el contexto de la familia y de la paternidad que los hombres descubrieron el autoritarismo explotador. Y es fácil imaginar como, a partir de este autoritarismo familiar del paterfamilias, fueron surgiendo primero la esclavitud y luego el autoritarismo político.

Pero no todas las personas son tan respetuosas de la autoridad, y ello depende estrechamente de su tendencia al miedo. Cuando los antiguos líderes, reyes y emperadores aprendieron a hacer uso del poder amenazante, aprendió la comunidad a temerlos y a aceptar la domesticación de manera semejante a como los leones pueden ser enseñados a saltar por aros ardientes; de esta manera el proceso civilizador ha constituido en gran medida una domesticación a través del miedo. Pero no todas las personas tienen tanto miedo y es solo una fracción de la población la que se caracteriza por un tipo de mente especialmente propensa al pensamiento jerárquico. Son aquellos los que más necesitan ser mandados y quienes también gustan de mandar –como bien describieron en los años 40 Adorno y otros en su investigación sobre la “personalidad autoritaria”. Caracterizaron a esta por la aceptación de la agresión que viene de la autoridad y la descargaron de la correspondiente agresión propia sobre miembros de otro grupo o sobre los subordinados.

En síntesis: el orden establecido siempre ha dependido de una implícita fe por parte de las mayorías, por más que en el mundo contemporáneo esta fe haya venido debilitándose y por más que en nuestro momento histórico se vaya convirtiendo en duda o al menos en un no saber; y ¿no significa esto que puede un día desaparecer la base necesaria para la legitimización, tanto de nuestro sistema político como de nuestra economía, que en este se sustenta? Podemos decir, por ello, que la confianza en los líderes y en el orden establecido por ellos no sólo ha sido en el pasado uno de los fundamentos del orden económico, sino que el futuro debilitamiento de esta confianza tradicional pudiera constituir una puerta hacia un nuevo mundo.

Si bien la fe inocente de los niños en un padre bueno ha sido una componente intrínseca del orden patriarcal, al darnos cuenta hoy en día del orden patriarcal que ha dominado el mundo con su mala autoridad, ya no queremos padres ni malos ni buenos. Pero creo que debemos cuidarnos de la tentación de un anti-autoritarismo ciego. Y así como fue un error de Marx el permitir la puesta en marcha de una dictadura del proletariado de carácter anti intelectual (cuando fueron originalmente los intelectuales el verdadero sostén de la revolución) me parece un error el pensamiento anarquista para el cual el ideal político es simplemente la ausencia de gobierno.

Se ha hecho presente esta ideología anárquica en el movimiento del 15M y otros afines, en que se espera la reorganización de la sociedad a partir del diálogo democrático. Fui testigo ya en los años 80 de los ensayos de Carl Rogers como facilitador de un proceso de auto organización de grandes grupos y ello me dejó la convicción de que, por lo menos en grupos terapéuticos, puede servir mucho una autoridad bien dosificada. Y estoy de acuerdo con Slavoj Žižek, que en un reciente articulo plantea que no es completamente cierto que la gente conozca suficientemente bien sus deseos y que son los auténticos líderes quienes tienen la virtud de reflejarle a las gentes lo que quieren.

En vista de tales consideraciones, pienso que pueda ser inspirador el pensamiento de que así como se puede aspirar a una familia heterárquica en que no mande ni el padre, ni la madre ni el hijo, sino que se llegue a un orden feliz, funcional y equilibrado entre ellos; así podemos aspirar también a un orden político heterárquico en que estén equilibradas las voces de la autoridad central, de la comunidad y el individuo sobre si mismo.